El incumplimiento de todas las promesas de pago que se hicieron previo al aislamiento se encuentran en su punto más crítico y la imposibilidad de saldarlos está más cerca que nunca.
La Argentina se encuentra virtualmente en default con los tenedores de la deuda pública. Pero hay un default que debe preocuparnos aún más: la catarata de incumplimientos de pagos que tendremos en nuestra economía al finalizar el aislamiento. Todos, prácticamente todos le deberemos a alguien. Llámese banco, servicios públicos, propietario, proveedores o incluso empleados.
Estaremos expuestos a un desequilibrio intertemporal al salir de la cuarentena. El incumplimiento de todas las promesas de pago que se hicieron previo al aislamiento se encuentran en su punto más crítico y la imposibilidad de saldarlos está más cerca que nunca.
Tanto las empresas como los trabajadores ven reducida doblemente su capacidad de generar ingresos tanto por la mala situación económica anterior al coronavirus, como por la actual crisis sanitaria que paralizó casi por completo la actividad económica.
La crisis sanitaria afectó a todos sin distinción de capacidad contributiva.
En el sector privado, las empresas y sus empleados viven del flujo de efectivo, es decir de las ventas y del sueldo respectivamente. Sin importar si tienen grandes propiedades o no. Ninguno de ellos puede vender su patrimonio al precio de mercado para saldar deudas porque para vender sus pertenencias necesitan un comprador. Y hoy el mercado está parcialmente cerrado.
Imaginemos que una empresa pyme que no facturó durante el aislamiento tiene que salir a vender un inmueble para pagar todos los compromisos corrientes. En primer lugar, estaría evidentemente limitada por la falta de compradores y en segundo, estaría licuando su patrimonio sin saber si puede seguir vendiendo en el futuro. En resumidas cuentas estaría rifando el futuro de la empresa a todo tercero con el que contrajera una obligación: proveedores, bancos y empleados.
Si a la situación descripta en el anterior párrafo, le agregáramos una suba de impuestos a cualquier sector de la sociedad para “paliar” la crisis actual, la transferencia de recursos será exitosa pero solamente en el muy corto plazo. No porque los impuestos no sean efectivos, sino que dada la situación de altísima presión fiscal previa haría inviable seguir aumentando la cuota impositiva. Esto se refleja en el alto grado de informalidad de la economía, los privados no soportan más impuestos.
Entonces, si no pueden vender sus pertenencias y no tienen liquidez inmediata la reacción en cadena de impagos se trasladará a todos los sectores de la economía y la crisis se agravaría severamente. El empleador no podrá pagar al asalariado, el asalariado no podrá pagar el alquiler y el locatario no podrá pagar sus deudas con el banco o con terceros. Este boomerang se replicará en todas las relaciones contractuales, salvo que cuenten con liquidez inmediata, algo que realmente escasea.
¿Cómo evitar el efecto dominó?
En primer lugar es necesario decir que una baja de impuestos aliviaría no sólo el bolsillo de los consumidores finales que pagan IVA sino también a las empresas en las contribuciones patronales y en el pago del Impuesto a las Ganancias que claramente se verán reducidas en la mayoría de los casos.
La transferencia de recursos hoy no puede ser linealmente de las personas físicas o jurídicas de mayores ingresos hacia el resto de los sectores, porque la mayoría vieron afectados sus ingresos y vieron en jaque sus negocios. Hoy el Estado debe transferirles recursos a todos.
Para empezar por un ejemplo evidente, una rebaja del IVA en alimentos, bienes y servicios sobre los consumidores finales ayudaría a sobrellevar mucho mejor la crisis y poder destinar ese dinero hacía pagos corrientes para no generar el default masivo.
El Estado podría emitir dinero para financiar el déficit que le generará ayudar a los sectores más vulnerables y no presionando se los privados con una carga mayor de impuestos. Por ejemplo, bajando las cargas patronales se beneficiarán millones de trabajadores para poder recibir sus salarios en tiempo y forma e incluso evitando que el boomerang de incumplimientos sea mayor.
En tiempos de crisis o en tiempos de bonanza, hay una regla que es persistente: “Incentivar es mejor que coaccionar”.
(*) Economista, CEO Fintech Más Inversiones.
Fuente: ámbito