A veces dos más dos es cuatro: los precios se desbocan (2) y el Gobierno dice que se está preparando una guerrilla saqueadora (2). La deducción es matemática (2+2 =): el Gobierno prepara una represión brutal (4). Mauricio Macri hizo desaparecer los Ministerios de Trabajo, de Cultura y de Salud, pero preservó el de Seguridad y le aumentó el presupuesto. La ministra Patricia Bullrich, favorita del Presidente, usó como excusa para amenazar a la sociedad los hechos confusos por los cuales murió un chico en el Chaco: “Hay dirigentes importantes detrás de una guerrilla en preparación”. Asimilan la experiencia del 2001, pero no para prevenir la catástrofe, sino para incrementar la violencia.
No se trata de solucionar el problema, sino de reprimir sus consecuencias. Es la respuesta de un Gobierno que perdió sustento en la sociedad y la confianza por parte del poder económico. Por un lado amenaza con la violencia. Por el otro, para recuperar el favor de banqueros y empresarios, anunció varias veces un acuerdo con el Fondo Monetario que todavía ni existe. Sin soluciones ni capacidad para encontrarlas, el gobierno prolonga peligrosamente la agonía del país.
Violencia es que el precio del kilo de pan esté llegando a los cien pesos y que un litro de leche ya cueste casi 50 pesos. La insensibilidad de un Gobierno que pone el pan y la leche fuera del alcance de miles de familias es violencia. Empezaron diciendo que los pobres no debían acceder a vacaciones, ni a un plasma o un coche. “Eso es querer vivir con más de lo que se tiene, la fantasía del populismo”, dijeron. Así se empieza, ahora se trata del pan, la leche y los alimentos mínimos indispensables para una familia.
Los números de la macroeconomía (caída de casi siete puntos de la industria, caída de dos puntos del PBI, 42 por ciento de inflación) asustan a los economistas y los empresarios. Los precios de la leche, el pan y los alimentos indispensables asustan a la gente. Es difícil discernir cuál de las dos reacciones es más importante. Seguramente el susto de los empresarios hará caer aún más la economía. Pero lo que ya se extiende en las barriadas humildes y de clases medias bajas, más que susto es desesperación. No la están midiendo. Hay índices de PBI, de inflación y de pobreza, pero no hay un medidor de desesperación. El que no es pobre, el que no está desempleado ni tiene un salario por debajo de la línea de pobreza no tiene ni idea, no termina de entender, el pozo que se abrió bajo sus pies –según publica Página 12-.
No se trata de leer el futuro la bola de cristal o en las entrañas de un cordero para hablar de violencia en ese contexto. El gobierno la está provocando. Y la solución no puede ser amenazar con más violencia todavía, ni acusar a la oposición de organizarla. El responsable de cualquier desborde social es el gobierno. Y también será el responsable de cualquier víctima que produzca su represión. Cuando hay un motivo concreto que lleva a miles de familias a la desesperación, la represión no alivia la tensión social, sino que la agudiza. Y la responsabilidad por la violencia es de quien generó las condiciones para que estalle y no de la oposición que las criticó y se resistió a generarlas.
Hay una ecuación inevitable entre el menoscabo institucional que produciría la salida anticipada de un gobierno que ya no tiene respuestas para la crisis y el daño que pueda ocasionar su permanencia. Durante la transición democrática se produjo la salida anticipada de Raúl Alfonsín, muy presionado por la hiperinflación, y la de un Fernando de la Rúa desahuciado por el cataclismo del 2001.
Otra vez, como en el 2001, las políticas económicas han destrozado las economías populares y generado una situación de desesperación en la mayoría de la sociedad. Es el problema más grave y el gobierno no tiene respuesta. Por el contrario echa nafta al fuego. Ya anunció que habrá otros diez mil despidos en el Estado al suprimir los contratos cooperativos tercerizados. Y la parálisis de la obra pública implicará otros 40 mil desempleados. El panorama de crisis se extiende como una mancha de aceite y va a empeorar. Hay zonas en el Conurbano donde el desempleo llega al 16 por ciento. Ni siquiera hay paliativos. Las recetas neoliberales con su darwinismo económico por el que sobrevive el más rico sobre el más pobre, se traslada inmediatamente al plano social donde sobrevive el más fuerte sobre el débil. Y eso desemboca en violencia.
El distrito más golpeado es el Conurbano. No hay María Eugenia Vidal que resista. El mal clima con el gobierno se siente hasta en los reductos más fuertes del macrismo. En algunas localidades los vecinos se han puesto de acuerdo para no dejar entrar a los empleados de las empresas de electricidad. En otras se han organizado ferias de trueque en las que participan hasta diez mil personas, sobre todo mujeres, donde se intercambia ropa usada por alimentos.
Tras los sucesos del Chaco y ante el riesgo de contagio, los intendentes del Conurbano iniciaron consultas. Hubo diferentes reuniones y en todas coincidieron en que “en el Conurbano una chispa puede desatar el incendio”, “la gente pide comida y trabajo”. La gobernadora Vidal creó un fondo de mil millones de pesos, pero la provincia acumula una pérdida de siete mil millones por la desaparición del Fondo Sojero que había establecido el gobierno kirchnerista.
Una gran parte del voto bonaerense a Cambiemos no es tan derechizado como sucede en el núcleo duro porteño. Es un ciudadano que buscó una mejora con el macrismo y ahora se siente defraudado y con mucha bronca. Es un voto volátil que el macrismo ya perdió. En este clima resulta muy difícil que Cambiemos vuelva a ganar en la provincia, independientemente de cuál sea el nivel de imagen de la gobernadora Vidal.
El país en situación límite produce paradojas en serie. El gobierno que surgió con un fuerte envión de productores rurales enojados por las retenciones fue conminado por el FMI para volver a aplicarlas. El Gobierno que mantendrá la ayuda caritativa de los planes trabajar como único paliativo a la falta de trabajo, hizo su campaña mediática en las redes contra estos subsidios con frases simples como “agarrá la pala” o “a mí nadie me regaló nada”. Fue una fuerte campaña ideológica contra el gobierno anterior que, paradójicamente, fue reemplazando en forma progresiva esos planes por la creación de trabajo genuino. El gobierno neoliberal que tanto criticó el “control de precios” del gobierno anterior anunció que regresará el programa de “precios cuidados” instituido por el kirchnerismo. Todas estas medidas fueron anunciadas casi por obligación y parecen buscar más un efecto publicitario que concreto.
Los sectores de la oposición que fueron arrastrados por la euforia del triunfo macrista y se ganaron el mote de opoficialistas porque facilitaron todas las medidas que desembocaron en la situación actual, en especial el endeudamiento externo, ahora reclaman el rol de oposición que no ocuparon en estos tres años. Estos mismos sectores negocian con el oficialismo la aprobación de un Presupuesto que incluye el ajuste impiadoso impuesto por el FMI. En ese proceso de reordenamiento, Sergio Massa inició un sigiloso acercamiento al peronismo y participó en alguna de las reuniones de los intendentes. Pero fue claro: todavía no quiere hablar de acuerdos electorales opositores, aunque el ex presidente Eduardo Duhalde se haya encargado de tirar al ruedo el nombre del ex ministro de Economía de Néstor Kirchner, Roberto Lavagna.
En el peronismo, los sectores que se volcaron al opoficialismo acusando al kirchnerismo de “sectario”, son ahora los que ponen condiciones de exclusión, ya sea de Cristina Kirchner o del kirchnerismo en general, para cualquier armado opositor común. Y el kirchnerismo, acusado de “sectario”, es el que no pone ninguna condición para ese armado. Todos plantean la participación en una interna común. Pero el kirchnerismo es el único que no pone condiciones con tal de que se concrete una alternativa de gobierno desde la oposición.
La crisis ha esmerilado los argumentos del opoficialismo enfrentado al kirchnerismo, como el massismo o el bloque justicialista de diputados y senadores. Sus bases, en el caso de los que las tienen, ya fueran sindicales o territoriales, están más enojadas con el gobierno y reniegan de la mínima expectativa que pudieron tener en algún momento. Solamente el núcleo duro, más derechista y menos peronista, de esas corrientes, votaría a un macrista antes que a un kirchnerista en la segunda vuelta, si se diera esa circunstancia. A medida que se profundiza la crisis, pesa más el factor opositor que el anti k.