
El 29 de marzo de 1956, Juan Carlos y su hermano Alfonso, se encerraron en el gimnasio de la residencia familiar en Estoril. Se escuchó un disparo seguido de un grito que alarmó a toda la casa. El menor de los Borbón estaba muerto.
-¡Júrame que no lo hiciste a propósito! – preguntó en un grito Juan de Borbón y Battenberg, Conde de Barcelona, con los ojos clavados en los de su hijo mayor, Juan Carlos.
Envuelto en una bandera española arrancada por el propio Don Juan del mástil de la residencia Viila Giralda de Estoril, Portugal, en el piso yacía el cadáver de su otro hijo varón, Alfonso, de apenas 14 años. La bandera se iba tiñendo con la sangre que manaba de su cara, donde una bala calibre 22 había impactado a la altura de la nariz, según publica Infobae.
La pregunta de Don Juan y el silencio de su hijo mayor se conocieron años después de aquella noche del 29 de marzo de 1956, Jueves Santo para más datos, cuando entre las 20 y las 20.30 se escuchó una detonación primero y después un grito en la habitación del tercer piso del palacio, donde estaban solos y con la puerta cerrada Juan Carlos y su hermano Alfonso.
El comunicado oficial de la embajada española en Lisboa fue escueto: “Estando el infante don Alfonso de Borbón limpiando una pistola de salón con su hermano, la pistola se disparó, alcanzándole en la región frontal, falleciendo a los pocos minutos. El accidente sucedió a las veinte horas y treinta minutos al regresar de los oficios del Jueves Santo, donde había recibido la sagrada comunión”, decía.
España estaba bajo la dictadura de Francisco Franco, que quería tener lejos a la familia real pero empezaba a ver al mayor de los hijos de Don Juan como una alternativa para reinstaurar la monarquía cuando él ya no estuviera para salvar al país del acecho de “los rojos”.
A diferencia de la escasa claridad del comunicado oficial sobre la muerte de Alfonsito, la oficina de prensa de los Condes de Barcelona, igual que la embajada española, divulgaron con todo detalle las actividades de la familia aquel trágico jueves santo.

El comunicado relataba que por la mañana el infante Alfonso había asistido a misa en la Iglesia de San Antonio de Estoril con sus padres, don Juan de Borbón y doña María de las Mercedes, y sus tres hermanos, el príncipe Juan Carlos y las infantas Pilar y Margarita.
La familia había postergado el almuerzo hasta las tres de la tarde porque, después de “recibir la sagrada comunión”, acompañó a Alfonso al club de golf, donde jugaba un torneo con chicos de su edad. Regresaron todos juntos a Villa Giralda, donde cada uno quedó libre hasta la hora de la cena.
Don Juan de Borbón se dedicó a escribir cartas, doña María a dar indicaciones a la servidumbre y a leer en su habitación, las dos infantas a los juegos infantiles, mientras Juan Carlos y Alfonso fueron a una habitación del tercer piso, donde funcionaba un gimnasio, para practicar tiro al blanco con la flamante pistola Long Automatic Star calibre 22 que le habían regalado a Juan Carlos unos pocos días antes en la academia militar.
De ahí en más, nada, salvo el disparo accidental y el comunicado oficial sobre la muerte del infante.
El cadáver fue enterrado la mañana del sábado 31 de marzo en el cementerio de Cascais. En la fosa se volcaron varias bolsas de tierra española traídas de la zona agrícola de Almendralejo. Torcuato Luca de Tena, el duque de Alba, Leopoldo Calvo Sotelo y otras siete personalidades españolas transportaron el féretro.
Luego de la ceremonia, don Juan se subió solo a su Bentley color negro y manejó hasta un lugar nunca precisado de la costa, donde tiró la pistola al mar. “No quiero verla nunca más”, dijo para explicar el acto; así también cerró toda posibilidad de descubrir quién empuñaba la pistola calibre 22.
El secreto de lo que realmente ocurrió en aquella sala de juegos se enterró aquel día junto al infante y la pistola arrojada al mar. “Los nobles de España, monárquicos de corazón, callaron en torno al misterio”, escribiría muchos años más tarde uno de los integrantes de aquel cortejo fúnebre, el director del diario español ABC Torcuato Luca de Tena.
Al día siguiente de la muerte de su hermano, Juan Carlos fue enviado a España, donde terminó su formación lejos del resto de su familia, con la que se reunió muy pocas veces desde entonces.
Como contrapartida, el dictador Francisco Franco lo puso bajo su ala con la idea de convertirlo en estadista. Tenía planes, aunque los mantenía en reserva.

En 1962 se casó con Sofía de Grecia y, en 1969, finalmente Franco transformó en ley sus deseos para Juan Carlos. Según la Ley de la Jefatura del Estado de 1947, un Borbón volvería al trono de España a la muerte de Franco. Por derecho dinástico, el puesto le correspondía a Don Juan, hijo de Alfonso XIII, pero el 22 de julio de 1969 el generalísimo dictador completó su jugada y, con otra ley, convirtió a Juan Carlos en heredero legítimo del trono, saltándose a su padre.
Don Juan calificó a esa ley como “un engendro monstruoso” y no quiso renunciar a sus derechos dinásticos. Si las relaciones entre padre e hijo eran frías y distantes, a partir de entonces quedaron definitivamente rotas.
Franco murió el 20 de noviembre de 1975 y dos días después Juan Carlos I de Borbón fue proclamado oficialmente Rey de España.
Tenía 37 años y llevaba casi veinte años en el país. Durante todo ese tiempo nunca había dicho una palabra sobre la muerte de su hermano.
Tampoco lo haría después: el único gesto público hacia Alfonso de todo su reinado fue repatriar sus restos en 1992 para ponerlos en el panteón familiar.