La Argentina está ingresando en un período de recuperación económica que promete ser distinta de otras oportunidades. Luego de un extenso período de estanflación cerrará el 2024 con un PIB per cápita un 15% más chico que hace 14 años, pero se adentra en una etapa de expansión que augura ser más sana y robusta que en los anteriores ciclos de ilusiones efímeras que irremediablemente siempre decantaron en desencanto, indica El Economista.
En este marco, la producción de gas y petróleo juega un rol neurálgico. El proceso de estabilización está entrando en la etapa de final, y los cimientos para la recuperación y el progreso económico lucen sólidos. En 2024 se rompería una racha de 14-15 años consecutivos de déficit fiscal, y 2025 será un año definitivamente de equilibrio apuntalado por un conjunto de políticas públicas claras.
El superávit comercial de 2024 será notable (más de U$S 17.000 millones), y aún en un contexto de mayor demanda doméstica, apreciación cambiaria y normalización del comercio exterior, se sostendrá en 2025.
Completan esta fotografía una inflación controlada y un riesgo país por debajo de los 700 puntos básicos que virtualmente ubica a la Argentina como sujeto de crédito internacional. Sin embargo, la gran novedad que ofrece la economía argentina modelo 2025 es que estará encarando una fase ascendente con un cambio estructural sustantivo.
Surge un nuevo campo, potente, con entidad y escala, que le permitirá eludir la gran y eterna limitación argentina para alcanzar un crecimiento sostenido y creíble: la restricción externa, es decir, la «falta de dólares». La Argentina padece de manera crónica de la enfermedad de ciclos «stop and go».
Cuando logra mejorar el nivel de actividad rápidamente deteriora su balanza comercial por un salto inmediato en las importaciones de insumos y bienes de consumo, desembocando en síntomas archi conocidos: devaluaciones de la moneda, restricciones a la importación o endeudamiento.
En definitiva, se condena la recuperación a ser efímera y, finalmente, traumática. El gas y el petróleo son parte de la excepcionalidad que muestra la recuperación económica actual.
Actualmente, las exportaciones energía, aún en plena etapa de despegue, ya representan un quinto de las ventas externas del agro. Los incrementos en las etapas de fracturas anuncian una mayor producción inmediata, y los planes de inversión concentrados en la evacuación y exportación de gas y petróleo anticipan un enero potencial para el mediano plazo.
No es descabellado prever que las exportaciones hidrocarburíferas se acerquen al tercio las agrícolas en los próximos dos años, y que las igualen en un lustro. El abastecimiento de dólares para sostener el consumo y la producción, que hasta ahora recaía casi exclusivamente en el agro, comenzará a ser compartido por la energía, y probablemente también por la minería en el futuro cercano.
De todas formas, el aporte del sector energético no se agota en la contribución de dólares vía exportaciones incrementales.
Las oportunidades de crecimiento del sector y los mecanismos de fomento se reflejan también en inversiones ingentes. El gas y el petróleo de Vaca Muerta son los protagonistas centrales de los casi U$S 12.000 millones en proyectos canalizados a través del Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI) en energía.
Por otro lado, el aumento en la oferta de energía permite mejorar la ecuación fiscal, tanto por la mayor capacidad recaudatoria como por una menor necesidad de compensar los altísimos costos de importación (por ejemplo, del gas natural licuado) con subsidios.
En relación al 2023, las transferencias de recursos de las arcas públicas asociadas a la energía se redujeron entre 20% y 30%. El sector hidrocarburífero es, sin dudas, un factor transformador para la economía argentina de los próximos años.
Es una herramienta central para cualquier plan de desarrollo racional y sostenible en el largo plazo. En el corto plazo, es crucial para cubrir las urgentes necesidades de divisas que demandan la estabilización y la normalización macro. A largo plazo, será indispensable para sostener el flujo de moneda dura que requieren la industria, la sociedad y las cuentas fiscales.