Grafenwöhr es un pueblito con 6.000 habitantes y 40.000 soldados norteamericanos.
El anuncio de la retirada de soldados norteamericanos tuvo el efecto de una bomba. Pero desde la elección de Joe Biden, la esperanza ha renacido en Grafenwöhr, una pequeña ciudad bávara cuyo destino ha estado vinculado a la base militar estadounidense más importante de Europa.
«Sin soldados estadounidenses, Grafenwöhr no es nada», dijo sin rodeos Piri Bradshaw, cuyos padres dirigen el Irish Pub del centro de esta «pequeña Norteamérica».
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, hace 75 años, los militares le han dado vida a una ciudad que se ha adaptado a sus necesidades. Como en la calle de la base, donde se alinean las «peluquerías» y los estudios de tatuajes.
En el concesionario local de BMW, los soldados tienen derecho a un «Militär Rabatt» (un descuento por servicio militar).
«¡Imagínese, tenemos 7 supermercados, demasiados para una ciudad de 6.500 habitantes!», exclama la pelirroja señora Bradshaw. Hay que alimentar a los 40.000 soldados y a sus familias que viven en la región, dentro y alrededor de la base.
En el centro, algunos edificios antiguos dan testimonio del pasado lejano de un pueblo rural bávaro. Pero lo sonidos de disparos, similares a los truenos, hacen que el visitante vuelva rápidamente al presente.
«Estamos acostumbrados a ellos y ya casi no los oímos», asegura Birgit Plössner, directora cultural del museo militar, recordando que aquí se había creado un campo de entrenamiento desde 1908.
Los estadounidenses se establecieron allí después de la derrota del Tercer Reich. Pero desde el final de la Guerra Fría, su presencia ha disminuido. En toda Alemania ha pasado de unos 200.000 soldados en 1990 a 34.500 en la actualidad.
Aunque desde hace años la ciudad es consciente de la posibilidad de que se ordene la retirada, el anuncio, esta vez con cifras, de la administración de Donald Trump de un redespliegue de 12.000 soldados fuera del país, incluidos unos 5.000 de Grafenwöhr y del municipio vecino de Vilseck, causó desazón.
Una simple reducción de tropas tendría «graves consecuencias económicas», dijo el alcalde conservador Edgar Knobloch.
«La base ofrece trabajo a más de 3.000 civiles de la región», dijo. Los militares también gastan alrededor de 800 millones de dólares en salarios, alquileres y consumo privado al año.
Desde la elección en noviembre del demócrata Joe Biden, el proyecto ha sido suspendido a la espera de una nueva revisión por parte del Pentágono, un gran «alivio» para la ciudad. «No estamos al borde de la angustia, pero estoy convencido de que la decisión será a nuestro favor», quiere creer Knobloch.
Según él, también es de interés para los estadounidenses, que han invertido mucho en los últimos años para modernizar la base, desde la cual los soldados son enviados en misión a Irak o Afgahnistán. Además, los ejércitos de los países miembros de la OTAN también se entrenan allí con regularidad.
No sólo se trata del aspecto económico. «Aquí se han sucedido tres generaciones de soldados estadounidenses, a veces incluso de padres a hijos», explica Birgit Plössner.
El más famoso de ellos: Elvis Presley, quien llevó a cabo la mayor parte de su servicio militar en Alemania. De hecho, pueden presumir de que durante una estancia en Grafenwöhr, Presley ofreció un concierto privado en un bar, el único en Europa de toda su carrera. El museo recreó la escena con un piano original y un «Rey» de plástico de tamaño natural.
Su presencia impregna la vida cultural y social. «Celebramos el Día de la Independencia de los Estados Unidos juntos, así como el MaiBaum», dijo, refiriéndose al Festival del Árbol de Mayo, una tradición celta muy extendida en Baviera.
«Aquí hay un verdadero entendimiento entre los pueblos», agrega el alcalde. Los soldados incluso regresan para establecerse aquí después de terminar sus carreras.
Es el caso de Raymond Tavarez Gascot. Un año después de retirarse del Ejército de los Estados Unidos, el ex paracaidista nacido en Puerto Rico se instaló en Grafenwöhr en 2007, donde se casó y pudo cumplir su sueño de montar un taller.
«Me enamoré de este país, de su cultura», relata este dinámico hombre de 45 años, aunque admite que sigue luchando con el idioma de Goethe.
«Por supuesto que extraño mi país, el sol, la playa», admite. «Pero aquí, la calidad de vida es simplemente incomparable».
Agencia AFP.