Por Rául Fernández
El pasado 17 de octubre se cumplieron 65 años de un momento que, sin ningún lugar a duda, cambió el transcurso de la historia Argentina.Podrán cronistas, relatores, historiadores y revisionistas no coincidir en detalles, formas, esquemas, personajes y personalidades, pero nadie podrá negar la relevancia que marcó aquel viraje de los hechos.
Un Coronel de la Nación que había acumulado algún que otro cargo y poder desde el último golpe militad comenzaba a vivir algo quizás impensado: convertirse en el líder de un movimiento que trascendió las fronteras de su patria y aún perdura con todos los matices.
Pero la cuestión de hoy, si bien está signada por aquello del pueblo que salió a defender a quien los había defendido, es preguntarnos como Peronistas en qué, a quien o cómo se traduce la lealtad.
El tildar de traidor o enemigo esta a diario en la política y muchos políticos actuales que ven así a quienes no coinciden con su accionar o pensamiento, muchas veces cimentado con un vocabulario poco serio y hasta chabacano, sólo genera desconfianza y alejamiento de aquellos que pueden llegar a considerar la política y la militancia como principal herramienta de un cambio.
Dentro de un extenso legado y aún con imperfecciones, Juan Domingo Perón nos enseñó con claridad meridiana que cada uno tenía su posibilidad de desarrollo en la medida que se capacitara, se formara y desarrollara los ideales de un movimiento que proclamó, hace más de medio siglo, la Justicia Social, la Independencia Económica y la Soberanía Política con puntos vitales de su naturaleza de vida.
Cada tarea, cada proyecto, cada acción debería, sin importar mucho el lugar que un militante ocupe, tender a cumplir con esos objetivos.
Se ha escrito hasta el hartazgo y pueden llenarse bibliotecas y marquesinas con lo dicho y hecho por Perón y por su compañera entrañable Evita, y se desprende de allí la base sólida de lo que el Peronismo debe hacer hoy en cada acción de gobierno, en todos los estamentos del Estado.
Creo que como parte de ese movimiento tenemos hoy una responsabilidad mayúscula: terminar con la pobreza.
Este desafío, que está atado a generar empleo, motivar la producción, promover la educación profunda, alcanzar la integración social de una comunidad o una región; también tiene un sustento más que relevante: la organización social.
Estamos en falta con esto. Desde los clubes, las juntad de gobierno vecinal, los centros de estudiantes o las entidades gremiales hasta las empresariales.
Esta es una de nuestras principales deudas con la sociedad. Pero no se cumplen porque a muchos les causa temor. Piensan que pueden perder poder, decisión o le pueden disputar un espacio.
Allí debería estar centrado hoy, al menos para los Peronistas el sentido de la lealtad: a volver a esas fuentes originarias y actuar en consecuencia, cueste lo que cueste o le duela a quien le duela.
Perón no está más y es irremplazable. Sólo la organización de la comunidad será el poner su legado definitivamente en marcha.