Las multitudes que salieron a festejar la Copa del Mundo reubicaron a la política bien atrás en las prioridades sociales. Cristina perfila a un único heredero y Larreta encara con Macri la negociación más difícil.
La fiesta descomunal que generó la Selección nacional de fútbol en todo el país eclipsó hasta los temas más urgentes y se impuso como una interfase en la que casi todo lo demás es secundario. Esta vez, Argentina cruzó diciembre en medio de un delirio generalizado por la felicidad que provocaron de sur a norte un grupo de jugadores con hambre, disciplina y talento, a las órdenes de un cuerpo técnico que superó el fuego de la subestimación ajena y se concentró en trabajar con humildad detrás de un objetivo irrenunciable. No parece, pero lo que lograron fue casi tan excepcional como el camino recorrido.
Lionel Messi, Lionel Scaloni y todos los que fueron parte del proceso triunfal terminaron con 36 años de espera y liberaron toda la energía contenida de un pueblo que encadena un ciclo largo de frustración. Hace mucho que los millones de personas que ocuparon las calles y autopistas no se movilizan a partir de los mensajes de una dirigencia -política, empresaria, sindical, judicial, mediática- que habita en un micromundo de confort y endogamia.
A casi cuarenta años del regreso de la democracia y más de dos décadas del estallido de 2001, la caravana de la Scaloneta reubicó de manera elíptica a la política bien atrás en el lugar de las prioridades sociales. Del fútbol se espera que traiga las alegrías que las promesas de la política convirtieron en decepción. Las imágenes de las multitudes argentinas irrumpieron en el período de gobierno de un raro peronismo, que nunca supo ni quiso convocarlas. Desde el minuto uno, la confusión que envolvió al Frente de Todos lo llevó a prescindir de esa fuerza y ni siquiera después de la pandemia estuvo claro para qué era necesario movilizar a la base del lejano triunfo de 2019. El sujeto que Perón designó como su único heredero pareció hasta hoy un actor de reparto o un espectador desinteresado.
En un año electoral que ya empieza, la esperanza es la excepción y será difícil que las amplias franjas de la sociedad que habitan lejos de la polarización se involucren en la campaña hasta que llegue el momento de ir a votar. Cuesta horrores volver a ilusionarse.
2022 cierra con el fallo de la Corte a favor de Horacio Rodriguez Larreta y el presidente una vez más enredado en un ida y vuelta que arrastra a los gobernadores del PJ. El porteño Alberto Fernández nunca lo dirá en público, pero si de algo se arrepiente en serio es de haber firmado ese decreto que premió a Axel Kicillof y derrumbó la alianza más importante que había construido, en pandemia, con el sucesor de Mauricio Macri en la Ciudad. Ahora, de la Agrupación Política Amague y Recule Permanente, según la taxonomía de Cristina Fernández, no puede esperarse nada. Pero lo que afecta el humor social sucede lejos del Palacio de Tribunales: la plata no alcanza y hay que trabajar el triple para ganar lo mismo que antes.
La nueva disparada del dólar blue y el aumento de la brecha cambiaria por encima de la barrera del 100% expresan un problema de fondo, que sigue sin solución. Duró poco el efecto placebo de la inflación de noviembre y habrá que cruzar el verano para ver si Sergio Massa cumple con la meta de una baja sostenida hacia el otoño. Es la estación en la que el interventor del gobierno podría lanzar su candidatura a presidente, si los números se ordenan como pretende y la familia entiende que el desierto de candidatos con votos propios que es el peronismo lo necesita en la cancha. Por lo pronto, el ministro desmiente sus amagues de ciclo cumplido y abruma a la liga de encuestadores que trabaja para él: les pide datos con una intensidad que no parece la de un político en retirada sino la de un obsesivo del poder, que espera desde hace años su oportunidad.
Mientras la paciencia social se extienda, el tema más sensible para el gobierno y para Massa será la restricción externa, un límite estructural que la gestión Fernández no pudo atenuar pese al superávit comercial excepcional que registró en sus primeros 30 meses de gestión. Reducir la brecha al 30%, como Massa afirmó en su viaje de septiembre a Washington, sería casi tan épico como un gol en el minuto 122.
El dólar soja ya comienza a hacer sangrar las rodillas de los máximos dirigentes del FDT, pero Massa hace la danza de la lluvia para amortiguar el impacto de una sequía que se perfila como un nuevo condicionante. El verano puede ser largo. Por eso apuró el acuerdo de la AFIP con la IRS, un entendimiento varias veces frustrado que, como se mencionó en esta columna hace casi un mes, depende de la letra chica.
En la oposición están convencidos de que los datos que difundió el Departamento del Tesoro desmienten al gobierno. Piensan que, en el mejor de los casos, Estados Unidos va a enviar la información de las cuentas de argentinos en septiembre de 2024 y no en septiembre de 2023, como pretende el ministerio de Economía. Esa diferencia le ofrecería una ventana de un año a los dueños de cuentas que quieran eludir el intercambio de datos y sacar el dinero del lugar ahora. Además, le quitaría razones a la oposición para dar el quórum para el blanqueo que promueve Massa porque la información la recibirá el próximo gobierno.
El otro dato que mencionan es la decisión de excluir a las sociedades y alcanzar sólo a las personas físicas: piensan que el acuerdo se limitará al formulario 1042 y del famoso W8 no habrá nada. En el propio oficialismo hay quienes sospechan que no llegarán los 100 mil millones de dólares que esperaba el gobierno y la base imponible será menor a la hora de recaudar -en pesos- Bienes Personales. Sin embargo, Massa y el titular de la Aduana Guillermo Michel responden que la información comenzará a ingresar en este enero y afirman que las críticas provienen de sectores que jamás firmaron un acuerdo.
Detrás de escena, Massa se mueve en modo campaña y actúa, al mismo tiempo, a pedir de Cristina. Sabe que la vicepresidenta no tiene candidatos fuertes instalados hacia 2023 y sabe también que no le gusta que se instalen sin su aval.
En el horizonte también asoma la montaña de la deuda en pesos y los rumores de un nuevo reperfilamiento que puede ordenar un eventual gobierno de Juntos. Pero el problema más grave impacta sobre las mayorías que se movilizaron para festejar la Copa del Mundo. La inflación del 92% interanual condena a los sectores más perjudicados a perder por goleada en la carrera de precios y salarios. La baja interanual del desempleo de (8,2% a 7,1%) en el tercer trimestre que informó el INDEC vino acompañada por un salto brusco de la informalidad laboral (de 33,3% a 37,4%). Otras mediciones elevan ese porcentaje y estiman que la precariedad ya afecta a 1 de cada 2 asalariados en Argentina. Es la expansión del continente de trabajadores sin derechos que habita los bordes de la pobreza y es el gran derrotado de la era Fernández: desde que asumió el Frente de Todos perdieron entre 10 y 14 puntos según el indicador que se tome en cuenta. La baja de la inflación coincide con el proceso de ajuste que Massa le ordena a Raúl Rigo, la caída del consumo y los indicadores recesivos.
Esos números explican porque millones de personas se desligan de la política que les quita más de lo que les da así como el fervor militante de un establishment que aplaude a Massa como capitán del equipo de Cristina. El apoyo escénico de Paolo Rocca al ministro da cuenta de que el poder económico es el que tiene motivos para festejar. Tal como lo había hecho con Martín Guzmán y había revelado LPO, ahora Rocca tuvo por lo menos una cena reservada con Massa en la previa del encuentro por el 20 aniversario de Propymes. Fuentes bien informadas sostienen que la distancia entre ellos por el respaldo del líder de Techint a Mauricio Macri parece haber quedado atrás. Massa tiene un acompañamiento del poder económico y el sistema de medios comparable al que tuvo Macri, pero cuenta además con la formidable anuencia del cristinismo.
Detrás de escena, el ministro se mueve en modo campaña y actúa, al mismo tiempo, a pedir de Cristina. Quienes lo frecuentan sostienen que sabe que la vicepresidenta no tiene candidatos fuertes instalados hacia 2023 y sabe también que no le gusta que se instalen sin su aval. Cuando dice que no va a ser candidato, afirman, lo hace solo para que lo escuche CFK.
Los números de la consultora Aresco muestran que hoy ningún dirigente del peronismo mide por sí solo más de 5 o 6 puntos. Cristina sola tiene una base de entre 20 y 24 puntos que duplica los entre 10 y 12 puntos que Massa y Alberto Fernández reúnen entre los dos. Pero cuando en las mediciones se plantea la hipótesis de que el candidato cuenta con el apoyo de la vicepresidenta, los 5 puntos saltan a entre 24 y 28. Esa enorme fortaleza relativa es la que sugiere que la jefa del Senado va a ser decisiva tanto para definir tanto los nombres que integrarán la fórmula presidencial como los que irán a las listas en gran parte del país.
Los números de la consultora Aresco muestran que hoy ningún dirigente del peronismo mide por sí solo más de 5 o 6 puntos. Cristina sola tiene una base de entre 20 y 24 puntos que duplica lo que Massa y Alberto reunirían entre los dos.
Con Axel Kicillof rezando para quedarse en provincia de Buenos Aires, sería una nueva sorpresa que Cristina se desdiga de su renuncia a ser candidata. Si no lo hace, el menú asoma acotado: reincidir en su intento de inventar un delegado, acordar una PASO de apariencia competitiva con Eduardo De Pedro, Jorge Capitanich, Daniel Scioli y algún otro gobernador o, directamente, apoyar a Massa.
La decisión de no participar de la oferta electoral, desbordada por lo que imaginaba como una campaña en la que un día debería ser acusada en Comodoro Py y otro día candidata en el conurbano, actualizó para la vice una disyuntiva que lleva muchos años: a quién trasladarle los votos que son solo de ella y tributan a una historia política que está a punto de cumplir 20 años. Dirigentes cercanos a Cristina sostienen que está decepcionada con los herederos de La Cámpora que no hacen nada sin pedirle permiso. Si fuera cierta, la queja sería sintomática: el esquema de poder del kirchnerismo hizo de la obsecuencia -o carencia absoluta de masa crítica- uno de sus principales axiomas.
La ausencia de su madre en la boleta habilita a los que cerca de Maximo Kirchner piensan que es su momento de ocupar un lugar de preponderancia en las listas para un cargo ejecutivo. La sociedad de Massa y Maximo está en la base de la fisonomía actual del gobierno, aunque Massa podría incluso afirmar que es el más coherente con su historia, mientras el cristinismo es el que se ve obligado a arriar casi todas las banderas. En algunos altos dirigentes de La Cámpora, Massa genera una enorme fascinación con su forma de ejercer el poder y ganarse el favor del establishment (con consesiones de todo tipo). Dicen que lo ven «enfocado» como nunca y hasta se animan a vaticinar que en 2023 va a ser electo presidente.
Entre los últimos datos de Federico Aurelio, previos al choque por el fallo de la Corte a favor de la Ciudad, la candidatura de Massa apoyado por Cristina aparece con 28 puntos en un escenario de primera vuelta frente a un Rodríguez Larreta que no logra fidelizar todo el voto de Juntos y cede parte del caudal opositor a Javier Milei que asoma con 22,5%.
Por lo pronto, Cristina ya hizo mucho para apuntalar la carrera de Massa como único heredero. Le garantizó un aval pleno para el ajuste profundo que lleva adelante -39,9% en relación a diciembre de 2021 según el Monitor de Ajuste del Gasto de la consultora Analytica- y le dio la oportunidad incluso de reducir en parte su alta imagen negativa, el gran talón de Aquiles del candidato. Son los pasos de unn gobierno sometido a «una auditoría externa permanente sobre las políticas económicas», según admitió CFK en Avellaneda.
El escenario del oficialismo es inédito. Cristina es la dueña de los votos que quedan, pero la impronta y las decisiones de Massa no tienen nada que ver con sus planteos históricos ni con los recuerdos que, ella misma lo reconoce, le generan nostalgia. La relación entre los dos pilares del oficialismo, dicen cerca del ministro, es la de dos políticos profesionales. Massa tiene armado desde hace una década un esquema de poder listo para largarse a pelear por la presidencia. Fagocitado por la polarización en 2015 y 2017, ahora el candidato renace con el apoyo de la sociedad Vila-Manzano, la familia Brito y empresarios como Marcelo Mindlin o David Martinez.
El ministro monitorea la operación de venta del Grupo América, uno de los grandes pilares de su poderío mediático. Las versiones son infinitas. Algunos dicen que Massa preferiría que Marcelo Figoli se quede con el holding pero otros en el gobierno aseguran que la operación está caída porque el dueño del Grupo Alpha Media y el Parque de la Costa -cercano también a Larreta- no tiene los avales necesarios. Figoli lo desmiente, repite en privado que la venta cuenta con la venia del ministro y dice además que tiene la plata para comprar. Aunque Massa aparece como más cercano a Figoli, la crisis de un canal de bajo rating -especialmente en el prime time- se precipitó, Vila se encontró con un escenario inesperado y hay quienes piensan que el rosarino Gustavo Scaglione tiene chances de quedarse con el negocio.
Para una candidatura cuesta arriba como la que el peronismo deberá afrontar, Massa garantiza el financiamiento que ningún otro postulante del FDT podría conseguir. El ex intendente no solo es íntimo amigo de Vila sino que, según afirman cerca suyo, desde hace tiempo financia a su manera parte de la estructura periodística.
Amigos íntimos, educados en la escuela técnica del menemismo, Massa y Larreta pueden ser candidatos si logran acordar con los jefes políticos de su espacio un aval para sus proyectos electorales. Massa dice que hoy solo piensa en la gestión como forma de contentar a Cristina y Larreta -que acaba de fichar al ex massista Martin Redrado- busca el pacto con Macri de manera desesperada para tener garantizado el acompañamiento del PRO. El jefe de gobierno viaja a Cumelén para pasar el Año Nuevo y todo indica que allí se verán, como anticipó en exclusiva esta columna hace casi un mes. Por vías separadas, Sergio y Horacio buscan lo mismo con herramientas similares y un programa común. Pero a Larreta aparecer como el único heredero de Macri le están costando mucho más.
Por Diego Genoud para LPO