Ambientada en los años ‘80, bien lejos de la narrativa tradicional del cómic, llegó a la pantalla grande “Guasón” (Joker), del talentoso realizador Todd Phillips (“¿Qué pasó ayer?” / 2009), con el protagónico de Joaquín Phoenix (“Gladiador” / 2000). Es la versión antagónica del personaje legendario nativo del DC Comics, que da vida al thriller psicológico de autor. El espectador no está frente a la clásica película de antihéroes: es un prolífico ensayo sobre el payaso criminal; los aspectos psiquiátricos del personaje, el miedo a la locura, condensa una cinta de carácter expresionista, sólo para paladares exigentes.
Argumento. Arthur Fleck (Joaquín Phoenix), es un hombre solitario y retraído, con sueños inalcanzables y una risa que no logra controlar (puede provocar ataques de carcajadas o llanto desmesurado).Vive en Gotham City (Ciudad Gótica) con su madre, y su única motivación en la vida es hacer reír a la gente. Tiene una aversión hacia la sociedad debido a que lo han maltratado muchas veces, esto lo lleva a acumular tensión, y un día explota vestido de payaso y todo lo convierte en un caos. El detonante, una sociedad que lo ignora. La construcción del villano de Phoenix es superador: hace quedar en el olvido a los defensores de Heath Ledger en el “Batman: el caballero de la noche” (2008). El actor, oriundo de Puerto Rico (nacionalizado estadounidense), nos obsequia una masterclass de alta densidad dramática.
La trama hace foco en el origen del mal, en la perversión, las manías del personaje y su historia criminal. Por eso incomoda a la domesticada y complaciente crítica matayuyos. Son los posibles condicionantes de su enfermedad que asedian a la razón. Es la tensión bondad-maldad, la lucha interna que aborda el ensayo cinematográfico de Phillips. Por supuesto, se han alzado voces a favor y en contra. Nos referimos a la industria del correctismo político, voces de antisistema, que apuestan a la censura arropándose de buenos modales. Detrás de esta alocada idea de la “Gestapo ideológica”, subyace el concepto de que no se puede empatizar con “el malo” en tiempos violentos. La caricatura sugiere glorificar la violencia, según el censor relativista.
Argumentos inconsistentes: “Guasón es una cinta cruda, no es para todo tipo de público, no es recomendable que los adolescentes la vean y tampoco adultos sensibles” / “¿No somos responsables de alguna forma de hacer delincuentes?”. Como si la violencia intrínseca del sujeto se soluciona con una mera autocomplacencia cognitiva. El viejo truco de “el enemigo no es el antihéroe, es la sociedad y su sistema perverso que lo genera”. La mejor refutación a los censores de lo establecido, la encontramos en el genial cineasta Quentin Tarantino: “lo mío es arte, es ficción”. Curiosamente, “Guasón”, tiene guiños a la estética de Tarantino (violencia desmedida, historia no lineal, uso de la música, planos detalles mórbidos, etc.).
La película viene precedida de importante palmarés: ganó el León de Oro en Venecia 2019 (Mejor película), y va a cosechar muchos premios de la temporada. El colofón será el ansiado Óscar y bien merecido lo tiene. Creo en la metáfora de la historia del “Guasón”, una película donde la anomia es lo posible, que nos induce a la anarquía social como diagnóstico liberador de los fantasmas del mal y la alienación. Así, el lenguaje cinematográfico es diegético (mundo ficticio del espacio, tiempo y personaje), desde el primero al último fotograma.
En conclusión: asistimos al cine de repertorio, cine artístico, pero en formato comercial. ¡Todo un logro! El film noir del payaso que ríe, como catarsis de la violencia urbana. ¿Se podrá contar la historia completa en el mismo género del melodrama? ¿Habrá una segunda parte donde el villano enfrente al héroe Batman? En una historia trágica cuyos efectos psicológicos aún yacen en Ciudad Gótica, todo puede ser…