Ocurrió en 1945, cuando Estados Unidos intentaba armar su tercera bomba atómica. Fue el primer accidente nuclear provocado por un escape radiactivo. Le costó la vida Harry Daghlian, un físico de 24 años quien, imprudente, experimentó al límite un núcleo atómico volátil y peligroso. Su terrible final con fiebre, llagas y hemorragias internas.
Jorge Luis Borges escribió alguna vez una definición que acaso cifraba su destino taciturno y doliente de no haber sido feliz, pero que encerraba el designio único y final del ser humano: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es”, según publicó Infobae.
La noche del 21 de agosto de 1945, Harry Daghlian no había leído a Borges y ya no lo leería jamás; era un físico talentoso, joven y brillante, que trabajaba en el laboratorio de Los Álamos, en el desierto americano de Nuevo México, en el armado de la tercera bomba atómica que debería ser mucho más poderosa y fatal de las que todavía ardían en Hiroshima y Nagasaki y manipulaba un núcleo atómico al que, por volátil y peligroso, habían bautizado como “el núcleo del demonio”.
Pero aun sin Borges en el alma, cuando Harry metió la pata por imprudente, confiado y entusiasta, despertó al “núcleo del demonio” y desató en su laboratorio una reacción atómica en cadena, supo de inmediato dos cosas: que iba a morir de una manera espantosa y que debía salvar de alguna forma el estallido nuclear que se avecinaba. Hizo las dos cosas. Evitó el estallido y murió veinticinco días después, diluido por la radiación.
Harry era en realidad Haroutune Krikor Daghlian Jr., con ascendencia armenia estadounidense que había nacido en Waterbury, Connecticut, el 4 de mayo de 1921. Estudió en la primaria Harbor, de New London, adonde se había mudado su familia, y a los 17 años tocó el violín, como Einstein, en la orquesta de la escuela, mientras Europa coqueteaba con la Segunda Guerra Mundial.
Ingresó al mítico Instituto de Tecnología de Massachussetts, MIT, para estudiar matemáticas. Pero lo pudo la física en especial la física de partículas. Se graduó en la Universidad de Purdue, Indiana, en 1942, ya con Estados Unidos en guerra con Japón en el Pacífico y decidido a intervenir en el frente europeo.
En 1943 le hicieron una oferta que no pudo rechazar. Una fría noche de febrero, fuera de una de las aulas de la universidad, Harry se cruzó con un tipo misterioso que le hizo una tramposa pregunta de sondeo, con respuesta inducida para un chico de veintiún años: “¿Te gustaría unirte a un proyecto que va a cambiar el mundo?” Así fue como el joven Daghlian aceptó ser parte del “Proyecto Manhattan” que diseñaba la primera arma atómica de la historia. Daghlian se unió sin pensarlo junto a su mejor amigo, Louis Slotin, que compartiría se trágico destino nueve meses después de la muerte de Harry.
En Los Álamos vivía un monstruo. Sensible, peligroso, imprevisible, el “núcleo del demonio” era el tercero destinado a la poderosa y futura tercera bomba atómica estadounidense. Si la bomba hubiese sido pan, ese tercer núcleo era la masa madre. Era una esfera radioactiva de seis kilos, con un revestimiento de níquel que evitaba el escape radiactivo: se lo podía manipular sin riesgos. O casi. Lo llamaron Rufus, como a un perro malo. Los científicos jugaban con Rufus a ser Dios. Querían saber qué pasaba cuando el núcleo se acercaba a un estado súper crítico y previo a desatar una reacción en cadena en la que los neutrones se desprenden de un átomo para desprender otros neutrones de otros átomos y liberar una fuerza devastadora. Todo estaba bajo control. Pero si alguien se descuidaba, Rufus podía perder la paciencia y liberar una enorme cantidad de radiactividad.