La pareja de Alberto Fernández habló de sus orígenes humildes, de su relación con el candidato del Frente de Todos, su visión de la Argentina y la gestión de Macri. Dice que, si llega a ser primera dama, no se imagina en un cargo, sino «haciendo cosas por los pobres y por los chicos».
Si hace unos años alguien le hubiese augurado que un día iba a estar muy cerca de convertirse en primera dama de la Argentina, se hubiera reído. Pero Fabiola Yáñez, periodista, actriz y pareja de Alberto Fernández desde hace cinco años, se adaptó rápido a esta nueva etapa. Será porque está acostumbrada a los cambios: desde que empezó preescolar hasta que terminó la secundaria pasó por trece colegios de diferentes provincias y estudió periodismo en Buenos Aires, donde conoció al candidato a presidente del Frente de Todos cuando lo contactó para convocarlo a un ciclo de diálogos políticos que organizaba la universidad en la que estudiaba y trabajaba gracias a una beca. De un tiempo a esta parte, Fabiola hizo una pausa en ambas profesiones y empezó a recorrer los barrios más humildes para visitar comedores infantiles, escuelas y comunidades de pueblos originarios, con la idea de conocer sus necesidades y acercarles ayuda, porque la infancia le interesa especialmente. Nació en Río Negro, en el seno de una familia pobre y porque conoció esa realidad no la “shockea” ver un piso de tierra. Si Fernández se convierte en presidente, se imagina haciendo trabajo social y no detrás de un escritorio. En una entrevista exclusiva con PáginaI12, la primera que da desde la nominación del candidato del FdT,Yáñez habló de todo: la relación con Fernández, su mirada sobre el país, la despenalización del aborto y su futuro como eventual primera dama.
Fabiola es una persona calma y tiene la sonrisa fácil. Hace poco cumplió 38 años. El día en el que se hizo esta entrevista, Alberto Fernández estaba en Lanús en el acto de reunificación de la CGT y ella recibió a PáginaI12 con Dylan, el perro de la pareja, en el departamento en el que conviven en Puerto Madero.
—¿Cómo estás?
–Tranquila, con momentos de ansiedad que son naturales, pero bien.
–¿Ya tomaste conciencia de que probablemente vas a ser la próxima primera dama de la Argentina?
–De a poco voy pensando en eso. Pero al principio traté de acompañarlo a Alberto en un hecho muy movilizador para él. No me puse eufórica ni dramática. Me acuerdo de que me dijo que no se lo podía decir ni a mi mamá hasta el sábado. Y traté de contenerlo también a Estanislao, su hijo, que el otro día dijo en una entrevista que yo lo había ayudado a procesar la noticia.
–¿Cuándo te diste cuenta de que Alberto podía ser el próximo presidente?
–A la semana de la nominación fue impresionante cómo se acercaba la gente para plantearle sus demandas y para apoyarlo. Y ahí entendí que ésta era nuestra nueva realidad. En esa nueva realidad pensé que era necesario que lo ayudara. Y sentí que el mejor modo de hacerlo era trabajando a favor de quienes en este momento están pasando mucha necesidad, sobre todo por los niños. Esa era la demanda más importante que le hacían y le hacen.
–¿Es la población que más te interesa?
–Sí. En la Universidad de Palermo hice una pasantía en la Organización Civil Periodismo Social, en el departamento especializado en investigación infantil del territorio argentino y brasileño. Hacía un monitoreo de medios y una agencia semanal.
—Con Alberto empezaron a salir cuando él no tenía cargo. Vos no te enamoraste del futuro presidente de la Argentina. ¿Cómo fue esa historia?
— Hacía rato que él se había ido del gobierno. Yo tenía una beca en la Universidad de Palermo, donde estudiaba periodismo y trabajaba en el área de Comunicación Institucional. Se armaban ciclos de charlas y yo convocaba a los dirigentes. A uno de esos encuentros me acuerdo que estaba invitado Macri. Una de esas veces, también lo contacté a Alberto. Pasó el tiempo y cuando estaba terminando mi tesis, que fue sobre la relación interdiscursiva entre el diario Clarín y el primer gobierno de Néstor Kirchner, lo volví a llamar. Primero lo consulté, después le hice una entrevista. Rendí la tesis y me saqué un diez. Y un día me llamó él para invitarme a salir. Así empezó todo. El 14 de mayo cumplimos cinco años juntos y en el 2016 nos comprometimos.
–Es un hombre exigente. Además de lo físico, ¿qué creés que lo enamoró de vos? Las pocas veces que contestaste sobre ese tema sólo te preguntaron de qué te enamoraste vos.
–Es difícil que yo conteste eso, pero creo que le gusta el hecho de que sea positiva y alegre. Él es más serio, pero nos complementamos bien.
–Ahora sí, ¿qué te enamoró de él?
–Más allá de sus singularidades, es un hombre simple. Y es una persona brillante.
–Naciste en Río Negro, viviste en Misiones y en Rosario, decidiste radicarte en Buenos Aires en 2004. ¿Cómo tiene que ser una persona para poder sobrellevar todos esos cambios?
–Creo que tengo una gran capacidad de adaptación. Fui a trece colegios desde preescolar hasta quinto año porque el trabajo de mi papá requería que nos mudáramos seguido. La parte buena de eso es parecida a la sensación de estrenar una obra como actriz: es todo nuevo y hay adrenalina. Pero no es fácil… hubo momento duros.
–¿Cómo era tu familia de origen en términos económicos?
—Yo nací en una familia pobre. Por eso cuando voy a los comedores… yo conozco lo que es un piso de tierra y no me shockea. Siempre viví en ciudades muy chicas y ahí es más fácil apreciar la sencillez y las necesidades de la gente.
–Hace un tiempo empezaste a subir a Instagram actividades tuyas en comedores y escuelas. ¿Cómo empezó eso?
–Antes lo hacía de vez en cuando, sobre todo en Misiones. Acá también lo hice algunas veces. Y en esta etapa lo sistematicé a partir de un posteo que hice después de ir a visitar la comunidad guaraní Mbya en Misiones, en el medio del monte. Sacamos fotos y las publiqué en redes porque hubo una ceremonia muy linda. Ahí decidí que iba a ser la primera de muchas actividades que iba a hacer todas las semanas.
–¿Qué vino después?
–Gracias al respaldo de un grupo de muy buenos amigos hoy cuento con tres depósitos donde recibimos donaciones y una o dos veces por semana visitamos entre cinco y seis comedores y merenderos. Al principio llevábamos ropa y frazadas, siempre cosas nuevas. Imaginate la alegría de los chicos. Pero después nos dimos cuenta de que lo que hacía falta era comida. La semana pasada fuimos a Benavídez y los chicos no tenían dónde sentarse. Y apareció alguien con sesenta pupitres. La señora estaba feliz. Ella tiene un comedor, pero tuvo que pedirles a otras señoras que abrieran también comedores en sus casas. Es impresionante porque en un solo barrio hay 200 chicos que van a comer.
–¿Qué es lo más duro que te tocó ver en estas recorridas?
–Los comedores son casas de gente que abre su patio, pone un tablón y da de comer. Lo más terrible fue escuchar que los chicos te digan mientras te abrazan “llevame con vos a vivir a tu casa”. Y en las escuelas, que un niño se coma media banana y se guarde la otra mitad en el bolsillo para el hermano que no está escolarizado.
–¿Cómo definís al actual Gobierno?
–Es gente que no está preparada para gobernar porque no tiene empatía con nadie. Y parece que ya perdieron la cordura completamente. Lo que más me duele es ver la cantidad de personas que han perdido su empleo, los emprendedores que tuvieron que cerrar el proyecto que quizás fue la razón de su vida y ven todo tirado por la borda. Imaginate a una persona que empezó a los veinte años con una fábrica y la tuvo que cerrar. Detrás de los títulos de las malas noticias, hay personas de carne y hueso.
–¿Cómo te definís políticamente?
–Soy peronista. Tengo muy arraigado el valor de la solidaridad, pero no tuve ni tengo militancia política. Prefiero comprometerme humanamente y no detrás de un partido. Lo más cerca que estuve en mi vida de la política se dio cuando lo conocí a Alberto y es muy probable que sea presidente (risas).
–El rol de primera dama adquiere el perfil de la persona que lo ocupa. ¿Cómo te imaginás el tuyo?
–Todos tenemos una causa: para mí son los chicos. Yo no me veo en un cargo, no me veo detrás de un escritorio. Soy una persona de acción. En los comedores suelen cocinar con leña, en el piso. Y a veces llamo a alguien que conozco que puede solucionar el tema y me ayude a conseguir garrafas. Y así con cada problema. Sí haciendo cosas por los pobres y por los chicos. A todos nos hace bien hacer cosas por lo demás. Estoy en contra de la estigmatización de la solidaridad. Desde que publiqué que estoy haciendo estas actividades, el efecto contagio funcionó y se está sumando un montón de gente. En la Argentina que viene se tiene que involucrar todo el mundo para que salgamos adelante y sanemos como sociedad. Yo sé que la economía no está bien y va a ser difícil levantarse. Pero para ser solidario no hace falta tiempo. Se puede ser solidario ya, sólo hace falta compromiso y ese compromiso está en cada uno.
–¿Qué pensás de la despenalización del aborto?
–El aborto es una cuestión de salud pública de la que hay que ocuparse. Penalizarlo no ha sido la solución.
–Si hace algunos años alguien te hubiese dicho que ibas a ser primera dama, ¿qué hubieses dicho?
–Me hubiese reído. Pero siempre fui muy soñadora y creo que a un chico tener fantasías en la cabeza lo ayuda a sobrellevar momentos difíciles. Me parece que los niños, además de aprender contenidos, en la escuela tienen que aprender sobre sus emociones. A reconocerlas. Es muy importante. Por eso estoy a favor de que exista una ley de educación emocional a nivel nacional.
–Si no fueras su pareja, ¿qué esperarías de la presidencia de Alberto?
–Que trabaje en pos de conseguir un país con igualdad de oportunidades. Que la gente deje de sufrir tanto.
–¿Ya te adaptaste a verlo menos?
–Sí. Al principio fue complicado, obviamente. Pero las recorridas por comedores y las escuelas me hacen muy bien porque siento que estoy haciendo algo por los demás y eso es muy gratificante. Porque si lo acompañara ahora en las recorridas implicaría que me tengan que cuidar a mí además de a él. Y no soy la prioridad.
–¿Cómo se llevan con Alberto? ¿Pelean cada tanto?
–Nos llevamos bien y últimamente está tan ocupado que no tenemos tiempo de pelear.
–¿Creés en Dios?
–Sí. Y también me considero espiritual aunque últimamente me cuesta meditar (risas).