Es médica y “trabajadora sexual virtual”: una doble vida que empezó mientras iba a la facultad

Tiene 31 años, un título y una matrícula. Además, mientras estudia un posgrado, gana dinero vendiendo sexo en vivo o grabado a través de la pantalla y cobra por medio de billeteras virtuales, en pesos…

sábado 19/03/2022 - 11:26
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Tiene 31 años, un título y una matrícula. Además, mientras estudia un posgrado, gana dinero vendiendo sexo en vivo o grabado a través de la pantalla y cobra por medio de billeteras virtuales, en pesos o en criptomonedas.

La historia de una joven de 31 años que, varias noches por semana, se pone el ambo blanco, enciende su cámara, abre su consultorio, invita a acompañarla en sus supuestas noches de guardia y -según publica Infobae– termina masturbándose con sus usuarios a cambio de pesos, dólares o criptomonedas.

“Yo siempre fui muy curiosa, desde que empezó mi sexualidad adulta”, arranca Mica. El sexo ocupaba tanto espacio en su vida privada que no se quedó con lo básico: “Me gustaba explorar diferentes prácticas, ramas, saber, conocer. Cuando era más chica fui a lugares swingers para ver cómo eran, y siempre miré porno, no sólo por placer propio sino por curiosidad, ‘a ver, ¿cómo es este mundo?’”.

Su intimidad parecía no tener nada que ver con el “¿qué querés ser cuando seas grande?”, y así fue que empezó a estudiar Medicina en una facultad privada de la Ciudad de Buenos Aires. “La Medicina no llegó por mandato a mi vida, mis padres no son médicos, tampoco nunca me inculcaron que tenía que serlo. Fue un flash mío, realmente”, cuenta ella, y muestra su credencial emitida por el ministerio de Salud y Desarrollo Social de la Nación.

Durante los dos primeros años estudió mientras trabajaba en el área de marketing de una empresa, después dejó y sus padres la ayudaron para que pudiera dedicarse sólo a los estudios. Aquella idea de ser webcamer, sin embargo, seguía rebotando en su cabeza. Fue cuando estaba en el cuarto año de la carrera que se puso “a investigar’.

“Quería ver desde qué portales se podía hacer, cómo era, y empecé a probar. Primero pensé ‘bueno, voy a jugar, si hago un poco de plata la guardo para las vacaciones’”. En ese entonces vivía con su mamá por lo que para tener sexo virtual a cambio de dinero se encerraba de noche en su cuarto y esperaba a que se durmiera.

Ser estudiante de medicina y vender sexo online no parecían mundos capaces de convivir por eso, al principio, lo mantuvo en silencio:

“Pensé que era algo que iba a poder mantener a raya y que sólo formara parte de mi intimidad. No pensé que iba a escalar, creí que mi rumbo en la vida iba a ser otro», dijo. Yo pensaba: ‘Cuando termine la carrera y empiece la residencia lo dejo’’.

Y continuó: »Pero bueno, a medida que fue pasando el tiempo me di cuenta de que cada vez tomaba más parte de mi vida como una decisión consciente: ‘Bueno, esto me gusta un montón y me va muy bien. No quiero que esté fuera de mi vida’”.

“Fueron tres, cuatro años terminando la carrera y el internado y laburando a full como webcamer”. El temor a “ser descubierta” existió pero lo cierto es que cuando alguien en la facultad encontró sus contenidos eróticos y sus videos saltaron de teléfono en teléfono, ella no se escandalizó demasiado.

Cuando se recibió de médica decidió mudarse sola y fue en ese contexto que tuvo que hablar con sus padres, porque hasta ese momento sólo sus amigas y amigos más cercanos sabían de su “doble vida”.

“Algo tenía que decir, ¿cómo era que no estaba trabajando y de repente tenía dinero para irme a vivir sola? Les dije la verdad: ‘Soy trabajadora sexual virtual. Hago webcam: me pongo delante de una cámara y brindo un show erótico. Comparto una parte de mi vida con un montón de gente que me sigue, a eso me dedico”.

Dice que su mamá se asustó al principio, “porque en el trabajo sexual hay un montón de realidades. La preocupación era que no me expusiera a situaciones de peligro”. Mica le dijo que la virtualidad le daba cierto resguardo “y lo entendió. La verdad es que tengo padres muy copados, eso es un gran alivio. También son jóvenes, creo que eso les facilitó entender y respetar mi deseo y mi propio camino”.

La pregunta es si no dudó, si no pensó qué iba a pasar si esos videos se viralizaban, si se corría la voz entre colegas, entre pacientes, dueños de sanatorios, a dónde iba a ir a parar el prestigio social de ser médica, los aplausos a las 9 de la noche, si no hubo un momento en el que haya pensado “¿qué estoy haciendo con mi vida?”.

“Sí me pregunté qué estaba haciendo con mi vida pero cuando me vi residente, ganando dos pesos, totalmente estresada y mi cuerpo somatizando ese estrés como nunca me había pasado en la vida”, responde.

Por otro lado, cuenta que las videollamadas por Skype, duran unos 10 minutos y cuestan entre 3.000 y 4.000 pesos. “Lo bueno de este negocio es que todo el mundo se auto-valora, yo digo cuánto vale mi trabajo, no un jefe”, advierte.

El sexting -un chat erótico escrito por el que ambos hablan y se envían fotos del momento- dura 20 minutos y cuesta unos 2.500 pesos.

“Mientras tanto, estudio. Estoy haciendo un posgrado en sexología clínica, una formación que sólo se puede hacer si sos médico/a o psicólogo/a, así que una parte de mi día se va en lectura y formación académica. Mientras estudio tengo los pedidos ahí abiertos, y lo que va surgiendo lo voy haciendo”.

Por la noche tiene días fijos en los que hace transmisiones en vivo, que no son un “uno a uno” sino ella frente a su audiencia (como todo es virtual lo llama “audiencia”, no “clientela”; dice “usuarios”, no “clientes”). Esas transmisiones o streamings terminan en un show erótico o porno.

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