Hay que pensar posibles esquemas de flexibilización del aislamiento para este grupo de la población.
Llevamos un mes de aislamiento social obligatorio y es momento de ponerse a pensar qué haremos con los niños y las niñas en este contexto. Sabemos, según lo expresado por el Presidente, que por el momento las clases no volverán. Pero sí es necesario reflexionar acerca de la prolongación del aislamiento total de niñas y niños, y discutir posibles esquemas de flexibilización de la cuarentena para este grupo de la población que parece haber quedado invisibilizado, y que de un día para el otro se tuvo que acostumbrar a esta nueva realidad, sin sus actividades cotidianas fuera del hogar.
Quizás ya no hace falta señalar que la cuarentena no es la misma para todos. Muchos niños y niñas en nuestro país viven hacinados, en condiciones muy precarias, compartiendo espacio con sus hermanos, sus padres, madres, abuelos o tíos, en convivencias ya de por sí difíciles pero que se agravan al estar toda la familia encerrada. Con angustia ante la perspectiva de enfermarse y no saber cómo se va a llegar a comprar alimentos la próxima semana o el próximo mes.
En este contexto, los niños y niñas perciben esta incertidumbre, sin entender esta situación extraordinaria que estamos atravesando de la misma manera que lo hace un adulto. Según datos del INDEC, en el último trimestre de 2019 vivían en condiciones de hacinamiento crítico 1.315.000 personas en todo el país, es decir compartían un cuarto con 3 personas o más. A esa cifra hay que agregar 5.766.000 ciudadanos que viven de 2 a 3 personas por cuarto.
El 70% del abuso sexual contra niños y niñas se produce dentro de los hogares. La cuarentena no es para todos sinónimos de clases virtuales, encuentros virtuales con compañeros y dibujitos en Netflix. Para muchos, implica pasar las 24 horas del día con quienes les hacen daño y los violentan, en lugar de cuidarlos y protegerlos. Además, en cuarentena se dificulta la posibilidad de denunciar: la mayoría de los servicios de protección y asistencia a las víctimas son líneas telefónicas.
Aunque en las últimas semanas se han hecho esfuerzos para incorporar otros canales de denuncia, como las redes sociales, los niños y niñas vulnerados están más solos. Los docentes son los actores con mayor probabilidad de detectar abusos, escuchar a los niños y canalizar denuncias. Hoy, esa posibilidad está ausente.
No hace falta tampoco recordar que un altísimo número de los niños, niñas y adolescentes no tiene acceso a Internet para poder seguir la escuela a distancia -a pesar de los enormes esfuerzos de los docentes para pasar a una modalidad virtual y trabajar desde sus casas, mientras ellos también deben hacerse cargo de sus propios hijos-.
De acuerdo a datos del operativo Aprender de 2018, solo el 37% de los estudiantes de escuela primaria de 6º grado de nivel socioeconómico más bajo tiene acceso a Internet. Ese porcentaje se eleva a 85% de los niños y niñas de nivel socioeconómico medio y a 99% de los de nivel socioeconómico alto. Además, 77% de los estudiantes de escuela primaria tiene una computadora en su casa, pero en el nivel socioeconómico más bajo sólo el 29% de los chicos tiene.
Estos datos visibilizan que descansar exclusivamente en la enseñanza virtual profundizará las desigualdades ya existentes en el sistema educativo, ya que la brecha de acceso a TIC se convertirá en brecha de acceso a la educación. Todavía se esperan definiciones de los ministerios de educación nacional y provinciales sobre qué medidas se implementarán para llegar a esos estudiantes y cómo se completará el ciclo lectivo: ¿podemos pensar en una vuelta a clases en el corto plazo? ¿qué clase de acompañamiento (presencial, telefónico, etc.) puede plantearse para los alumnos que no tienen acceso a Internet? ¿se contempla una promoción automática? ¿se extenderán las clases durante el verano? Son algunos de los interrogantes que en esta tercera fase de cuarentena obligatoria todavía no tienen una respuesta.
El esparcimiento, el movimiento y la actividad física son vitales para los niños y niñas. La Argentina ocupa el segundo puesto de la región en obesidad en niños menores de 5 años con cifras cercanas al 10% (FAO, OPS, 2016) y se estima que 1 de cada 3 niños en edad escolar padecen sobrepeso u obesidad. Además, la obesidad en la adolescencia se duplicó en solo cinco años: del 3,2% en 2007, al 6,1% en 2012 (Encuesta Mundial de Salud Escolar, 2012). En época de pandemia, vale la pena recordar que el exceso de peso es un factor determinante de enfermedades crónicas no transmisibles, como diabetes o enfermedades cardiovasculares, que representan el 70% de las muertes a nivel global. El sedentarismo y la mala alimentación son las dos causas del sobrepeso.
Las familias monoparentales tienen dificultades aún mayores en esta situación. El 84% de los hogares monoparentales están a cargo de mujeres y la pobreza infantil es mucho más elevada en esos hogares, ya que cuentan con una única proveedora de ingresos, que además debe asumir el total de las tareas de cuidado.
Pensar esquemas de flexibilización para que los niños y niñas puedan acceder al aire libre, a la luz del sol, realizar actividades físicas y realizar paseos, aunque sean breves y cercanos al hogar, debería estar en la orden del día.
Otros países han tomado decisiones en esta dirección. En Suecia y Dinamarca volvieron a funcionar las escuelas elementales, donde se aplican medidas de distancia social, mientras secundarias y universidades todavía no tienen fecha para retomar las actividades. En Polonia o Bosnia, los menores de 18 años solo pueden salir si van acompañados. Italia, el país europeo donde el Covid-19 ha dejado más muertos, permite que salgan acompañados con uno de los dos padres. Francia exige salir con una declaración jurada, firmada por los padres. España mantiene el encierro para todos los niños, aunque el debate público está abierto, con defensores del encierro y detractores comparando los derechos de las mascotas y de los niños.
El Comité de Derechos del Niño de la ONU emitió recomendaciones para hacer frente a la pandemia del Covid-19, respetando los derechos humanos de niñas y niños en la máxima medida posible. La primera recomendación es considerar los impactos sanitarios, sociales, educativos, económicos y recreativos de la pandemia sobre los derechos de niñas y niños. Si bien el derecho internacional de los derechos humanos permite excepcionalmente medidas que pueden restringir el disfrute de ciertos derechos humanos para proteger la salud pública, aclara que esas restricciones deben ser proporcionadas y mantenerse al mínimo absoluto. El Comité recomienda a los Estados que exploren soluciones alternativas y creativas, que incluyan actividades supervisadas al aire libre al menos una vez al día, que respeten los protocolos de distancia física y demás normas de higiene.
Nadie está poniendo un valor por encima de otro. Evitar la propagación del virus e impedir que colapse el sistema de salud es central, así como proteger la salud física de los niños y niñas. Pero la definición de la salud es un concepto integral. De acuerdo a la definición de la Organización Mundial de la Salud, la salud “es un completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedad”.
Las familias están intentando contener como pueden la energía, la angustia y la ansiedad de sus integrantes más pequeños. Necesitamos dar la discusión sobre cuándo y cómo los niños y niñas van a poder salir de la cuarentena. La decisión administrativa 490/2020, que se ha tomado para las personas con discapacidad y las del colectivo del trastorno del espectro autista, nos permite pensar en un protocolo que flexibilice el confinamiento y garantice los derechos humanos de las niñas y los niños, aún en época de pandemia.