Blanche Monnier tenía 26 años cuando Louise, su madre, la sometió a un brutal cautiverio porque quería casarse con un hombre “inconveniente” para la familia aristocrática y monárquica. Un romance clandestino de una de las empleadas de la casa derivó en un rescate que cautivó a Francia a comienzos del siglo XX. La historia de una mujer que no pudo volver a ser alguien normal
Eran las cinco en punto de la tarde del jueves 23 de mayo de 1901 cuando el comisario Bucheton, de la policía de Poitiers, Francia, golpeó la puerta de la mansión de la familia Monnier, ubicada en el número 21 de la calle de la Visitación. La empleada de la familia no pudo negarse a abrir. Bucheton venía acompañado y con una orden del procurador de París, Monsieur Morellet, para revisar la elegante casona. La excelente reputación de la familia aristocrática no los iba a detener.
La empleada, luego de consultar a la dueña de casa, les respondió que Madame Louise Monnier, de 75 años, estaba en cama, tendrían que ir a hablar con su hijo Marcel -de 53 años, doctor en leyes y ex funcionario público- quien vivía en la propiedad de enfrente, según publica Infobae.
Los policías cruzaron el jardín y los rosales y llegaron hasta su puerta. El mayordomo intentó desanimarlos, pero no lo logró. Marcel tuvo que atender a los uniformados quienes venían dispuestos a aclarar una horrible denuncia sin firma que aseguraba que en la casona familiar había una mujer mayor de edad secuestrada.
Una vez que las autoridades entraron a la mansión fueron chequeando las habitaciones de la planta baja. Encontraron todo en perfectas condiciones. Decidieron seguir la búsqueda en la segunda planta. Subieron la gran escalinata y, otra vez, ingresaron a cada ambiente. No hallaron nada raro hasta que se toparon con una puerta que conducía a una buhardilla. Estaba cerrada a cal y canto con una gruesa cadena y un candado. Exigieron que fuera abierta, sino tendrían que llamar al juez. La dueña de casa terminó accediendo.
Al entreabrir la vieja puerta de madera, un hedor nauseabundo se les pegó húmedo en sus caras. Los agentes intentaron contener la respiración. Tenían ganas de vomitar. En la completa oscuridad, al fondo del desván y sobre un colchón apestoso llegaron a distinguir la sombra de un esqueleto gris que latía desnudo.
Rompieron de inmediato las cadenas de las persianas y rasgaron la lona que tapaba las ventanas. El sol se estrelló sobre la inmundicia y las ratas y cucarachas corrieron a refugiarse. Los policías observaron entonces que esa figura, parecía ser una mujer. No llevaba puesta ropa. Una mata espesa de pelo oscuro caía hasta sus tobillos y tenía uñas como garras. Estaba rodeada de restos de comida, orín, gusanos, insectos y de sus propias heces.
Enceguecida por la luz, la criatura esperpéntica, cerró los ojos y pegó unos gritos al tiempo que intentaba esconder sus huesos roídos bajo la manta.
Era todo lo que quedaba de aquella mujer que buscaban. Marcel Monnier la identificó como su hermana.
Blanche Monnier, alguna vez joven y bella, tenía 52 años ese día en el que fue rescatada del infierno con una demora de dos décadas y media.
La joven Blanche de 26 años había decidido contraer matrimonio con un republicano de bajo recursos con la desaprobación de sus padres, y aunque no fue probado, el hecho por el cual la madre de la joven termino encerrándola en una pequeña burhadilla, se debió a un embarazo clandestino de la pareja.
Para 1876 ya Blanche Monnier había desaparecido de la faz de la tierra para la mayoría de sus conocidos y amigos. Ni siquiera su novio sabía nada de ella.
Para justificar la ausencia de Blanche, los Monnier simplemente mintieron. Primero, dijeron que estaba en un internado en el Reino Unido. A medida que fueron transcurriendo los años tuvieron que inventar otra excusa para su ausencia: contaron que Blanche se había instalado en Escocia. Mientras tanto, siguieron con su vida habitual y, alguna vez, hasta lloraron en público simulando que la extrañaban.
A través de una carta enviada al procurador general de París, Monsieur Morellet, lograron encontrar a la ya adulta Blanche Monnier: “Señor fiscal general. Tengo el honor de informarle de un suceso excepcionalmente grave. Me refiero a una solterona que está encerrada en la casa de Madame Monnier, medio muerta de hambre y ha vivido en una cama podrida durante los últimos veinticinco años, en una palabra, en su propia inmundicia”.
Al día siguiente del hallazgo de su hija, a Louise Monnier le llegó el escarnio público. Sus vecinos, aquellos que la habían sabido respetar, la increparon en la calle cuando era detenida. Vociferaban venganza.
La aristócrata viuda, impecable con su bata a cuadros blancos y negros, y su hijo, habían sido arrestados.
Louise Monnier terminó confesando que, preocupada porque su hija se relacionara con un hombre “fracasado”, que ensuciaría el honor de la familia, habían decidido encerrarla hasta que ella les asegurara que lo iba a rechazar. Pero, luego, las cosas se prolongaron en el tiempo. Como excusa esgrimió que su hija se negaba a salir de la habitación, que su salud mental había empeorado luego de una fiebre muy severa y que Blanche se negaba a comer y a vestirse.
Louise Monnier no soportó el disgusto de haber sido descubierta. Dos semanas después de ser encarcelada, el 8 de junio de 1901, un infarto terminó con ella.
Su hijo Marcel Monnier fue quien terminó siendo enjuiciado por su complicidad en el cautiverio de su hermana.