FMI: Pusieron fecha, nomás

Se ignoran todavía cuáles serán las condicionalidades del acuerdo entre el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Gobierno del presidente Mauricio Macri. Cabe imaginar, porque el FMI sigue siendo el mismo pero ha maquillado su…

miércoles 13/06/2018 - 8:14
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Se ignoran todavía cuáles serán las condicionalidades del acuerdo entre el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Gobierno del presidente Mauricio Macri. Cabe imaginar, porque el FMI sigue siendo el mismo pero ha maquillado su retórica, que no se llamarán “condicionalidades”. Serán enunciadas, ya ocurre, como un gozoso consenso que terminará con el déficit fiscal y alumbrará 70 años de crecimiento.

Se desconoce la fecha de partida del inverosímil prodigio, se sabe que lo precederán tiempos de sacrificio, desigualmente repartido.

Los críticos de los “populismos” le enrostran que producen “pan para hoy y hambre para mañana”. El neoconservadorismo invierte la fórmula. El mañana, en ambos casos es virtual y profético. El presente, tangible.

Se capta, a simple vista, el derrotero de la política económica M, en un estadio nuevo, exacerbado, para nada asombroso.

Afirmar que la estanflación signará el resto del 2018 orilla el riesgo de pecar de optimista: nada indica que cesará cuando lleguen las fiestas de fin de año.

En medio del descenso general del nivel de vida, de valor adquisitivo de salarios o ingresos y de expectativas, habrá ganadores y perdedores dentro de la nueva faceta del modelo. El ajuste es, primero que nada, estatal. Los trabajadores del estado quedan primeros en la fila de los castigados. Padecerán ceses de contratos, despidos donde esté autorizado por ley (y a veces, donde está prohibido), empeoramiento de condiciones de trabajo.

En lo institucional, las provincias serán el pato de la boda. Se las privará de fondos coparticipables que la Casa Rosada distribuyó favoreciendo a las los distritos con gobernadores de Cambiemos pero reservando una parte a las peronistas o de otras banderías (Neuquén, Santa Fe) tanto como para que no se hundieran. El savoir faire sugiere que las “del palo” recibirán trato preferencial dentro de la malaria.

Voceros extraoficiales u oficiosos anticipan que se discontinuarán las remesas de fondos para el Fondo de Incentivo Docente, carambola que agravará las privaciones de los maestros. La medida restaura una clave del menemismo: derivar funciones a los territorios sin asegurarles los recursos necesarios para solventarlas. En aquel entonces el saldo fue una caída en prestaciones básicas: salud, educación, solo para empezar.

Las restricciones al Banco Central –que no podrá solventar al Tesoro nacional– y las impuestas a éste configuran otro déjà vu una versión menos rotunda que (pero emparentada con) la Convertibilidad. El Estado se ata las manos, privándose de herramientas que podrían serle imprescindibles cuando se ahonde o ramifique la crisis.

Las metas de reducción del déficit fiscal, en plazos angustiosamente cortos (aunque se declame lo contrario) supera, como en aquel pasado doloroso, a las impuestas a los miembros de la Unión Europea.

La actividad privada recibirá menos sablazos directos pero se irá enfriando con la recesión que funciona en parte como instrumento anti inflacionario.

Los informales percibirán prestaciones y “planes” devaluados. El mercado de trabajo (y no el Estado, directamente) acentuará su flexibilización o los dejará en la calle.

Dentro de ese contexto, la Confederación General del Trabajo (CGT) anunció el paro general para el 25 de junio, sin movilización.

La modalidad ya se cuestiona, bajo sospecha de ser una nueva aliviada para el Gobierno.

Puesto a favor de la CGT: lo más contundente es el paro, que demarca posiciones y fue acompañado de declaraciones muy críticas a la economía del binomio Gobierno-FMI.

Explicación adicional: a la conducción cegetista no le quedaba otra que sumarse a la oposición social que la praxis macrista acrecienta día tras día.

Desde diciembre de 2015 la protesta y la revuelta callejeras, el impresionante abanico de resistencias en el espacio público, empujan a la oposición política y a la principal Central de trabajadores.

La clase obrera, stricto sensu, es una caracterización anacrónica o la pintura de una minoría menguante.

La clase trabajadora está fragmentada, una fracción creciente vive con agobio un horizonte que no va más allá de semanas o del fin de mes. A la CGT le costaría un Perú ser su vanguardia, si se lo propusiera, porque expresa apenas a un fragmento. Para colmo, carece de una conducción unificada y de un liderazgo para contraponer al peso   específico del oficialismo que maneja a la Nación y a las dos provincias de mayor peso.

De cualquier forma, volvemos, la CGT demarca diferencias: como los manifestantes del Mayo Francés le piden al Gobierno lo imposible: un giro de timón en el rumbo económico. Dentro de sus limitaciones, da un paso al frente.

Un paro con movilización hubiera sido motejado de desestabilizador. Uno fijado para el día de un partido de Argentina, tomado en solfa. El apodo de “dominguero” le caerá al del lunes 25. Todo modo, servirá de termómetro adicional para medir la desaprobación a Macri y su tozudez ajustadora.  La temperatura se palpa en la calle, en los negocios, en las familias. La sensación térmica, como es regla durante el invierno, es más fría que la marca del termómetro.

De todas maneras, el paro le duele al Gobierno que se afanó para frenarlo con chafalonías u ofertas inaceptables.

La contrapropuesta de la CGT, los cinco puntos, estaba fuera del deseo del macrismo.

“¿Qué pasará el martes 26, eehh?” resonará el sonsonete del Gobierno. Si no cambia su política, pasará más y peor de lo mismo. Cerrarán otros negocios o pequeñas industrias, crecerá la comensalidad en comedores comunitarios o en las escuelas. La frustración colectiva, el temor por el futuro inminente, la suba descontrolada de la canasta familiar, la inseguridad alimentaria y laboral son productos de decisiones oficiales. El paro planta una réplica, toma posición, acata la consigna “poné la fecha”.

El anuncio llegó en una jornada dotada de simbolismos. Tomemos dos.

-El acampe ante la casa del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, millonario en dólares, con el patrimonio a buen resguardo en el exterior, pijotero (por decir lo mínimo) para pagar tasa municipales y servicios de agua corriente. Un emblema de la clase dominante, impresentable por donde la miren.

-La vigilia previa a la votación de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, consecuencia de una militancia democrática, irreductible y tenaz, marcha contra la tendencia de la época. Brega por la ampliación de derechos, saludable excepción en un estadio en que el movimiento popular se consagra a evitar retrocesos.

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