Franco, fantasma a medida

Poner a Franco, sacar a Franco. Poner a Franco, sacar a Franco. Disimular a veces su existencia y otras veces hacer exhibicionismo. Y sobre todo, concentrar en él todos los males, se llamen empresas offshore…

domingo 16/12/2018 - 10:54
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Poner a Franco, sacar a Franco. Poner a Franco, sacar a Franco. Disimular a veces su existencia y otras veces hacer exhibicionismo. Y sobre todo, concentrar en él todos los males, se llamen empresas offshore o sospechas de coima. Así puede resumirse la táctica que usa el Presidente desde que asumió hace tres años y seis días, el 10 de diciembre de 2015. Es que Mauricio, como Franco, se llama Macri. Cosa que no siempre conviene.

Cuando el Gobierno tiene problemas con el patrimonio presidencial, el juego es que la palabra “Macri” se asocie siempre con Franco y no con Mauricio. Ni hablar en los últimos días, cuando la Justicia citó a indagatoria al antiguo jefe del clan por el presunto pago de sobornos en el negocio de peajes y sus abogados adujeron que Franco, de 88 años, no estaba en condiciones físicas y psíquicas de comparecer.

El hermano presidencial Gianfranco Macri también fue citado. Siempre fue directivo de las empresas del grupo familiar junto con Franco y Mauricio. Ahora es uno de los accionistas de SOCMA, Sociedades Macri. En 2009, cuando recibió las acciones de manos de Franco, el actual Presidente las repartió entre tres de sus hijos, Agustina, Jimena y Francisco.

Gianfranco presentó un escrito ante la Justicia. Al salir de Tribunales contestó preguntas de los periodistas.

“No pagué una coima en mi vida”, dijo.

“¿Y su padre?”, quisieron saber los periodistas.

“Pregúntenle a él”, contestó.

El CEO de SOCMA es un hombre demasiado fácil para los juegos de palabras, Leonardo Maffioli.

Pero resuelto por la Naturaleza el problema de Franco, ni Maffioli ni los asesores del Presidente lograron resolver el problema de Gianfranco. El 27 de agosto de 2017 PáginaI12 publicó una nota de Horacio Verbitsky en la que informaba que el hermano presidencial había blanqueado 622 millones de pesos, o 35,5 millones de dólares. En mayo de 2016 Mauricio Macri declaró bienes por 110 millones de pesos. Su declaración de 2017, correspondiente a las existencias de 2016, indicaban un patrimonio de 82 millones de pesos, supuestamente porque una parte había pasado a formar parte de un fideicomiso ciego y porque había donado dos millones de pesos en plantaciones a su hija Antonia.

Si en 2009 Franco cedió un patrimonio equivalente a cada hijo, la exteriorización de bienes de Gianfranco dejó al Presidente como el más dispendioso de los Macri.

La aparición de los Panamá Papers ya había fastidiado a Mauricio por la permanente referencia a la integración de sociedades con su padre y con su hermano.

Este diario publicó durante meses los detalles de una de las empresas offshore de la familia, la más activa, Fleg,

El periodista Tomás Lukin publicó el 15 de mayo de 2016 que Fleg compró el 99,9 por ciento del capital social de una firma con nombre portentoso, Owners do Brasil Participacoes Ltda. Traducido del inglés, Dueños de Brasil Participaciones Limitada.

Los directivos de SOCMA figuraron tradicionalmente entre los más poderosos de la Argentina. Los economistas Eduardo Basualdo, Manuel Acevedo y Miguel Khavise escribieron en 1984 que, de siete empresas en 1973, los Macri llegaron a 47 a finales de la dictadura. Llegaron a ser propietarios de Sevel, de Sideco, de SOCMA financiera, de Manliba, de Itron y de Iecsa. Reforzarían su poder de manera decisiva durante el gobierno de Carlos Menem, en buena medida gracias a la financiación voluntaria o forzosa del Estado. En 1999 la deuda del grupo ascendía a 900 millones de dólares repartidos entre acreedores privados y estatales. Fue ése el momento elegido para hacer pie en Brasil. Fleg gastó en Owners 9,3 millones de dólares mediante la firma SOCMA Americana SA.

El diputado del Frente para la Victoria Darío Martínez y el fiscal Federico Delgado también investigaron la suerte de Fleg, pero la falta de colaboración de la Justicia brasileña y la morosidad de las cancillerías brasileña y argentina hizo que no fuera posible constatar oficialmente la información real que sí existía. Delgado dijo que en los últimos años había investigado, entre otros, a Mauricio, Gianfranco y Franco Macri. Abrió siete expedientes. “Los siete se cerraron o nosotros fuimos expulsados”, dijo.

Franco salió en auxilio de sus hijos cuando, a fines de 2016, se atribuyó el desembolso de los millones entre la cadena de empresas. Todavía en plena actividad, dijo en ese momento que el escándalo de Panama Papers era “un absurdo total”.

Más allá de cualquier derivación penal que pueda tener la citación de Gianfranco y de Franco, e incluso si no terminara en un procesamiento, cada vez que los fantasmas salen del closet reavivan la historia. Las historias.

Uno de esos episodios del pasado transcurrió casi inadvertido. Fue durante el G-20, cuando vino Donald Trump. Prolija, la web de la Casa Blanca transcribió una parte del saludo público antes de la reunión bilateral con Macri, en la mañana del 30 de noviembre último. Dijo Trump: “Quiero decir solamente que con Mauricio somos amigos desde hace mucho tiempo. Muchos años. La gente quizás no lo sepa. El era un hombre muy joven, muy apuesto. Y nos conocimos bien. Hice negocios con su familia, con su padre. Grande el padre. Era amigo mío. Yo compré terrenos del ferrocarril en West Side y fue una gran obra, una obra exitosa. Enorme trabajo. Uno de las mayores obras en Manhattan”.

¿Trump sabía que a Mauricio le molesta la reaparición del nombre de su padre una y otra vez, sobre todo cuando se acercan de nuevo las elecciones? ¿Fue un descuido del presidente que garantiza el acuerdo del FMI con la Argentina? ¿O da su visto bueno para los desembolsos pero no se priva de dejar en claro quién manda?

Este diario publicó el 13 de noviembre de 2016 la historia de cuando Franco y Mauricio quisieron comprar una gran propiedad en Nueva York y construir un edificio de 124 pisos. Serían 4300 departamentos en Lincoln West. Un directivo suyo, Orlando Salvestrini, que luego recalaría en Boca Juniors, los había convencido de que todos los arreglos estaban hechos y que el negocio sería imparable. La contraparte era un tal Donald Trump, un magnate inmobiliario ligado a familias a las que envidiaría pertenecer el actual CEO de SOCMA. En una entrevista concedida en 1990 Franco contó que Trump se comportaba “como el dueño de Nueva York y me veía como un principiante, como si yo fuera campesino bananero de Sudamérica”.

A esa altura la participación de los Macri en el negocio inmobiliario de Nueva York había recibido el veto de la poderosa industria de la construcción que regentea Manhattan. Y el alcalde Ed Koch, que gobernó Nueva York entre 1978 y 1989, ni siquiera se enterneció cuando los Macri mandaron de amable componedor a un amigo de David Rockefeller, el ministro de la Economía de la dictadura José Alfredo Martínez de Hoz.

Dicen los que saben de esa historia que los norteamericanos ofrecieron a los Macri una compensación por haberlos dejado fuera del negocio: les darían el azulejado de los departamentos.

Fue una gran obra, como dijo Trump. Para Trump. Sin fantasmas de por medio.

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