Dujovne presentará el último plan de Macri para salvar su gobierno. Es un shock de ajuste con retenciones. La presión barrabrava, la opción peronista de doble filo y los oídos sordos del Presidente.
Es la apuesta final, en busca de salvar la ropa. A Mauricio Macri le va a costar horrores, pero no alcanza con seguir ajustando abajo. El ultimátum de los mercados, que volvieron a revolcar a la administración Cambiemos con una devaluación furiosa en una semana, inicia la cuenta regresiva. Macri está jugando tiempo de descuento.
Faltan las precisiones que anunciará Nicolas Dujovne, otra vez en pleno vuelo hacia las faldas de Christine Lagarde. Pero ya se sabe que el Presidente se comprometerá a un ajuste todavía más violento con el Fondo a cambio de un nuevo respaldo que tiene la apariencia y la historia de un salvavidas de plomo.
Con un futuro que dejó de ser promesa para ser amenaza, Macri ya no puede repetir las frases con las que hace como que no pasa nada, mientras su avión cae en picada. No debería, al menos. Pero, como demostró Marcos Peña un rato antes de que el dólar superara los 40 pesos, las convicciones del núcleo de acero no se alteran ni siquiera en medio de un incendio. Parecen dispuestos a inmolarse en una misión que no termina de convencer a nadie.
Shock con retenciones
El paquete de medidas que trabaja el oficialismo es el último plan y, hasta para los convencidos, la última oportunidad. Tiene como eje la medida que circula desde que comenzó el año y el Presidente se negó a tomar en público y en privado, por convicción ortodoxa y por presión del lobby rural que encarna Luis Etchevehere con su sillón en el gabinete, pero que por supuesto lo excede.
Ya en mayo, con el inicio de la corrida, la posibilidad de suspender la rebaja gradual de retenciones que beneficia a los agroexportadores era un clamor que partía del Fondo, de un grupo de economistas que apoyan a Macri y del propio Dujovne dentro del gran elenco de ministros sin poder. Se perdieron cuatro meses por la negativa del ingeniero.
Junto con el shock que busca llegar a la orilla del déficit cero en el año electoral, el Presidente necesita aumentar la fuente de divisas en una economía que no genera dólares. Deberá resignar la biblia de no tocar los ingresos, obligado porque no alcanza con seguir recortando y recortando, salvo que congelase por decreto jubilaciones y pensiones, una medida tan negada y temeraria como sugerida por la barra brava de la ortodoxia.
Es probable que no alcance con suspender la rebaja que pretendía dejar las retenciones a la soja en 24% a fin de año y en 18% en diciembre de 2019. Por eso, se habla, además, de subir las retenciones a otros cultivos como el trigo y el maíz, que están en cero, y tocar a la familia de la minería trasnacional, que también se alzó con ese premio envidiable a días del arribo de Cambiemos al poder. Confiado en la lluvia de inversiones que nunca llegó, salvo en el sector energético, y con la visión propia de un hijo del sector privado, Macri desfinanció a su propio Estado. Ahora lo paga.
Ahora, necesita recaudar y también dar una señal en plena emergencia, en medio de la devaluación furiosa que dispara la inflación, deja sin precios a la economía y destroza el poder adquisitivo de los que viven con ingresos en pesos, mientras las tasas voladoras asesinan al crédito productivo.
Si no toca al campo y a los grandes ganadores de la megadevaluación en pleno desastre, sacrificará su supervivencia, además de la vida de las mayorías. Sería asumir finalmente la llamada devaluación compensada que recomendaban hasta algunos ortodoxos criados en el CEMA, con elogios a Adalbert Krieger Vasena, el ministro de Economía del dictador Juan Carlos Onganía. De acuerdo a ese criterio, Vasena alumbró un modelo de shock con baja de tasas de interés -algo que no sucedió y que podría dejar el dólar más arriba todavía- que después fue retomado por Jorge Remes Lenicov y Roberto Lavagna.
En el combo que le sugieren al Presidente, figura otra serie de recomendaciones que no está claro si adoptará. En primer lugar, reintroducir el requerimiento de liquidación de divisas que eliminó cuando llegó al poder, en lo que sería una forma tímida pero esencial de regular el sector externo. En segundo, suspender la rebaja de aportes patronales de la reforma tributaria, que -admiten algunos en el Gobierno- no crea empleo, sino que sólo transfiere recursos a las empresas.
Ese tipo de medidas activarán el llanto en los medios de comunicación de los voceros empresarios que ven a Macri traicionar el ideario liberal con “más impuestos”. Las quieren todas a favor. Todas. Todas.
Peronismo para el ajuste
El plan económico que se termina de delinear en estas horas necesita autoridad política para ser llevado adelante y Macri no la tiene, aunque se niegue a reconocerlo. Dujovne tiene el boleto picado, pero no sobran reemplazantes, aunque nadie puede negar que Carlos Melconian sintoniza con el Presidente y todavía se muestra dispuesto a colaborar. Tal vez no se muera de ganas de asumir ahora, como antes, aunque está en la reducida aldea de incondicionales que sobreviven.
Junto con un ministro de Economía, o quizás incluso por encima, está la demanda de gobernabilidad. Por eso, el Círculo Rojo pide a gritos un peronismo asociado al ajuste, como desde el primer día pero ahora como una condición sine qua non. Eso es lo que hace circular la propuesta de un gabinete que invite al PJ a ser parte del tiro del final. Marcos Peña, Mario Quintana y, en menor medida, Gustavo Lopetegui son vistos como un obstáculo para cualquier resurgimiento. ¿Puede el Presidente quedarse sin lo que considera sus ojos y su inteligencia? Por lo pronto, no quiere y, como no ve el abismo -quizás con una ceguera irremediable-, da señales de que no lo hará.
Según le dijo a Letra P un empresario que sufre la debacle del oficialismo, Marcos no entiende la velocidad ni el tenor de la audiencia de mercado y expone a Macri sin necesidad, como el jueves pasado, cuando se trenzó en una discusión en Radio Mitre en la que consideró que no había fracaso económico. Sus detractores no tienen dudas: el mercado le respondió ese mismo día a partir de las 10 de la mañana, con el dólar 6 o 7 pesos por arriba.
Rogelio Frigerio como jefe de Gabinete, tal como se mencionó adentro y afuera del Gobierno, sería la señal de que la negociación con el peronismo va en serio, si se sumara, además, algún otro exponente de esa corriente de los que todavía mantienen la lealtad a Macri. No son muchos, pero despuntan el sacrificado Emilio Monzó y el embajador Ramón Puerta, que introdujo al Presidente en los ágapes del peronismo hace dos décadas pero ya dijo que no.
Ese tipo de movimientos tiene el respaldo de Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y, según dicen, el hermano Nicolás Caputo, que no se deja ver demasiado afectado por la crisis. Serían gestos hacia el peronismo colaboracionista, hacia los mercados y hacia el Fondo, que no está tranquilo con Macri como garante del proceso, aunque madame Lagarde lo adore, como dicen.
El monumental ajuste que debería ser aprobado con el Presupuesto precisa del peronismo en la oposición y en el Gobierno. Una cuadrilla de ministros que haga horas extras para impedir el engorde de una liga de gobernadores del PJ opositora. El guadañazo que viene y la crisis social que late no soportan que las provincias peronistas impugnen fuerte el rumbo que la Casa Rosada y el FMI llevan adelante. Sin embargo, en la oposición ya no queda nadie dispuesto a aceptar con mansedumbre el camino mesiánico del ajuste.
Futuro retro
Lo que viene está saturado de incertidumbre y nadie sabe hasta cuándo pueden los ajustados aguantar con mansedumbre el shock devaluatorio de los mercados, que pasan por arriba a Macri, le arrebatan las reservas y lo dejan al borde del abismo. Pero algo es evidente: el futuro y las expectativas, gran activo del Presidente en 2015 y 2017, están muertos y sepultados. Todo lo que se ve recuerda el peor pasado, hasta en el oficialismo. Mejor que los miembros radicales de la alianza Cambiemos no confiesen las sensaciones que los atravesaron en las últimas horas.
Después de ganar las elecciones con la promesa de una nueva etapa y una oportunidad histórica que diera vuelta la página, el macrismo se llenó de malas noticias. Con obra pública, crédito subsidiado y un tibio repunte en la economía, ganó las elecciones en 2017 y parecía comerse la cancha con un gradualismo financiado a un ritmo vertiginoso por el endeudamiento externo. Con la corrida que arrancó en abril, Cambiemos comenzó a construir su propio techo y forzó la nostalgia del kirchnerismo incluso entre sus votantes circunstanciales. Ahora es peor. La comparación va más atrás en el tiempo.
Tal vez el Presidente y sus fanáticos subestimen la posibilidad de un estallido, convencidos, como se muestran, de que con ellos la historia será distinta. Pero en la alianza Cambiemos crece la preocupación. “Todavía estás mucho mejor que en 2001”, dicen. ¿Hace falta agregar algo más?