Esquirlas económicas desde Medio Oriente

Cuando el mes de noviembre pasado el actual líder supremo de la revolución iraní, el ayatolá Ali Khamenei, respaldó las medidas del Gobierno de Teherán para incrementar el precio de la gasolina en un 50%,…

jueves 09/01/2020 - 9:02
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Cuando el mes de noviembre pasado el actual líder supremo de la revolución iraní, el ayatolá Ali Khamenei, respaldó las medidas del Gobierno de Teherán para incrementar el precio de la gasolina en un 50%, hubo disturbios en distintos puntos del país. Eran voces disidentes que sostenían que las mafias del poder disfrutan de monopolios (más de un 50% del sector de la producción corresponde a las empresas estatales), controlando un sistema de toma de decisiones que favorece la concentración de la riqueza, el saqueo de los recursos nacionales y la fuga de divisas: se calcula que solo en los primeros tres meses de 2019, salieron 20.000 millones de dólares de las arcas iraníes.

Estos números asustan, aunque en Argentina estemos mal acostumbrados. Algunos lo racionalizarían como algo lógico, dada la inestabilidad geopolítica y financiera. Nosotros podríamos asemejarlo a la famosa ‘viveza criolla’: los formadores de precios, en lugar de vender los productos para el mercado doméstico, se encuentran exportando producción realizada con el ‘dólar barato’ de hace seis meses, quedándose con las divisas que ya valen el triple del momento de producción, para luego redireccionarlas a paraísos fiscales.

Poco parece importarle al líder supremo, cuya respuesta fue contundente: “el sabotaje y los incendios son obra de hooligans y no de nuestro pueblo. La contrarrevolución y los enemigos de Irán siempre han apoyado el quiebre de la seguridad, y van a continuar haciéndolo”. Una ‘economía de resistencia’, como lo sentenció el presidente Hasan Rohani al parlamento nacional, luego de presentar el presupuesto para el año venidero. Lo que sea para generar una mayor cohesión interna.

Por ahora ha dado resultados. Una inflación en torno al 50% (y cercano al 100% para alimentos básicos y medicinas), una devaluación del 68% del Rial en el último año, la escasez de bienes y servicios, una caída estimada del PBI de entre el 7% y el 10% para 2019, un incremento del índice de desempleo que pasó del 9% al 16% desde la reimposición de las sanciones, exportaciones de petróleo en torno a los 250.000 barriles diarios (un 10% de lo que vendía previo a las sanciones estadounidenses) y el empobrecimiento general de la población – quienes, como suele ocurrir siempre, son los que más sufren las sanciones financieras exógenas -, han sido inertes para resquebrajar un régimen que ya lleva 40 años en el poder. Estados Unidos, con su experiencia en Cuba, ya lo debería saber. El poder de la moral, léase la ideología, la cultura, o la religión, siempre han prevalecido por sobre los dilemas económicos en el país persa.

En términos geopolíticos y geoeconómicos, la situación tiene aristas de tinte ‘venezolanas’ –según publica Ámbito-. Amenazas bélicas de Trump que se diluyeron en un férreo ahogo financiero, un apoyo explícito de Moscú y uno implícito de Beijing. Está claro que los aspirantes al trono estadounidense de ningún modo se van a quedar afuera de la pelea por el control de Medio Oriente, menos si se entiende que Irán cuenta con el 10% y el 15% de las reservas mundiales probadas de petróleo y gas respectivamente.

Por un lado, la alianza con Rusia excede largamente lo político y militar, ya que conlleva vínculos económicos de vital relevancia. Por ejemplo, para el año 2018 los intercambios en monedas nacionales ascendían al 40%; ya en 2019 la cuota de compra-venta a través del rial y el rublo ha rebasado el 50%. Desde la lógica de los BRICS de principios del corriente siglo XXI, el ‘sacarse de encima al dólar’ ha sido una prioridad. Y un golpe geoeconómico fuerte para las otrora intensiones financieras monopólicas globales de los Estados Unidos.

A ello hay que agregarle el otro punto determinante de las inversiones rusas en el mundo: los proyectos de infraestructura para con el facilitar la posterior extracción de recursos estratégicos. Para citar algunos ejemplos, ya se encuentra firmada la inversión rusa por más de 1.200 millones de euros para la construcción de Sirik, una central eléctrica de 1.400 megavatios que aumentará significativamente la capacidad de la producción de electricidad iraní; o mismo los 2.800 millones de dólares prometidos por el gobierno de Moscú para financiar la construcción de una línea de ferrocarril de más de 600 kilómetros que cruce de este a oeste el país persa.

La otra gran potencia, China, hace caso omiso a las sanciones impuestas por su partenaire estadounidense en el juego del ‘Tom y Jerry’ de las guerras comerciales: continúa comprándole petróleo a Irán – en torno a los 400.000 barriles diarios -, pero también otras materias primas fundamentales para su desarrollo económico doméstico. Por ejemplo, a pesar de las prohibiciones, incrementó la adquisición de minerales (como el Hierro, el Cobre y el Zinc), en torno al 150% en el último año.

El otro punto clave es el masivo proyecto de integración de Eurasia. Cuando el presidente Xi Jinping visitó Teherán en Enero del 2015, Rouhani dijo: «Irán y China acordaron aumentar el comercio a 600.000 millones de dólares en los próximos 10 años». La mayoría de las inversiones, por supuesto, involucran al petróleo y el gas, pero crucialmente también abarcan la cooperación en energía nuclear y el posicionamiento de Irán como un centro absolutamente crucial de la ‘Ruta de la Seda’.

La Unión Europea es el otro gran actor de relevancia, quien ha sido enormemente beneficiado por el acuerdo nuclear del 2015: un claro ejemplo es el contrato del año 2016 entre Airbus y el gobierno de Irán para la compra de 112 aviones de pasajeros, del cual solo pudieron entregarse 3 debido al restablecimiento de las sanciones estadounidenses.

En este aspecto, los números mandan para una Europa estancada en dilemas políticos, económicos y sociales: en juego está casi el 5% de las importaciones de petróleo de sus países miembros, como así también intercambios comerciales valorados en 21.000 millones de euros previos a la salida de Trump del acuerdo nuclear en 2018. Italia es otra muestra de ello: esperan que se destrabe el conflicto para poder avanzar en la construcción de un oleoducto de 2.000 kilómetros, con una valuación de 4.300 millones de dólares, a cargo del grupo Saipem, subsidiario de la empresa italiana ENI. Para Irán, la UE tampoco es un tema menor: es el principal proveedor de bienes de capital tecnológicos, fundamental para el desarrollo industrial y de infraestructura del país persa.

El otro punto de desahogo iraní es la ayuda correligionaria. De los diez países que son destinatarios del 80% de las exportaciones iraníes, siete son musulmanes. La mayoría de Medio Oriente, pero también algunos países asiáticos como Indonesia o Pakistán. Pero además se ha expandido en Yemen, Qatar, Siria, Irak, y el Líbano a través de un puntilloso trabajo político y militar. Un caso ejemplo ha sido el fenómeno yihadista del Estado Islámico en el norte de Irak; escenario bajo el cual los iraníes supieron aprovechar la situación gracias a su ancestral conocimiento de la zona, el liderazgo religioso sobre las comunidades chiitas, la influencia cultural persa sobre los pueblos indoeuropeos de la región, y una alianza política con los alawitas de Siria. Por supuesto, los vínculos en terreno muchas veces terminan sellando acuerdos económicos: la exportación de productos no petroleros (35% del total), como químicos, plásticos, metales, hortalizas y frutas, tiene como destinos principales los países islámicos aliados en la región.

Más aún, podemos afirmar que la experiencia – trasformada en sabiduría – es fundamental para que Irán pueda manejarse a nivel internacional bajo un permanente contexto de coacción económica. En este sentido, Con la finalidad de eludir las sanciones bancarias y financieras de los Estados Unidos, el gobierno de Teherán ha creado una red de comerciantes, empresas, oficinas de cambio y recaudadores de dinero en diferentes países. Hasta un sistema de trueque, expandido principalmente con sus países vecinos Irak, Pakistán y Afganistán. Claro, porque no recurrir al contrabando: “Sin seguro, sin bancos, solo efectivo”, le mencionaba hace poco un alto funcionario iraní a un grupo de comerciantes extranjeros de países afines al régimen. En este juego de salir airoso a como sea, todo vale.

Bajo el marco descripto, el desencadenante económico y financiero global derivado del incremento en las tensiones miliares ha sido el esperado. Como siempre, la mayoría de las bolsas son aliadas de la certidumbre – sobre todo cuando la inestabilidad proviene de la geopolítica del petróleo -, y retrocedieron fuertemente en los primeros días luego de la escalada. En adición, los mercados temen sobre todo ‘un conflicto más amplio’ que arrastre a Irak, Arabia Saudita y otros, lo que impactaría más fuertemente en el precio de los hidrocarburos. Más aún, los incrementos en los surtidores se podrían potenciar exponencialmente en el caso de que se produzcan ataques a buques petroleros que podrían interrumpir los flujos de petróleo en el mar. Como contraparte, la salida de capitales de los mercados emergentes y el repunte de los activos de resguardo como el oro (nuestra conocida Barrick Gold fue una de las grandes beneficiadas) fueron, como suele ser, las vedettes de los primeros días post-asesinato.

Ante este contexto abrupto generado exógenamente, las consecuencias para nuestro país son variadas y de diversa intensidad. En tanto a las relaciones geopolíticas o comerciales, los cambios que podrían producirse serían marginales o nulos. En tanto a la diplomacia, las relaciones con los Estados Unidos no cambiarán: pasando de una total subordinación en el anterior gobierno, a una relación de ‘abandono al alineamiento directo bajo el alo de un mayor respeto y profesionalismo’, se intentará definir la situación como ‘en un stand-by de análisis’, al menos en el corto plazo. Con Irán tampoco conviene que haya cambios: cualquier mínimo atisbo de acercamiento o alejamiento podría sentenciarse como un potente movimiento telúrico, especialmente luego de los atentados de la década de 1990’ y el más reciente memorándum de entendimiento, todavía frescos y latentes en la memoria de la mayoría de los argentinos. No parece ser entonces inteligente mover el avispero, menos en los primeros pasos de un gobierno recientemente asumido. Equidistancia pragmática, se podría decir.

En el escenario comercial, tampoco veremos grandes movimientos derivados de la escalada del conflicto. Estados Unidos continuará siendo uno de los socios comerciales más relevantes para nuestro país, con cadenas de valor bilaterales que, más allá del impacto en los precios de la energía, muy lejos se encuentran de verse afectadas por el conflicto en un lejano Medio Oriente. Por otro lado, el intercambio comercial con Irán tampoco es relevante para nuestro país: el comercio bilateral del último año se mantuvo en torno a los 450 millones de dólares, un 0,77% del total de exportaciones de nuestro país. Bajo el esquema agroexportador clásico, casi la totalidad de las ventas argentinas se han centrado en la soja y sus derivados (harina, pellets), aceites y cereales. Por su parte, Irán solo le exportó 5 millones de dólares a la Argentina en el 2019: se destacan aquí los plásticos y una variedad de frutos secos. En tanto a las inversiones bilaterales, las mismas son prácticamente nulas; solo pensar que la Inversión Extranjera Directa mundial iraní promedió anualmente los 2.500 millones de dólares durante el corriente siglo, implica que para la Argentina solo quedan las migajas. No suena tampoco ilógico: en los últimos 15 años casi no ha habido visitas bilaterales de delegaciones comerciales de relevancia, a lo que se adiciona las dificultades financieras y de pago derivadas de las sanciones impuestas contra el régimen persa.

Como contraparte, el sector financiero si se ha visto afectado. La salida de los capitales de los mercados emergentes comenzó a impactar negativamente en los valores de nuestros títulos públicos, con incrementos en el riesgo país, y bajas significativas en la cotización de los ADR de empresas argentinas listadas en Nueva York (lógicamente las energéticas y aerolíneas argentinas han estado entre las más afectadas los primeros días).

El otro punto débil es el hidrocarburífero. Cuando asumió el nuevo Gobierno en nuestro país, desde el sector petrolero mencionaban que el atraso tarifario rondaba entre un 10% y 15% con un barril a u$s60. Un atraso que se incrementó al día de hoy, donde el Brent ya se encuentra en torno a los u$s70. Igual y tal como sabemos, en Argentina la teoría nunca se traslada a la práctica. Al menos de manera proporcional. Con los precios de combustibles prácticamente congelados, la inflación promedio en nuestro país fue del 4% mensual en el último semestre de 2019. Desequilibrios macroeconómicos y monopolios formadores de precios domésticos, sería la conclusión preocupante. Por ello, el incremento del crudo a nivel internacional, solo implicaría echar más nafta al fuego.

En definitiva, cuando la externalidad macro es tan potente, poco se puede incidir siendo un ‘país medio’ con enormes dificultades intrínsecas; solo se puede actuar proactiva y cautelosamente para paliar la situación. Ya bastante complicado es lidiar con la negociación de la deuda con el FMI/Trump luego del asilo a Evo Morales y la ambivalencia diplomática ante Maduro; por ende, en el corto plazo solo queda lidiar con las consecuencias: contener los precios del surtidor y mostrar ‘una argentina cumplidora – se han pagado al día de hoy las obligaciones previstas en materia de deuda, como el bono Centenario (AC17) por unos u$s100 millones – y en modo crecimiento’, para que los activos no se continúen devaluando. No mucho más en apenas un mes de mandato.

Luego solo queda esperar, siendo lo más diplomáticamente correctos y sin hacer declaraciones altisonantes a favor de una u otra posición. Porque lamentablemente, y más allá de los daños y las dolorosas muertes de seres humanos, las derivaciones para nuestro país difícilmente tengan alguna vertiente positiva. En un momento en el que necesitamos justamente apaciguar las variables y generar un contexto normalizador, la inestabilidad e incertidumbre solo generan obstáculos para con el poder mostrar y llevar adelante un proyecto superador de largo plazo; ya sea tanto para los expectantes actores relevantes domésticos, como para los que esperan – más ansiosamente ante el actual contexto beligerante – los repagos financieros desde el exterior. Ojalá entonces que pase la tormenta lo más rápido posible y se pueda llevar a la práctica, con menor ruido externo, la nueva racionalidad de unas políticas económicas que demuestren verdaderamente un cambio de rumbo.

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