A solas, en su nueva “casa-estudio” habla del costo que pagó por “dejar de ser cagona”, del amor “al fin sano” con Luciano Castro. La primera “cita accidentada” en la que debió pedir auxilio a su mamá. Por qué lo rechazó cuando él le propuso una relación. Y cómo, dos meses después, ella le pidió que sea su novio con un anillo que lleva grabado el lema de los dos.
Fue durante una de sus tantos pasos por boxes, o como le llame a esos momentos en que llega “destruida” a casa de su madre buscando definir deseos o necesidades y “madurar la valentía” para asimilarlos, según publica Infobae.
Dice que la frase más simple le resultó clave. Escuchar: “Hija, ¿realmente te gusta lo que hacés?”, la puso de cara a su primer amor: la música.
Y, más aún, al prejuicio que se había repetido una y mil veces: “Hay sueños que no son para mí”. Entonces, Florencia Giannina Vigna (27), que hasta ahí siempre había sido “la elegida” de alguien más –Marcelo Tinelli, Pedro Alfonso o Nicolás Vázquez–, por primera vez se elegía a sí misma: “Cruda, fiel, independiente y autogestiva”.
Ubica el primer registro de esta pasión a los 14 años, “cuando ir a bailar al club significaba meterme en una película, lejos de los problemas que se vivían en casa”. En ese contexto, la música, para ella, fue “una aliada, un rescate, la libertad”.
Fue en la Fundación Julio Bocca donde, entre clase y clase, debía cambiar los rollos de papel higiénico en los baños o atender los teléfonos, entre otras tareas que le valieran la beca que había recibido. Allí, un profesor de canto le dijo: »´No te metas en materias musicales; bailá, que es lo que te sale bien´».
Nunca logró ser una “chica Cris Morena” y pasó años como extra de SUTEP (Sindicato Único de Trabajadores de Espectáculo Público) hasta conseguir rol en su primera publicidad en la que, finalmente, solo mostraron su sonrisa, pero “me salvó el viaje de egresados”, dice. La frustración fue su suerte hasta los 18 años, cuando entró en Combate (El Nueve).
“Si actúo es por la influencia de mi hermano (Miguel Ángel Vigna, 35), actor, director y el mejor titiritero de este país. Digamos, el artista que más admiro”, asegura. Y su gran compañero de tantas horas de soledad en aquella casa de Floresta en la que el apremio económico obligaba a las ausencias.
Durante un periodo de su más tierna infancia durmió en la parte de atrás del local multirubro que sus padres habían abierto como kiosco. “Hasta que se dieron cuenta de que vender jabón en polvo y suavizante, sumaba. Y después, que si compraban tangas en Once podían hacer cinco o diez pesos más. Entonces el barrio supo que en lo de Miguel y Vivi conseguían de todo”, cuenta.
Linkea aquel pasado con el espacio que habita. Su primera propiedad. “Una casa que me gustó por viejita. Porque estaba llena de humedad. Semi destruida. Porque sentí un paralelismo entre ella y yo. Le dije: ´Yo te voy a dejar hermosa, casita´. Así le fui poniendo onda”, revela. “Yo quería un sitio que, al llegar, me devolviese ese universo que vive en mi cabeza”.
En estos términos, sobre el podio de referentes, su madre es uno. “Mi faro”, la nomina. “Nació en Bolivia. Quedó huérfana cuando era muy chiquita. Llegó al país con su abuela, con quien atravesó situaciones muy dolorosas. Y creció en un orfanato de monjas, haciendo de todo: cocinando, limpiando y estudiando”, cuenta Flor.
Vigna, a fines de 2020 tomó una decisión tan sorpresiva como cuestionada por colegas y fanáticos: abandonaría su rol en Una semana nada más, el fenómeno teatral de los últimos tiempos. El éxito y su exigencia, “no me dejaba tiempo para algo nuevo”, explica.
Tomó clases de piano y levantó pilas de hojas con sus ensayos y temas incipientes. “¿Iba a seguir sin animarme por esperar ese laburo perfecto? ¿Seguiría pagando un precio tan alto por ser cagona?”, pensó.
“Muchas veces me había quedado en lugares de grandes oportunidades, pero en los que, por miedo o vergüenza, no fui yo al ciento por ciento. Entonces no me sentía ni funcional ni auténtica”, revela.
Sin dudas, en pos de su sueño, el costo que prefirió asumir fue el económico. Y apostó a la autogestión.
“Fuimos a tocar puertas, nos ofrecieron dos mangos. Y pensando en la autenticidad que no queríamos perder, entendimos que tal vez sería la mejor manera de aprender y de disfrutar del viaje”, cuenta.
“Toqué ahorros y, por primera vez en mi vida, debí empezar a hablar de plata, de sindicatos, de inversiones. El secreto está en la click de la cabeza, en el cambio de creencias. Hoy prefiero ir en bici a todos lados y encontrarle la vuelta a la subsistencia para gastar solo en mi sueño, porque lo vale”, expresó.
“Introspección” es un término recurrente en su relato. Vigna cultiva su espiritualidad, un hábito incitado por su madre, maestra de Reiki y guía de Biodecodificación, Bioneuroemoción y consteladora familiar. “Me gusta ir un poquito a todos lados: Filosofía, Astrología, Numerología… Soy muy mística”, dice.
Vigna hoy se habilita la sensualidad. Pero para hablar de ese tránsito, se remite a la edición 2017 del Bailando, cuando una de las integrantes del jurado esgrimió una frase desafortunada respecto de sus logros en el certamen. “La palabra puta asustaba mucho en aquel contexto sociocultural tan machista. Era la forma más básica de desacreditar a una mujer, como si se tratase de un insulto”, dice.
Finalmente aprendí que mi intelectualidad, o el hecho de que se tomasen en serio mis criterios, no dependen de un escote”, cuenta.
Me redescubrí a mí misma por un nuevo amor”, reflexiona. “Pasó con Lucho. Cuando él me dijo: ´Qué lindo que es ese lunar que tenés ahí´, yo me enamoré de ese lunar. De un lunar al que jamás le había puesto atención».
»La conexión con otro, con su mirada, con su piel, te hace percibirte de otra forma. Y todo, hasta el entrelazamiento de los cuerpos, comienza a tener otra connotación. El morbo te resulta banal y lo que sentís, lo que pasa entre los dos, pasa a ser místico”, sostuvo.
Redescubrió y se redescubrió en la intimidad. “Lucho tiene algo muy lindo. De cuidado, de preguntar qué quiero y necesito”, cuenta. “Me enseñó a amarme y a que yo también puedo ser mimada”. Y la quiera “al natural”, dice. “Un día me miró desnuda y me dijo: ´Nunca te operes´. No dejo de aprender de él y de sus miradas”, cuenta.
La primera cita fue una merienda en casa de Florencia. “Preferí que sea de tarde porque de noche es más difícil echar a la gente”, dice.
“Me hice la cheta y pedí por delivery un budín de banana, que nunca se comió, y una limonada. Al rato de haber recibido el pedido, lo miré y pensé: ´¡Soy una rata! Esto es re poco…´. Así que volví a pedir otras cositas para quedar bien, ¿viste? Y al salir a buscarlas se me cerró la puerta. Quedé en la calle, sin llaves ni celular», comenta.
»Tuve que pedirle ayuda a mamá y encima blanquear a medias la situación: ´Mirá, má, está por venir un chico..´. No le conté quién era en ese momento. ´Necesito que vengas a abrirme´. Tenía miedo de que se cruzaran en la vereda, de que se enterase el barrio. Eso hizo que tuviese menos tiempo y no pude ni maquillarme. Así que desde un principio, él conoció la posta», señala.
Aunque recuerda que “él me quiso dar un beso al minuto 15, más o menos, y yo dije: ´Hey, hey, hey… pará pará”, porque como dice, “la vergüenza a veces me tapa la calentura”. No obstante, llegó. Y fue al despedirse. Después del primero –”que fue chiquito, con mordida de labio”–, ella pidió un segundo: “¿Podrías darme otro?”. Y por más que en ese momento debió partir, “no nos separamos más”.
Llevan el mismo diseño de anillo con la palabra Disfrutar. “Ya un lema entre los dos”, explica. “Fue con él que le pedí que fuese mi novio. En realidad, Lucho me lo había propuesto cuando yo aún no estaba lista. En una conversación me tiró: ´Te lo digo a vos, que sos mi novia…´. Y lo paré: “No, no. Yo no soy tu novia’’.
Pero, “cuando sentí que ya era el momento, dos meses después, le escribí una serie de cartitas con frases que solemos decirnos siempre, y las distribuí por toda la casa. Al final del camino estaban los anillos. Entonces le pregunté: ´¿Querés ser mi compañero de disfrute?’. Y me dio un ´Sí´ muy seguro. Y nos pusimos de novios», recuerda.
Ya hubo presentaciones e interacciones familiares de ambos lados y hasta “pizzeadas” lideradas por Castro, con las manos en la masa. “Mi vieja adora a Lucho”, revela Florencia. “Me dice que es un tipo muy inteligente. Muy sensible. Ella ve que me cuida mucho y eso la hace feliz”, relata.
No obstante, más allá de Castro, y “por enseñanzas propias”, Viviana, “una mujer que parió tantas cosas”, siempre le recuerda: “Una no es de nadie”. Y aunque Vigna tenga presente sus “notas mentales” respecto del amor, asegura que Luciano le plantea el amor más libre que experimentó jamás.