Víctor Díaz, jubilado de 68 años, contó cómo vivió el brote en su pueblo.
Con síntomas de un resfrío común, que iban empeorando, Víctor Díaz pidió un turno el primer domingo de noviembre en el hospital rural de Epuyén, pero tuvo que esperar hasta la semana siguiente para que lo revisaran. El médico, que al mes firmaría el primer comunicado oficial sobre el brote epidémico de hantavirus , ni siquiera sospechó que ese paciente que estaba dejando ir sería el caso cero de Hantavirus.
En una entrevista con La Nación, Díaz comentó cómo fueron esas primeras semanas de incertidumbre en la comarca andina. «Los médicos me decían que no era contagioso», contó Díaz al repasar la información que recibió durante la internación en el hospital de Esquel, a la semana de la primera consulta cuando le pidieron que volviera con un turno. «Andaban todos sin barbijo», agregó.
Las consultas en los hospitales locales se multiplicaban y pacientes con síntomas «sospechosos» recibían un «seguimiento ambulatorio». El primer parte diario del Ministerio de Salud de Chubut sobre el brote es del 7 de diciembre pasado. Dos días después de la declaración oficial de brote epidémico, los vecinos que ya se habían autoconvocado a través de grupos de WhatsApp frente a la municipalidad para saber qué medidas de prevención tomar. Temían que el contagio fuera interpersonal, como había sucedido en el brote de 1996 en El Bolsón.
Díaz está jubilado. Tiene 68 años y trabajó durante más de 30 en una maderera. Ahora, se distrae con reparaciones en su casa, donde también cría unos pocos animales, como ovejas o gallinas. En la entrevista con el diario porteño, negó gran parte de lo que se dijo sobre él: no es changarín, leñador ni recolector de hongos. Y dijo que aún no sabe con certeza cómo contrajo el virus con el que también enfermaron su hija Isabel -uno de los cinco casos del primer eslabón de contagio- y su exesposa, que murió los primeros días de enero.
Además, todavía duda de haber sido el paciente a partir del que se inició la cadena de transmisión, como señala la investigación epidemiológica del brote. Díaz indicó que pudo haber estado expuesto al virus donde los lugareños recolectan hongos, camino al paraje El Coihue. «Pudo haber sido ahí cuando fui a buscar a mi hija», planteó, porque es donde los especialistas en zoonosis capturaron un roedor infectado.
«Autoricé que en mi casa colocaran 20 trampas para ratones porque son los que transmiten el virus y no había -manifestó-. Y como estaba todo limpio, hasta me pidieron permiso para instalar el laboratorio en el que un grupo de Buenos Aires y Rawson sacaba las muestras para estudiar los que capturaban en todas partes porque tenían agua y sombra».
La cepa Andes Sur del virus hanta es epidémica en el sur. Es la única que se puede transmitir de persona a persona, además de la exposición a las partículas virales que eliminan roedores silvestres por las heces, la orina o la saliva como el resto de las cepas distribuidas en el país.
El sábado 3 de noviembre, el medio centenar de invitados a un cumpleaños de 15 fue llegando al salón Peumayen en Epuyén. Fue la reunión en la que coincidieron las cinco primeras personas que enfermaron entre el 20 y el 26 de ese mes, además del caso índice. Díaz explicó que compartió la mesa con su hija y su compadre, Aldo Valle, que fue la segunda víctima fatal. No tuvo contacto, según dice, con el resto de los primeros casos detectados. «Nadie más se acercó a la mesa. Mi hija ayudaba a atender a los invitados. Pero ella enfermó mucho tiempo después».
En la madrugada del domingo, Díaz empezó a sentirse mal. No tenía fiebre, pero los escalofríos, el dolor muscular y el decaimiento lo asustó lo suficiente como para ir al hospital, donde le pidieron que volviera con turno. No pudo esperar y regresó. Ahí le indicaron una radiografía de tórax y un análisis de sangre, que estaría listo el jueves. Pero un día antes, quedó internado por gastroenteritis. Tenía fiebre, náuseas y no comía. Los valores de laboratorio al día siguiente más las placas parecieron confundir aún más al médico.
De vuelta en Epuyén, cuando fue a un control, su hija Isabel le dijo al médico que no se sentía bien, que tenía escalofríos. La evaluó y le indicó un análisis, que volvió a hacerse al día siguiente, con casi 39 grados de temperatura. Ese día, quedó internada. Con los resultados de laboratorio, le diagnosticaron una infección urinaria y volvió a su casa con un antibiótico e ibuprofeno. A las dos semanas, después de otra internación y otra alta, llegó la confirmación de Buenos Aires: tenía hantavirus. Casi al mes, su madre también enfermó. Murió el 3 de enero.
«Lo pude pasar, pero ya no quiero saber nada más de todo esto porque se llevó a mi mamá -dijo Isabel-. Actuaron mal. Nadie nos dijo que era contagioso. Nadie me va a decir lo que es tener hantavirus y perder a alguien».
«Fue muy difícil todo acá -afirmó Díaz-. Tuve la suerte de que la gente no se enojó. Muchos trataron de darme fuerza. Me fueron a visitar al hospital. Es un pueblo chico y cuando me veían, me decían ‘Qué suerte que te compusiste rápido’ o me preguntaban ‘¿Qué hiciste Díaz para zafar?'».
Mientras que el aislamiento domiciliario compulsivo a mediados de enero, demostró ser efectivo para frenar el contagio a partir del 11 de enero, los relatos coinciden al criticar la ausencia de recomendaciones con los primeros casos.