Cada vez que un argentino compra un auto cero kilómetro se da la siguiente secuencia. Llega a la concesionaria y firma papeles. Muchos, por cierto. Luego, ya en el salón de entrega, sonríe, posa para la foto familiar, revisa los detalles de la unidad, acaricia con su mano la chapa fresca, se agacha un poco como para mejorar vaya a saber qué perspectiva y escucha las instrucciones sobre el instrumental que le explica el vendedor. Luego, le dan la llave. Pone en marcha su fetiche y se va contento. Jamás habrá tomado conciencia de que terminó una operación en la que pagó poco más de dos unidades y se llevó a la casa una sola de ellas. La otra, se la regaló al Estado.
Si esa misma persona pasa por una estación de servicio y carga nafta, es posible que tampoco tenga claro que por cada 100 pesos que paga, si está en la ciudad de Buenos Aires casi 30 irán a la recaudación del IVA y del impuesto los combustibles líquidos, entre otros conceptos de cargas fiscales. Si mira el ticket encontrará un total con el precio que deberá pagar. Ahora, si es curioso y espía la pantalla con la que el empleado confecciona la facturación, podrá ver que ese valor contiene una media docena de impuestos que se cobran con un perfecto anonimato de los cobradores. En la factura final se eliminan los conceptos y se imprime apenas un total.
Si pasa por el supermercado y compra cualquier alimento, también pagará una porción enorme de impuestos por encima del valor del bien. Al pagar, recibirá también un ticket con el total pero si le llega a decir que es una sociedad o que no es consumidor final, tendrá otro comprobante distinto en el que al menos se discrimina el IVA. Solo eso; de los demás, ni noticias.
La Argentina de este tiempo se ha convertido en el país del planeta con mayor cantidad de impuestos sobre la economía formal. Pero esa anomalía no es la única. Más allá de la voracidad fiscal característica, el país está sumido en una enorme opacidad a la hora de pagar impuestos mediante la compra o venta de algún bien. Ni siquiera el IVA se discrimina para un consumidor final.
La cuestión es simple: la carga impositiva sobre el sector formal es tal alta que hay que esconderla debajo de la alfombra. Semejante desembolso que a diario hace cada consumidor no se desglosa en ninguna compra y nadie sabe qué, cuánto y a quién se paga el impuesto o la tasa con la que se carga un producto o servicio.
El meollo de semejante opacidad fiscal tiene su origen en el artículo 39 de la ley de IVA. “Cuando un o una responsable inscripto o inscripta realice ventas, locaciones o prestaciones de servicios gravadas a consumidores finales, no deberá discriminar en la factura o documento equivalente el gravamen que recae sobre la operación”, dice la norma.
Alguna vez estuvo vigente el artículo 8 de la reglamentación 4333/1997 de la Dirección General Impositiva (DGI), firmada por Carlos Silvani. ¿Qué decía? Pues que quien discrimine el IVA en una factura o ticket de un consumidor final tendrá una sanción. Con el tiempo, el pudor fiscal hizo que la norma fuera derogada. El tema es que en la Argentina de las decisiones a medio camino, si bien aquella regulación no rige, pues otras son las que tienen validez. Hay que buscar en dos reglamentaciones de la AFIP para encontrar esa prohibición, de discriminar el IVA, como sucede en la mayoría de los países del planeta, y posteriormente, hacer caer el peso de la ley al “infractor”.
“Esa regulación es única en el mundo. En la Argentina no sólo que se oculta el IVA sino que también todos los demás impuestos y tasas que se esconden detrás de un ticket de compra”, dice Matías Olivero Vila, presidente de Lógica, una ONG que se dedica a generar conciencia fiscal en la sociedad.
¿Qué es lo que se esconde o lo que la política impositiva ha decidido no mostrar? “Detrás está la tasa impositiva sobre el sector formal de la economía más alta del mundo”, explica Olivero Vila. Se refiere al indicador que elaboraba el Banco Mundial y se llamó “Doing Business” y que en su última entrega, de 2020, arrojó un número que deja a la Argentina en el primer lugar dentro de los países que más impuestos cobran. ¿Cuál es el porcentaje del peso impositivo? Ni más ni menos que el 106%.
Desde España, el tributarista Iván Sasovsky dice que sigue a sus clientes donde van. “Estamos en Barcelona, además de Uruguay y Argentina. Nos toca seguir a nuestros clientes”, explica. Y entonces aporta una mirada complementaria que no puede dejar de pasar inadvertida. “En pesos y a valores nominales, la presión impositiva argentina sobre el sector formal está entre las más altas del mundo. Pero en dólares y a valores reales, tenemos tasas parecidas a un paraíso fiscal”, dice.
Cómo se explica entonces que para algunos se considere la más alta y para otros la más baja. Pues hay temas técnicos, pero básicamente implica que para los grandes contribuyentes, con ingresos en dólares o dolarizables, el paso del tiempo y la inflación a velocidad de rayo genera beneficios importantísimos. ”Hay algunos impuestos que se pagan un año y medio después. Por ejemplo, una persona que tiene ingresos en dólares paga una tasa real que suele ser irrisoria. La Argentina es una licuadora impositiva. Este contribuyente puede pagar casi un año y medio después. Facturó en enero pasado y lo abona en julio o agosto 2024. Esa situación pone a la Argentina en el primer lugar de licuación de impuestos ya que no se actualizan por inflación y además, se usa el dólar oficial. Para el Gobierno, es más fácil imprimir que recaudar”, resumió.
Pero claro, nada de esta situación de cierta “benevolencia fiscal” afecta a quienes ganan en pesos y pagan impuestos sobre los bienes o los servicios que consumen. “Desde 2015, dejando de lado las ignotas islas Comoras, la Argentina ha sido rankeada en el último lugar [del Doing Business]. Puesto 189, con 106% de carga. Significa que los impuestos totales (numerador) se consumen las utilidades (denominador) y algo del capital. No hay otro país que supere el 100%.”, dice Olivero Vila.
Cuando se habla de este indicador, inmediatamente surge una respuesta desde los que defienden la asfixia fiscal como sistema como sostén del gasto público. Sucede que el “Doing Business” ha sido discontinuado después de una auditoría. Quienes conocen el asunto dicen que se trata de corregir algunas formas metodológicas que si se mantienen, rankean demasiado atrás a China. Ahora bien, ese trabajo del Banco Mundial tiene muchos índices adentro que configuran una ubicación en un listado. Justamente, el que calcula el peso impositivo en cada país no será modificado.
Vale la pena detenerse en la metodología con la que se compara a las economías. El inicio de la calificación empieza con un caso testigo que en este documento se trata de una pyme dedicada a la venta de macetas, con un margen bruto de 20%, entre otras definiciones que se dan. Especialistas de 190 países lo resuelven como si se tratase de un ejercicio práctico donde se le suman todos los impuestos, tasas y contribuciones que debería pagar ese supuesto empresario. “En el proceso han participado una auditora internacional, más de 1000 tributaristas (11 de la Argentina) y funcionarios de cada país, este incluido, con posibilidades de revisar y realizar reclamos. Más que el Banco Mundial es la comunidad internacional la que se expide a través de tal entidad”, dice el presidente de Lógica.
Ahora bien, el lector podrá preguntar cómo se resuelve el asunto si se paga 106% de impuestos sobre el precio del producto, o lo que es lo mismo, poco más del 50% de la facturación opaca que paga el consumidor. La respuesta es simple: la Argentina no puede operar con el margen de 20% que tiene como el caso testigo. Eso explica que los precios en el país son más altos que muchos lugares del mundo –pese al tipo de cambio–, ya que los empresarios, comerciantes o vendedores de servicios tienen que elevar el margen para cubrir los impuestos. “Las empresas suben sustancialmente los precios de sus bienes para absorber la alta carga tributaria que suele superar el 40%”, dice Olivero Vila.
Pero no sería completa la información si no se menciona que la otra solución para llegar a cumplir con esa carga tributaria es pasar a la informalidad, la famosa venta en negro. Es decir, de una venta de 100 productos, 55 se facturan y por eso se pagan todos los impuestos; por los otros 45 –se cree que ese es el tamaño de la informalidad en la Argentina– no pasan por el scanner de la AFIP. Pero claro, esa solución no puede ser adoptada por las empresas de gran facturación, auditadas, que son enormes contribuyentes y que tienen la lupa fiscal encima. Ellas, entonces, suben los precios o los márgenes. Adivinó el lector: como son principalísimos formadores de precios, todo va para arriba.
Sin tener que ir a los estudios internacionales, dentro de las fronteras también hay un estudio que trató de medir el peso de los impuestos criollos. Se trata del trabajo llamado Carga Fiscal Formal elaborado por la Unión Industrial Argentina (UIA). El proyecto consistió en realizar un estudio comparativo de siete impuestos entre los países de América del Sur, del G20 más España, Suiza y Países Bajos. En total, se trató de 30 países, representativos del 86% del producto bruto interno mundial.
La cuenta es simple. Primero, se toma la presión fiscal general (nacional, provincial y municipal) y luego se lo divide por el producto bruto interno (bienes y servicios de la actividad formal e informal).
El resultado, que usa mucho el kirchnerismo a la hora de defender la fuerte suba de los impuestos que se ha dado en las últimas dos décadas, estampa un recatado 29,4% que lo coloca en el décimo puesto, lejos de Francia que lidera con 45,4%. Pero claro, hay una trampa que rompe el termómetro. Cuando al denominador se le restan los bienes y servicios de la economía informal –de alrededor de 45%–, pues la Argentina salta inmediatamente del décimo al primer puesto ya que el peso impositivo sobre la porción formal de la economía, que son los que pagan, llega a 50,7%, y se convierte en el único país donde la presión fiscal formal supera el 50%.
Al caso de los autos, que se mencionó en el inicio de la nota, se le pueden agregar innumerables ejemplos de lo que implican los impuestos. Un caso que se ha agravado desde que el kirchnerismo volvió al poder es el de los pasajes aéreos. “La Argentina tiene un 92% de tasas e impuestos que se le suman al precio del pasaje. Incluso luego de la reducción post PASO, registra la carga impositiva mas alta de América latina. Solo como ejemplo, 10 veces mas alta que la de Colombia y mas de 20 veces la de Brasil y Chile”, dice Diego Fargosi, abogado especialista en derecho aerocomercial y socio de Fargosi Abogados.
“Esa distorsión afecta la oferta y la demanda, reduciéndola. La industria vería con buenos ojos una baja que se compensaría ampliamente con una mayor oferta que atraerá mas demanda. El Estado debiera promover una baja de la carga para lograr mas oferta y así, en el mediano plazo genera igual o mas ingresos impositivos por mayor actividad”, agregó.
Los casos se podrían sumar. Por ejemplo, en los alimentos, y según datos del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf), cargan, en promedio, con un 41,9% de impuestos sobre el ticket de compra. O lo que es lo mismo, al precio de cada producto alimenticio se le suma un 72% de carga tributaria. Según la misma fuente, en una bebida cola el impacto es de 48%, es decir, casi que el doble del que precio de la gaseosa.
Dentro de este marga de conceptos que terminan por duplicar el ticket de compra, permanecen perfectamente ocultos en un total que nunca se discrimina. “No se sabe si quién que cobra es la Nación, las provincias o los municipios. Deberíamos tener muchas más apertura para saber qué se paga cuando se compra algo”, dice Olivero Vila.
Desde la ONG Lógica impulsan un proyecto para que los tickets tengan mayor grado de apertura y citan el caso de Brasil. Allí, se empezó a discriminar en las boletas cada uno de los impuestos, además de establecer cuál de los tres niveles del estado es el destinatario de ese importe. “Eso generó una triple acción. Por un lado, los consumidores piden que les bajen los impuestos; por el otro, le exigen al gobierno ya que ven lo que se recauda. Y finalmente, se empezaron a preocupar por el gasto dado que tienen conciencia de lo que aportan. Nuestro objetivo es ir a ese modelo”, cuenta el presidente de Lógica.