Es urgente crear los canales por los cuales poder hacernos oír y sentirnos escuchados. No con ánimo de imponer nuestras voces sino con el de plantear las preguntas fundamentales. Y abordarlas en conjunto.
A nivel global, la democracia enfrenta una gran crisis de confianza. Cada vez más, las personas sienten que tienen poca influencia en el devenir de su propia comunidad y que muchas de las decisiones que se toman no contemplan sus intereses y necesidades.
En nuestro país, la falta de confianza representa un problema fundamental que nos aqueja profundamente y entorpece las búsquedas y aplicaciones de posibles soluciones. Desconfiamos de las autoridades, la clase política, las instituciones, los proyectos económicos, los medios de comunicación, los empresarios, la justicia, los sindicatos y las estadísticas. Más recientemente, hasta la evidencia científica ha caído víctima de las lecturas sesgadas.
Además, la situación se vuelve más compleja si consideramos que las poblaciones se encuentran cada vez más polarizadas. Y, más aún, la clase política, que echándose culpas y pasándose facturas públicamente refuerza la ubicación en bandos, como si estuviéramos en una guerra contra nuestros propios compatriotas.
Así, a los problemas económicos y sociales, se le suma una polarización extrema que a esta altura impide hasta los diálogos más básicos. Todo, absolutamente todo se pone en cuestión, no por lo que se dice sino por quién lo dice.
Desde la ciencia sabemos que las opiniones no se basan en la mejor evidencia disponible sino que la adhesión a una causa o a una medida tiene que ver con cómo se relaciona con nuestra identidad social, cultural, política, ideológica.
Se trata de lo que se llama “razonamientos motivados”, que constituyen una de las formas en las que el contexto incide en nuestra toma de decisiones. Entonces, si una idea es defendida por un partido político, un grupo social o una persona con la que no coincidimos, vamos a desestimarla y viceversa.
En consecuencia, discusiones serias que deberían tener fuertes fundamentos se convierten en un debate dicotómico en el que los argumentos se analizan en función de su coincidencia o no con la posición del grupo de pertenencia. También sabemos que la mejor herramienta para moderar su efecto en nuestra forma de pensar y actuar es, siempre, el pensamiento crítico.
Por su parte, la falta de credibilidad debilita la práctica social. Si un líder, por mejores que sean sus atributos personales, no logra construir confianza, se le hace difícil gobernar. La política pierde su efectividad al no lograr enlazar a cada ciudadano o ciudadana con los intereses colectivos.
Entonces, la crisis de confianza que vivimos atenta contra ese compromiso ciudadano con la democracia que tanto necesitamos para pensar el futuro del país.
Si queremos que las cosas cambien verdaderamente, necesitamos que todos y todas estemos involucrados. La confianza es la condición necesaria para la construcción de los lazos sociales.
No existe posibilidad de desarrollo sostenido de otra manera. La satisfacción de lograr consensos es parte del bienestar social que nos debemos hace décadas.
Es urgente crear los canales por los cuales poder hacernos oír y sentirnos escuchados. No con ánimo de imponer nuestras voces sino con el de plantear las preguntas importantes, esas que debemos hacernos hace tiempo y también esas que nos quitan el sueño en el presente.
Necesitamos espacios donde ciudadanos y ciudadanas puedan escucharse recíprocamente y conocer otros puntos de vista; así se podrá comenzar a curar nuestra Argentina rota. Es sabido que mejorar la participación ciudadana aumenta la confianza, el respeto por las opiniones diversas y tiende a hacer a las personas más conscientes de su responsabilidad para que las cosas cambien para mejor.
Ha llegado un momento bisagra en el que la pregunta ya no es quién se involucra, sino cómo hacemos para involucrarnos todos, estemos donde estemos, y fortalecer nuestra democracia. Porque, desde nuestro lugar, cada uno ocupa un rol significativo en el bienestar del otro y en el bienestar general.
Se viene un nuevo país en un nuevo mundo. Es tiempo de acordar, pensar, trabajar, hacer y luchar por una Argentina desarrollada e igualitaria. Entre tanta incertidumbre, con todo por delante, esta es una nueva oportunidad de moldear el país que anhelamos.
Para eso, hoy mismo, necesitamos poner en marcha el plan estratégico que nos debemos. ¿Qué significa esto? Que cada paso se corresponda con un camino, y no estar yendo y viniendo, casi sin saber adonde ir. Tenemos por delante un desafío que nunca imaginamos.
Necesitamos respuestas innovadoras y honestas para reconstruir la Argentina en este nuevo horizonte, porque está visto que las fórmulas conocidas hasta acá no funcionan.
No podemos enfrentar esta crisis y cambiar la tendencia decadente crónica de nuestro país con las mismas prácticas de siempre.
El desafío es trabajar para permitirnos volver a tener un sueño colectivo que convoque a la mayor parte de los ciudadanos y nos lleve de una vez por todas al desarrollo y la equidad. Y aunque nos sintamos desolados y no representados, debemos convencernos de que si nos comprometemos, contamos con una posibilidad real de salir de la situación actual más resilientes y mejores que antes.
Es un momento para trabajar en acuerdos, ideas y consensos. Debemos, entonces, poder cuestionar nuestros esquemas mentales y dialogar con quienes tienen distintas visiones, sin descalificaciones. Para eso habrá que dejar de lado las mezquindades y los gritos, dejar de ver enemigos en quienes piensan diferente. Fortalecer la democracia, la confianza pública en nuestro país, en sus instituciones y en nuestros compatriotas es el paso esencial. Es el verdadero primer paso.
Facundo Manes es neurólogo y neurocientífico (INECO, Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro), investigador del CONICET