Acordar que debemos abrir las escuelas no significa que no debamos atender a la cuestión sanitaria
En Argentina desde hace varios años venimos discutiendo qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, esto en algún punto es saludable, pero si lo hacemos constantemente nos conduce a una parálisis, que nos sumerge cada vez más en los problemas estructurales en lugar de ayudar a solucionarlos. Es necesario, por lo tanto; arribar a algunos acuerdos básicos que nos permitan poder superar esa etapa para poder encarar la discusión acerca de cómo solucionar esos problemas.
Varias posturas muy intransigentes llegan incluso a situaciones en las cuales directamente intentan negar la realidad, buscando de esa manera crear una hegemonía cultural que por supuesto es siempre afín a los intereses de una de las facciones transitorias que lleva las riendas de manera coyuntural en el gobierno y, como esto encuentra las lógicas resistencias del otro lado, nos vemos inmersos en un espiral descendente de discusiones en donde como sociedad nos debatimos interminablemente en determinar si estamos bien o estamos mal.
La situación del sistema educativo en Argentina, afectado por las políticas recientes en torno a mitigar el daño que ha provocado la irrupción de una pandemia, no ha logrado escapar a esto. Hoy la sociedad se debate en determinar si está bien o está mal que las escuelas estén cerradas durante tanto tiempo. Acordar que las escuelas cerradas es algo que está mal, no implica en absoluto pensar que entonces debemos abrirlas y no atender a la cuestión sanitaria, pero al menos acordar en este punto nos dejaría disponible toda esa energía que se desperdicia en un debate estéril, para concentrarla en cómo podemos hacer para que las escuelas estén abiertas, porque las escuelas abiertas es lo que está bien.
Es sabido que el impacto de la pandemia ha sido más dañino en aquellos países en los que ya venían con más problemas, acá quizás eso fue evidente en el sistema de salud y en la economía, ya que hubo que salir a equipar hospitales y a implementar políticas de asistencia económica para aquellos que se vieron más perjudicados por la cuarentena. La educación tampoco pudo escapar a esto, haber cerrado las escuelas en todos sus niveles durante tanto tiempo en todo el país mostró a las claras que en Argentina existen profundas desigualdades, que dicha situación no hizo más que profundizar. La diferencia es que para la educación no hubo “salvataje”, se “arrojaron” algunas clases virtuales y archivos pdf por Whatsapp como si fueran los salvavidas de un barco que se estaba hundiendo y lamentablemente, no todos pudieron acceder a ellos, muchos (pero muchos en serio) acabaron por hundirse, lo que en términos de la metáfora expuesta, implica la desconexión total con la escuela, la caída de millones de niños, niñas y adolescentes del sistema educativo.
Al igual que en cualquiera de los grandes problemas estructurales de Argentina, esto nos obliga a todos a realizar grandes acuerdos en torno a dirigir nuestros esfuerzos hacia el norte del bien común, es decir, aquella idea que Rousseau describiría como “lo igualmente bueno para todos”, pero esto será imposible si no se entiende que “la educación” tiene que formar parte de un proyecto más inclusivo y ambicioso que es nada más y nada menos que un proyecto de país, ¿qué país queremos?, ¿qué proyecto educativo necesitamos para ese país que queremos? Estas no pueden ser discusiones interminables, porque es en ese devenir infinito que las desigualdades sociales se siguen profundizando.
El problema de las escuelas cerradas no es un problema de los docentes, de los alumnos, de los padres o de los sindicatos; es un problema de los argentinos en su conjunto.
Sé que hay muchas posturas que sostienen que es riesgoso abrir las escuelas conforme a la situación sanitaria producto de la pandemia, y es cierto es riesgoso; por ello no puede hacerse sin tomar los recaudos necesarios, y en tomar estos recaudos es que deberían estar unidos todos los reclamos a quienes nos gobiernan y tienen responsabilidad en esto; porque lo que es más riesgoso aún es que los niños, niñas y adolescentes adviertan que nuestro discurso acerca de que la educación es esencial y que constituye un derecho humano fundamental para el desarrollo de todas las personas, no se corresponda con nuestras acciones.
Volviendo a la metáfora del naufragio; quizás es un buen momento para enseñarles a todos estos “náufragos” que tenemos que aprender a nadar, porque aún no sabemos cuándo va a llegar ese salvavidas en forma de vacuna, porque uno de los aprendizajes más elementales que tiene que brindar la escuela es a superar los obstáculos, porque si simplemente seguimos esperando; puede que sean muchos niños, niñas y adolescentes más los que se sigan cayendo del sistema educativo.
Es por eso que muchos no dejamos de exigir que abran las escuelas.
Fuente: Infobae / * El autor es politólogo e integrante de Abramos Las Escuelas