Vivía en Ciudad Oculta y se levantaba a las 5 para ir a entrenarse; le daba vergüenza decir que habitaba una villa, y tras esos 15 años hoy agradece al club millonario y no lo cambia por nada.
“Héctor”, en la escuela. “David”, con la familia. “Negro”, para los amigos. “Martínez”, en River. Le digan como le digan, hay cosas que no cambian. Perfil bajo, sereno y memorioso, el verbo desarraigar no aparece en el diccionario del defensor de 24 años que no pierde su esencia. Cuando mira para atrás, se aferra al pasado para disfrutar su presente y erguirse con templanza. Ya no le da vergüenza contar su historia. Sale a jugar en el Monumental ante 70.000 personas y se divierte como también lo hacía con sus hermanos Ariel y Lucas en las canchitas y los pasillos de Ciudad Oculta. Aquel niño que se levantaba a las cinco de la mañana para tomarse el colectivo 28 e ir a entrenarse acompañado por su papá, Eusebio, o su mamá, Norma, mientras en el barrio no creían que era jugador de River, hoy es uno de los defensores más valorados del fútbol sudamericano. Y aunque Palmeiras de Brasil o Betis de España le pongan millones de dólares sobre la mesa para llevárselo, él no lo duda: quiere seguir en su casa. Las raíces no se olvidan.
“Estoy muy contento de seguir en el club. No fue una decisión difícil porque tenía claro lo que quería. Me puse firme y quise continuar. Estoy acá para seguir creciendo y ganando cosas importantes. No me quedé solo por lo emocional, sino por mi carrera. Todos saben lo que representa River: es un club gigante y no podés equivocarte. Y yo estoy para sumar experiencia, mantenerme en la selección y explotar mi carrera que no es tan larga”, asegura Martínez en diálogo para LA NACION durante la pretemporada. “Pensé en las ofertas que llegaron, pero no dudé. Gallardo ya sabía lo que quería, no necesité ninguna charla. Él sabía lo que tenía en mente, la decisión estaba tomada sin hablar”.
Nacido el 21 de enero de 1998, pasó sus primeros 15 años en la villa, se mudó en 2014 con toda su familia y hace tiempo vive solo en una casa en Lugano, cerca de sus seres queridos y sus amigos de toda la vida. Esos que lo vieron crecer en la escuelita del barrio “Canto a la vida”. Que lo acompañaron cuando pasó al baby en el Club Alvear. Que siempre lo ayudaron al llegar a las infantiles de River en 2010 con solo 12 años. Que lo contuvieron cuando con sus hermanos tenían miedo por los tiroteos que escuchaban o cuando lo apuntaron con un arma para robarle unos botines que su papá le había comprado hace cuatro días. Que se hicieron hinchas de Defensa y Justicia cuando le tocó irse a préstamo. Y que hoy festejan cada partido suyo en el Millonario como si fuese el último.
–¿Qué recuerdos tenés de tu infancia en Ciudad Oculta?
–No sé si fue una etapa dura, porque no viví cosas graves. Pero tampoco fue fácil. Mis viejos se esforzaron y se dedicaron muchísimo para acompañarme y estar conmigo en cada momento. Si recuerdo todos los años que vivimos ahí, no me voy a olvidar nunca que siempre se rompieron el lomo para darme a mí y a mis hermanos todo para que no nos falte nada. Yo lo tengo muy presente eso. Me fortaleció. Miro para atrás y digo: viví 15 años en una villa, en momentos donde no tenía nada, y hoy tengo otras condiciones. Ese paso fue muy importante y lo tengo muy presente por la fuerza que le metieron mis viejos.
–¿Cómo era la rutina diaria para poder ir a entrenarse?
–Me levantaba a eso de las cinco de la mañana para poder llegar temprano al Monumental. Primero me empezaron a acompañar mis viejos y después empecé a ir solo. Desde Ciudad Oculta al club tenía una hora de viaje en el colectivo 28. Después iba al colegio a la tarde y estaba todo el día afuera. Pero para mí era divertido. Iba con compañeros, la pasaba bien. Yo no hice un sacrificio, eso lo hicieron mis viejos laburando para sostener a la familia: mi mamá como empleada doméstica y mi papá en una empresa de publicidad. Lo mío fue dedicarme a entrenar y a jugar al fútbol, nada más.
–Alguna vez contaste que te daba vergüenza decir que vivías en la villa. ¿Cómo se convive con la estigmatización?
–Yo no hablo mucho de esto porque no es mi perfil. Pero cuando lo hago lo siento de verdad porque estuve ahí. Y ese miedo a contarlo lo fui perdiendo. Porque elegir el camino correcto depende siempre de cada uno. El apoyo de la familia es muy importante, pero podés elegir tu camino igual. Está en tus manos. Conocí mucha gente y muchos amigos que, aunque tenían un apoyo familiar, tomaron el camino equivocado. Yo por suerte tomé el correcto y nunca estuve cerca de perderme por cómo me criaron y por lo que yo quería. Pero si te lo ponés a pensar, tampoco estaba tan lejos: tenía amigos que robaban o se drogaban al lado mío y a mí jamás se me cruzó por la cabeza. Y se lo debo a la familia impecable que tengo.
–¿Cuánto soñaste estar en el lugar en el que estás hoy?
–A mí de chiquito me gustaba vivir el día a día, no pensaba tanto. Cuando iba a entrenar en las infantiles, nunca creí que iba a estar donde estoy hoy. Yo iba y me divertía. Imaginate que en el barrio no me creían que jugaba en River. A mis viejos le decían que no, que cómo podía ser… pero nosotros somos una familia humilde a la que nunca le importó lo que dijeran los de afuera. Después se fue dando todo, pero nunca imaginamos esto.
–¿Cómo atraviesa hoy tu familia este momento?
–Están felices, contentísimos de todo lo que vivimos y de que yo esté acá. Me acompañan en cada momento, en cada decisión. Pero yo no me considero el orgullo de mi familia ni mucho menos. Mis hermanos también se rompen el lomo: el más grande labura en una fábrica de repuestos de autos y el más chico entrena en un club y vende ropa por internet. El orgullo somos todos, la familia completa.
–Se te llenan los ojos de lágrimas cuando hablás de tus papás y tus hermanos…
–Es que es mi familia, yo viví todo ahí con ellos. Hubo momentos en los que no teníamos para cenar. Era un mate cocido, un pan y chau. Por eso quizás lo siento tanto cuando hablo y valoro todo. Cada paso dado, cada título, cada esfuerzo, cada logro… con mi familia nos juntamos y lo festejamos como lo merecemos, recordando siempre lo que pasamos antes. Yo siempre digo: si querés conseguir tus sueños, no bajes los brazos hasta lograrlo. Siempre hay que darle para adelante. Es lo que yo hice para estar donde estoy.
–Qué dirán ahora los que no te creían que jugabas en River…
–(Risas) Sí. Pero mirá que ahora yo cuando voy para el barrio me los cruzo, eh. Yo no les doy bola. Voy poco por el tiempo, pero sigo yendo porque tengo a mis amigos ahí. A lo largo del tiempo he perdido amistades, pero muchas las conservo. Y me gusta ir a visitarlos, me tratan de 10 y ahí soy uno más de ellos. Eso es lo que a mí me gusta. No quiero caminar y que digan ‘uh, ahí viene David Martínez, el jugador de River, mirá’. No, yo soy uno más. Soy David, el Negro. Quiero que me sientan como uno de ellos, yo viví ahí, salí de ahí.
–Se condice con tu bajo perfil. ¿Te choca la exposición?
–Es que no me gusta mucho ni hablar, ni mostrarme, ni las redes sociales. No lo necesito. No es mi estilo. Quizás la gente piensa que no le doy bola, pero trato de no mirar mucho lo que me escriben, ya sea para bien o para mal. Lamentablemente cuando ganás sos el mejor y cuando perdés sos el peor. Por eso prefiero evitarlo.
–¿Tu familia y tus amigos son todos de River?
–Tengo amigos de River, pero son más de Chicago. Ahora… mis hermanos son enfermos de River. Termina un partido y me quieren sacar toda la ropa, es una locura. Están todo el día compartiendo en redes cosas de River. Son muy fanáticos. Van siempre a la cancha. Cuando yo me fui, ellos hinchaban por Defensa, eh. Pero siempre siguieron yendo al Monumental. Compraban la entrada e iban. Yo soy hincha del club, pero soy más tranquilo, por eso no lo demuestro tanto.
–¿Qué es River para vos?
–Todo. River es todo. Pasé muchos años acá, casi doce. Cuando me tocó irme no me gustó para nada, fue muy triste. Pero sabía que iba a volver. En ese momento había muchos centrales, no tenía lugar, ya había sumado muchos partidos en reserva y me tocó debutar en 2018 justo antes de la final de Madrid. Entonces hablé con Marcelo, me dijo que necesitaba minutos y sumar experiencia. Y cuando me llamó Defensa no lo dudé. Fue triste, no me gustó. Pero lo tomé y lo aproveché al máximo para conseguir esto que tengo hoy. Se dieron las cosas así y ahora estoy feliz. Para mí es una revancha porque logré salir campeón, uno de los primeros sueños que tenía. Desde chico que estoy acá y cuando me tocó irme no pensaba todo esto. Hoy miro hacia atrás y estoy contentísimo.
–¿Qué tiene de diferente Defensa y Justicia?
–Yo no esperaba conseguir todo lo que conseguí. Ganamos la Copa Sudamericana, jugué un montón de partidos y sumé mucho. Defensa tiene todo. Es muy ordenado, jugás bien al fútbol, podés mostrarte y te dan el lugar. Quizás no se siente la misma presión que en River, pero fue un paso muy, pero muy importante para mí.
–¿Cómo viviste tu evolución en el 2021?
–El año no lo arranqué como quería. Fui de menor a mayor. Creciendo, sumando experiencia, mirando a los más grandes para ser el jugador que hoy soy. Tengo muchos referentes en el día a día. Se ve y se aprende mucho de ellos. Trato de aprender y sumar cosas a mí juego. Yo creo que todavía me faltan cosas que me van a seguir completando: un poco más de marca y de agresividad. Pero creo que lo voy a conseguir rápidamente. Estando acá se consiguen esas cosas que te permiten evolucionar.
–¿Cómo definís a Gallardo?
–Lo tiene todo. Es muy completo. Es un técnico ganador, que siempre te exige, te pide más y más. Eso es lo que a mí me gusta de él. Nunca afloja, quiere ir por todo. A mí me gusta jugar de esa manera.
–¿El juego que les pide a vos y a Díaz en la zaga también es el que les gusta a ustedes?
–Se ve claramente en los partidos que jugamos muy adelantados, pasando la mitad de la cancha. Eso yo ya lo tenía porque sabía lo que era jugar en River. Estuve más de 11 años en inferiores y en reserva también jugaba igual. Y con Paulo nos entendemos mucho. Es un juego que nos gusta a los dos: ir para adelante y tratar de meter un pase filtrado cuando tenemos la pelota. Nosotros intentamos jugar desde el círculo central hacia adelante y sabemos que corremos riesgos. Hay 50 metros a la espalda que con un pelotazo nos puede dejar mal parados. Pero es el riesgo que se corre jugando en River.
Cómo juega Héctor David Martínez
–Llegaron Mammana y González Pirez. ¿Cómo va a ser la competencia este año?
–Como siempre: muy sana. Cada uno quiere su lugar en el equipo titular. Acá se vive todo semana a semana. No importa si mañana sos titular, el próximo fin de semana podés ir al banco o no ser citado. Hay que estar siempre al 100% porque los de atrás te comen y te caés, eh. Es difícil mantenerte acá en River.
–Y atrás están Maidana y Pinola. Otro año más acompañando como referentes…
–Mirá. Yo tuve que entrar por una situación que a nadie le gusta: la lesión de un compañero y más de la forma que se lesionó Javi. Lo aproveché al máximo, pero ellos siempre estuvieron ahí atrás mío ayudando y apoyando, nunca hicieron una mala cara. No solo conmigo, sino con todos mis compañeros. Y eso fortalece un montón al grupo y se nota en la cancha después. Toque jugar o ir al banco, el jugador de River va a acompañar. Somos una familia. Eso es lo que buscamos. A cada uno que llega el grupo lo incorpora muy rápido. Se ve en cada entrenamiento o en las cosas que hacemos.
–¿Qué sueños tenés?
–Este año hay un poco de todo, tenemos más de 50 partidos. A mí me gusta ir paso a paso. Pero yo quiero salir campeón de la Copa Libertadores. Es mi deseo para este año, pero estoy tranquilo y sé que con trabajo vamos a llegar lejos. Y después, jugar el Mundial es el deseo de cualquier jugador. Hoy con Paraguay no estamos como queremos en la tabla, estamos complicados. Pero matemáticamente se puede y vamos a dar todo hasta lo último contra cada rival porque queremos entrar. Ahora se nos vienen dos partidos muy difíciles y vamos a intentar sacarlo adelante. Nuestro sueño es clasificarnos.
Fuente: : LA NACION