El viaje del Presidente confirmó un rasgo que lo excede. El swap de la salvación, el lobby de Rocca y la vitalidad escénica de Cristina entre la inflación récord y la resignación social.
Alberto Fernández podría argumentar en su defensa que lo suyo no es un problema político: la negación es una característica que atraviesa todas las facetas de su vida. Detrás de la gastritis erosiva con sangrado de la que informaron poco los médicos de la Unidad Presidencial hay problemas más graves, que Alberto prefiere minimizar para no actuar en consecuencia. Algo similar, piensan sus amigos de toda la vida, le sucede a la hora de ejercer un poder que le cayó del cielo, producto de la memoria difusa que Cristina Fernández conservaba de su paso por la jefatura de gabinete.
Habituado a actuar como un canciller que se garantiza la amplia cobertura de cada uno de sus viajes, Fernández se descompensó a 15 mil kilómetros de distancia de Olivos y decidió seguir adelante con las actividades más importantes: el encuentro con Xi Jinping para conseguir la ampliación del swap para las reservas menguantes del Banco Central y la cita con Kristalina Georgieva para comprobar una vez que el Nuevo Fondo no se mueve de sus exigencias. Pasadas unas horas del episodio que generó preocupación y del que se informó sin claridad, el Presidente buscó mostrarse como si no hubiera pasado nada.
Fernández viajó escoltado por el ínfimo círculo de funcionarios que se mantiene leal a su conducción y sumó en el camino a Sergio Massa y a Juan Manuel Olmos, el vicejefe de gabinete que quiere tomar el lugar de Juan Manzur para la secta de los porteños. Alguien está confundido: tanto el presidente como el ministro de Economía lo consideran un hombre tan leal como propio.
La gira de Alberto coincidió con dos pronunciamientos locales que llegaron desde las alturas del poder. El primero fue el de Paolo Rocca, el segundo el de Cristina. El dueño de Techint aprovechó el auditorio de la Facultad de Ciencias Económicas para plantear sus preocupaciones en el 25 aniversario de su Fundación Observatorio Pyme. Rocca habló, una vez más, de los riesgos de una asociación con China que conduce a «la desindustrialización y la primarización» en América Latina y se refirió a lo que él mismo considera «un cambio geopolítico definitivo», el fin del mundo unipolar dominado por Estados Unidos.
«El principal actor del proceso de globalización es China, que representa el 28% de la producción industrial del mundo, incorporó a 250 millones de personas a estructuras de mayor productividad, y pasó de representar el 13% del comercio global al 30%», dijo. Frente a ese poderío formidable, el dueño de la trasnacional siderúrgica que tiene sede en Luxemburgo llama desde hace años a la resistencia. Rocca sostiene que Argentina debe pararse en la cadena de valor occidental y alejarse del bloque de los BRICS que Lula se dice dispuesto a impulsar a partir del 1 de enero.
Aunque no es nuevo, el planteo de Rocca llegó en forma instantánea a Bali porque incluyó un contrapunto con Jorge Argüello, que acompañaba a Fernández como sherpa en el G20. El embajador argentino en Washington es junto con Massa uno de los principales abogados del alineamiento con Estados Unidos pero la diplomacia le impide hablar como lo hace el heredero del imperio Techint. No alcanzó que le dijera «querido Paolo» -el mismo apelativo que usó alguna vez Néstor Kirchner- para que Rocca lo despachara como partidario de un no alineamiento que perdió vigencia.
El planteo de Rocca es el mismo que hace seis años provocó un intercambio de cartas entre la conducción de la UIA y el embajador macrista en China, Diego Guelar. En ese entonces, el déficit comercial con el gigante asiático era de 11.400 millones, hoy es de 8.000 millones. Para un gobierno sediento de dólares que rifó un superávit comercial récord, el swap con China es un placebo que le devuelve algo de oxígeno en medio de la pérdida de reservas -casi 1.000 millones en lo que va de noviembre- y la presión devaluatoria que vuelve a crecer.
Rocca insistió en que no somos Venezuela justo cuando un Joe Biden fortalecido como nunca decidió encontrarse con Xi Jinping para distender la escena del conflicto en Ucrania y escapar a lo que los analistas llaman la Trampa de Tucídides. La sinofobia del dueño de Techint coincide con la que propagan importantes usinas del norte y tuvo su auge durante la era Trump pero la estela se impone en el establishment estadounidense, como lo dejó claro la jefa del Comando Sur en su visita a CFK y lo expresan desde la propia burocracia del departamento de Estado que conduce Anthony Blinken. Impregnados por el mismo aire que Rocca, en Washington desfilan los representantes de empresas europeas y norteamericanas que se declaran totalmente «China Free». Solo algunos sobrevivientes como Henry Kissinger y James Carter coinciden en plantear una mirada distinta.
El ganador de la licitación del gasoducto Néstor Kirchner exhibe las preocupaciones de un poder permanente irreductible en sus obsesiones y contrasta con la plasticidad que distingue a José Luis Manzano, un adaptable a todas las eras que organizó su propio foro junto al Cippec para hablar del futuro de la región. El dueño de América y El Cronista, que se quedó con la mayor distribuidora de luz gracias al Frente de Todos, sigue creciendo como Rocca, pero no dramatiza: acaba de comprar la única refinería de petróleo del norte argentino. Algo molesto por su ascenso incontenible, los soldados de Héctor Magnetto le dedicaron una nota sin firma en Clarín en los últimos días y recordaron su proximidad con Massa. Padrino histórico del ministro de Economía, Manzano no estuvo en el Estadio Único de La Plata pero podría haberse sentado a aplaudir en primera fila junto con la feligresía que ya no lo denuncia como menemista y ahora le nota, muy marcadas, las facciones de nacional y popular.
La vitalidad escénica del peronismo de Cristina no puede más que sorprender en una semana en que el Banco Central volvió a perder reservas, los dólares paralelos subieron fuerte y la inflación marcó un récord histórico según el INDEC: 76,6% en los 10 meses de 2022, 88% en el último año y 101% interanual si se tiene en cuenta el aumento de la Canasta Básica Alimentaria. Considerada la inflación de los pobres, la canasta que fija el discutible límite de la indigencia aumentó en octubre 9,4% -3 puntos más que el IPC general- y hoy se ubica en 62 mil pesos para una familia tipo que, se supone, tiene resuelto el enorme problema de la vivienda.
En el Día de la Militancia, la ex presidenta eligió la consigna de «La fuerza de la esperanza», un eco lejano de la campaña publicitaria de Pucho Mentasti que hace 11 años condujo a la lista 131 del Frente para la Victoria, Cristina Fernández-Amado Boudou, al excepcional 54% de los votos.
La vitalidad escénica del peronismo de Cristina sorprende en una semana en que el Banco Central volvió a perder reservas, los dólares paralelos subieron fuerte y la inflación interanual llegó al 101% si se mide por el aumento de la Canasta Básica Alimentaria.
En su discurso de 55 minutos, la vicepresidenta se refugió en el confort de aquel pasado. Apeló una vez más a la memoria selectiva del período 2003-2015 y recordó el tiempo de la más alta participación asalariada en el PBI, pero casi no aludió a los resultados del presente ensayo de gobierno. En la platea, no solo la aplaudían los sectores que la acompañaron siempre. También estaban altos desertores de la utopía albertista incluidos varios ministros.
A Felipe Solá y Julián Dominguez, dueños de un abono en la primera fila cristinista, se le sumaron Juan Zabaleta, Gabriel Katopodis, una delegación del Movimiento Evita y hasta Victoria Tolosa Paz, que llegó tarde pero llegó. Sin competencia a la vista y con el presidente fuera de escena, CFK se confirma como la jefa del peronismo real y con capacidad de reinventarse pese a ser la autora intelectual de la presidencia Fernández. Para bien o para mal, se lleva puesto una vez más al peronismo y no está claro si es el inicio de la resurrección al estilo Lula por la que se cantó en La Plata o si es en realidad la conducción de un peronismo en ruinas.
Aquella infancia política, el kirchnerismo de las vacas gordas, mantiene un poder relativo envidiable y habilita incluso a fingir demencia ante el bisturí del ministro Massa. Según el Monitor de Ajuste del Gasto de la consultora Analytica, en octubre el gasto primario real, sin estacionalidad, fue de $25.000 millones (7,8%) inferior a septiembre, y $358.200 millones (20,3%) inferior al de un año atrás. La contracción fiscal se nota en la variación interanual, que fue negativa por primera vez. El recorte más fuerte (26,4%) está en los subsidios económicos, el Rubicón que Martín Guzmán no pudo cruzar, pero el ajuste también entra en las partidas más sensibles.
Mientras el explorador de la Patagonia Guillermo Marijuan, gran auxiliar del poder de turno, avanza ahora con una pesquisa que legitima el ajuste en el área, el informe de Analytica dice que el gasto en programas sociales resultó en octubre $ 7.639 millones (5,7%) inferior a septiembre y $ 54.273 millones (34,6%) más bajo respecto del mismo mes de 2021. Es comprensible que en este contexto los dirigentes de La Cámpora no sepan dónde ubicarse, se alejen de la primera fila y se escuden en un paravalanchas. También que Cristina haya decidido un alto en fuego sobre la residencia de Olivos y hasta se predisponga a reanimar a alferdez con un retuit. La negación no es propiedad exclusiva del presidente.
Cuatro meses de inflación por encima del 6% impactan como un misil sobre el territorio en el cual se asienta el poder del cristinismo y siembran de obstáculos la campaña prematura hacia 2023. Un día después de dormir en el Senado a la oposición sin cabeza con las bancas en el Consejo de la Magistratura, la vicepresidenta pide un acuerdo político con bloque de fuerzas que solo se une en el rechazo a su figura. Y ni siquiera.
Cristina tiene la llave de lo que queda bajo el tinglado de un peronismo bonaerense donde los jefes territoriales no actúan nunca sin consultar a La Cámpora. En ese carácter, pide un gran pacto nacional y no está claro si lo hace porque piensa que puede volver al poder o si le está advirtiendo al próximo gobierno que la necesita a ella para poder gobernar.
Cristina tiene la llave de lo que queda bajo el tinglado del peronismo bonaerense. No está claro si pide un gran acuerdo porque piensa que puede volver al poder o si le está advirtiendo al próximo gobierno que la necesita a ella para poder gobernar.
La alusión de la vice al tema de la violencia urbana es sintomática: habla de un problema de difícil solución, que persiste como preocupación en la provincia de Buenos Aires y que tiene como responsable principal a Sergio Berni, un funcionario que Axel Kicillof no se anima a echar. Cristina plantea la necesidad de un control civil sobre las fuerzas de seguridad para hacer frente a una fábrica de violencia que, como repite desde hace años el especialista Alberto Binder, se activa en tiempos de crisis. Aunque el tiro por elevación cae en Aníbal Fernández, señalado como rey del autogobierno policial, también vale para Berni, un Rambo devaluado al que La Bonaerense le tomó el tiempo de entrada.
CFK sabe que en el PRO compiten por ver quién es más parecido a Milei pero, según dicen en el Senado, le gustaría llegar a un acuerdo con el radicalismo a través de algunos de sus soldados. El problema es que la UCR sigue siendo un actor de reparto en Juntos y está dividido en cuatro tribus distintas, tal y como lo reconocen algunos dirigentes que advierten con temor el renacimiento de Macri, producto del fracaso conjunto de una generación de dirigentes que no logra hacerlo a un costado.
En espejo con el Frente de Todos, el funcionamiento de la oposición que cuenta con más chances de gobernar a partir de 2023 es una calamidad. Así lo ven puertas adentro los que admiten que no existe un programa común y cada candidato se mueve de acuerdo a su criterio individual y a los financistas que consiguen. Patricia Bullrich y Gerardo Morales están de los dos lados del mostrador: son parte de la mesa directiva de Juntos y se venden como candidatos presidenciales. Siete años después de haber asumido el poder para perderlo en tiempo récord, las fuerzas del antiperonismo no acuerdan en las razones del fracaso de Macri y actúan como si nada hubiera pasado. La negación no es una propiedad exclusiva del presidente.
Fuera de la burbuja de los profesionales de la política, crece el malestar y el neocavallista Milei funge de novedad. La deriva de los dos últimos gobiernos, la inflación que corre al 100% y el derrumbe del salario real tienen un impacto todavía desconocido. Un estudio cualitativo de Poll Data en la provincia de Buenos Aires muestra que los consultados ya atravesaron el estadio de la negación, el enojo, la negociación y la tristeza para estacionarse en el de la resignación.
Lejos de la esperanza que promueve Cristina para que la gente decida -otra vez- lo que ya decidió en 2019, las palabras que conforman el ánimo general son tristeza, desilusión, desencanto, angustia y escepticismo. Según surge de los focus group que Celia Kleiman coordinó vía Zoom con bonaerenses de todas las edades, secciones electorales y clases sociales, se confirma que la distancia con la clase política vuelve a crecer y que los consultados igualan a los representantes de los dos polos principales: los ven como un universo de privilegiados que no sabe lo que es una Sube.
Por Diego Genoud para La Política Online