Con esperanza resignada, como le ocurre con todo político, raza de fatalistas, Mauricio Macri empezó a desandar el corralito que se impuso después de las PASO. Mandó a decir a todos que no renovará los decretos de pesificación de las naftas y el petróleo.
La medida vence el 13 de noviembre, cuando ya se sabrá si hay o no balotaje, y se convirtió en otra causa de pelea con esa industria, que siempre entendió -aun en tiempos de la economía autárquica de los Kirchner- que la dolarización del recurso es la única salida para hacerle rendir al país las inversiones petroleras. La pesificación del crudo y el control de precios fue un bombazo a una actividad ya en emergencia por el marco general de la economía, y motivó que algunas empresas y cuatro provincias demandasen a la Nación por ese giro en la política nacional.
Hay una causa en la Corte Suprema que puede correr el mismo destino de cachetada que tuvo la semana anterior el DNU de recorte del IVA. En este caso son dos decretos (566 y 601) y una resolución de la Secretaría de Energía, que se justificaron en «los recientes acontecimientos económico-financieros». Macri lo decidió el 15 de agosto, pocas horas después de conocer el resultado de las PASO del 11 de ese mes, y fijaba por 90 días corridos un valor dólar de $ 46,69 y un precio del petróleo de USD 59 por barril.
Aunque la resolución que siguió a los decretos dio una compensación a empresas y la provincia, esa pesificación y congelamiento de precios detuvo inversiones, además de las demandas. Los emisarios de la noticia de que se volverá a dolarizar el giro del negocio, fueron Miguel Gutiérrez, presidente de YPF, el candidato a vicepresidente Miguel Pichetto y el senador Esteban Bullrich, que les comunicaron a los gobiernos de Neuquén y Río Negro, y a la cámara de empresas proveedoras de la actividad – la mayoría pymes – que la voluntad del gobierno es mantener a YPF con todos los contratos que aseguran la actividad, y que el régimen pesificador vence sí o sí el 13 de noviembre. Se trata de salvar las inversiones para 2020 en Vaca Muerta, porque los inversores congelaron iniciativas cuando se conoció la pesificación, según informa diario Clarín. Justo en el momento cuando decidían sus presupuestos para el año que viene.
El botín de YPF en el centro de otras batallas
Ese trío de enviados de Macri al planeta Vaca Muerta, almorzaron discretamente el miércoles en la chacra La Noninna, de Cipolletti, ante un grupo importante de empresarios, y los ministros de energía de las dos provincias. Complementó otro anuncio de Pichetto y Bullrich a empresarios de la fruta, de un préstamo de $ 400 millones a Río Negro para pagar los controles de plagas sobre productos, que suelen tener barreras para ingresar en algunos mercados, como Brasil. La presencia de Gutiérrez importó, porque la señal de que no se renovará la pesificación del negocio petrolero es un capítulo de una batalla más de la guerra del petróleo, que se libra por ahora en la clandestinidad, y de la que se conocen fragmentos por el relato periodístico, como los de Marcelo Bonelli en este diario. Según esa trama, hay una pelea por el futuro de YPF en cualquiera de los escenarios electorales.
El botín lo justifica por los activos de la petrolera estatal:
1) posee yacimientos principales en todo el país y firmó, bajo el anterior gobierno, el acuerdo con Chevron, que pagó el aprendizaje en materia de extracción no convencional, y operó como maniobra de reducción del riesgo que compromete a todo nuevo negocio.
2) Las otras empresas que compiten, siempre miran a YPF por otras zonas que tiene adjudicadas, pero que no explota. Es el capítulo de la pelea por el «acreaje» – de acres, unidad de medida.
3) YPF posee un conocimiento de la industria mayor que los demás -el petróleo es además, una industria del conocimiento.
4) También es un gigante comprador. Maneja un presupuesto en compras a proveedores de alrededor de USD 8.000 millones por año. En esta trama gravitan Miguel Galuccio, ex YPF del anterior gobierno y hoy con la confianza personal de Cristina; Guillermo Nielsen, que está haciendo un acelerado aprendizaje del negocio por indicación de Alberto Fernández; y Sergio Massa, como cabeza de un grupo de empresas que le han confiado la personería para relacionarse con un eventual nuevo gobierno.
En esa pelea hay alfombras rojas, tarjetas rojas y también cortesías. Por ejemplo, Galuccio, que armó la empresa Vista, que ha invertido USD 1.000 millones en dos años en Vaca Muerta, es uno de los que demandó al Gobierno por esos decretos de pesificación. Tuvo la cortesía de llamarlo a Macri por teléfono para avisarle de la querella. El presidente le pidió tiempo. No surtió efecto, es la antesala de la decisión de no prolongar la pesificación. Macri dio alguna señal a mediados de setiembre, cuando recibió en Olivos a la cúpula de la flamante Cámara Argentina de la Energía, que preside el ex embajador en Brasil de su gobierno, Carlos Magariños. Les deslizó que esperaba que esos decretos quedasen sin efecto por las demandas.
Este movimiento de los emisarios de Macri en el corazón de la industria responde a los efectos que tiene esa batalla sorda en todos los protagonistas del sector. En el Gobierno temen que la pelea por el control futuro de la empresa, empiece a golpear ahora al management de YPF, en donde hay hombres que vienen de la administración anterior, como Daniel González, hoy CEO y antes CFO de la empresa; un Newman boy que sumó Galuccio y a quien combatieron los peronistas sin mucha suerte.
Galuccio ha lacrado los términos de la charla que mantuvo en La Habana con Cristina. Le rindió un informe, no fue el quien contó de esa cita – deja creer que el dato salió del Instituto Patria – pero tampoco la desmiente. Sobre un futuro en YPF con un gobierno eventual de Cristina, tiene la misma respuesta que Daniel Rafecas cuando le preguntan si sería Procurador de la Nación de un eventual Alberto: soy un hombre del sector, pero antes soy argentino, y si puedo servir de algo, lo consideraré. Como ocurre en la Argentina de los políticos débiles, nadie puede hablar con sinceridad. Son como los maridos infieles, no pueden decir la verdad porque cualquier dicho o anuncio genera anticuerpos letales, que debilitan lo dicho o anunciado. Por eso los candidatos no muestran planes ni adelantan gabinetes ni equipos. Hacen política con gestos mudos.
Van por el mundo con la frase «read my lips» que consagró George Bush, el Viejo (‘Read My Lips, No New Taxes’, sancionó en 1988, y con eso le ganó las elecciones a Michael Dukakis). Para adivinar qué harán hay que remitirse a sus antecedentes. Macri echa incienso sobre Vaca Muerta como mito criollo, pero su fuerza ha ido más por el lado de las energía renovables, algunos dicen que llevado por amigos hacia esa convicción. Sobre la expresidenta, ha dicho Graciela Camaño: «Se equivocan los que creen que Cristina es inmobiliaria. Ella es petrolera”. Hay que creerle a Camaño, que tiene una de las miradas más finas para mirar a la política y a sus actores. Eso quiere decir muchas cosas. Por ejemplo, que un petrolero ama el alto riesgo y saca oro de lugares que nadie ve. O que el petrolero busca, encuentra, se lleva la riqueza y no deja nada, salvo contaminación. Cristina pertenece al mundo de la economía extractiva patagónica, minería y petróleo, y su relación con la industria y los otros gobernadores con ese recurso antecede a Galuccio, hoy su referente, pero que es en ella una pasión otoñal. Más fuerte puede ser el lazo con poderes de otras provincias. Por eso todos miran qué hará el peronismo si gana las elecciones. La liga de mandatarios ya apartó a Cristina de la fórmula. En 2015 el proyecto de Daniel Scioli era a crear una Agencia de Energía, para que la manejase el ex gobernador de Neuquén Jorge Sapag, un contradictor fuerte de Galuccio en aquel momento, y que hasta ahora mira detrás de la ligustrina. Pero con un catalejo y varios baquianos que trabajan para él en el terreno.