El 2018 será recordado, sin lugar a dudas, como el año en el que la Argentina volvió al Fondo. El país recibió cerca de US$28.000 millones del organismo multilateral de crédito, pero aún restan desembolsos para el electoral 2019, cuyos pronósticos afirman que, lejos de la calma, será un año aún más duro que el que se va.
Sin lugar a dudas, el regreso al Fondo Monetario Internacional quedará registrado como el gran suceso del 2018. La decisión del Gobierno de pedir, de forma preventiva, ingresar a un acuerdo crediticio con el organismo internacional marcó la agenda tanto política como económica de la mayor parte del año.
Fueron 2 etapas marcadas por 2 pedidos: el de junio y el de septiembre. Pero todo comenzó en abril cuando el valor del dólar se disparó y trepó casi un 12%, según el Gobierno, movilizado tanto por factores externos como la suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de USA y de factores internos como la aprobación de un proyecto de ley que permitió aplicar un impuesto a la renta financiera para los tenedores extranjeros de Lebacs.
El Gobierno, cuyo jefe de Ministros, Marcos Peña, había dicho días antes que «no hay crisis cuando sube un poco el dólar», lo describió como una «turbulencia» y anunció que se había comunicado con la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, para comenzar negociaciones de una línea de asistencia financiera con el organismo multilateral de crédito.
A poco de firmarse el acuerdo, se viralizaba por las redes una campaña «de terror» en contra de la decisión del gobierno nacional de volver al Fondo.
Con el hashtag #VolvieronLosMonstruos, una serie de spots rechazaba la política económica de Macri de volver a caer en los préstamos al FMI. Con los rostros de Cavallo; Christine Lagarde y el propio Macri, los videos mostraban como una película de terror la decisión del gobierno.
El expresidente Eduardo Duhalde salía entonces a declarar que «son macanas» pensar que el FMI «es un monstruo». «Son macanas. A mí me tocó arreglar con el Fondo y después no pudimos cumplirle pero lo tuvimos que hacer. No es si el Fondo es bueno o es malo sino si quien está gobernando considera imprescindible o no aceptar participar del Fondo, del que Argentina es socia hace décadas. Tampoco critico eso, hay que estar en los pantalones de quien está gobernando. Hay gente que opina lo contrario pero (el gobierno) creyó necesario tomar esta medida y ya está», señalaba en una entrevista al diario ‘El Tribuno’ de Salta.
A principios de junio, el ministro Nicolás Dujovne y el entonces presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, anunciaron que el crédito otorgado a Argentina era el más grande en la historia del organismo multilateral de crédito: US$50.000 millones en derechos especiales de giro (las unidades usadas por el Fondo para expresar sus líneas de crédito).
Las condiciones en ese momento eran que los fondos iban a estar bajo el marco de un acuerdo stand-by, con US$15.000 millones en una primera cuota para reforzar de forma equitativa las reservas del Central y las arcas del Tesoro Nacional, que los US$35.000 millones restantes iban a ser entregados en partes iguales a lo largo del periodo 2018-2022, que cada desembolso iba a estar atado a una evaluación por parte de una misión del Fondo en base al cumplimiento de metas fiscales e inflacionarias propuestas por Gobierno al organismo multilateral, y que el Gobierno se comprometía a acelerar el sendero de reducción de déficit fiscal primario, pasando a déficit fiscales primarios de 2,7% del PBI para 2018; 1,3% en 2019; alcanzar el equilibrio primario en 2020 y registrar un superávit de 0,5% del PBI para final de 2021.
Entre los puntos del Memorándum de Políticas Económicas y Financieras (MPEF) que se compartió desde el Gobierno se incluyó un pedido del Fondo de avanzar con un desarme de las Lebac. Las letras del Central eran un peso importante para la autoridad monetaria y cada vencimiento significaba una señal de alerta –según publica Urgente 24-.
Sin embargo, el primer desembolso de US$15.000 millones no logró calmar las aguas cambiarias, y el dólar volvió a dispararse un 11% en una semana. Sturzenneger renunció al Central y asumió Luis Caputo, hasta entonces ministro de Finanzas.
Llegó julio con un poco de calma y se convirtió en el primer mes en el año que registró una caída en el valor del dólar, de un 5%.
Pero inmediatamente llegó agosto, cuando el dólar saltó casi un 10% en sólo 4 días, y tras una breve pausa, los últimos días del mes y el comienzo de septiembre vieron una escalada del tipo de cambio en más de 23,76%.
En el medio Macri intentó llevar tranquilidad con un «no pasa nada, tranquilos»…
Ahí fue cuando el gobierno anunció el segundo acuerdo para cambiar el esquema de desembolsos. En principio, se buscaría ajustar los tiempos, adelantando todos los fondos antes del final de 2019.
En septiembre el dólar tocó un máximo en $41,87. Y la regla de no intervención en el mercado cambiario se relajó para darle a Caputo más poder de fuego.
El 25 de septiembre, el presidente del Central renunció cuando Macri y Dujovne estaban en Nueva York a apenas unas horas de anunciar el nuevo esquema de desembolsos con Lagarde.
En el segundo acuerdo, el Gobierno planeaba recibir cerca de US$50.000 millones entre 2018 y 2019, a lo que se sumarán US$7.100 millones entre 2020 y 2021. A cambio, se acelerará el camino al equilibrio fiscal, con el Gobierno comprometiéndose a un déficit primario cero respecto del PBI.
A la vez, llegó el tercer presidente del Central en solo 4 meses: Guido Sandleris, ex-número dos de Dujovne, empezó a implementar el nuevo programa monetario acordado con el Fondo. Se cambió de estrategia respecto de las fallidas metas de inflación y se acordó un congelamiento en el crecimiento de la base monetaria para secar la plaza de todos los pesos excedentes en circulación.
Otro elemento en la nueva estrategia del equipo monetario atendía la preocupación de los analistas sobre la capacidad del Gobierno de evitar las fuertes fluctuaciones en el dólar que generaron la recesión en la que se encontraba el país. Las bandas cambiarias le pusieron un techo y piso claro al valor del dólar con el que el Central se sentía cómodo.
Desde el comienzo, en el Gobierno parecían determinados a mostrar un compromiso inquebrantable con el aspecto fiscal del programa económico. El sobrecumplimiento de las metas fiscales durante el primer acuerdo daba un margen de error, y el Gobierno se sentía confiado que en los hechos le aseguraba los desembolsos en el tramo restante de 2018.
El último desembolso se aprobó el 19 de diciembre, luego de que el directorio ejecutivo del Fondo se reuniera por última vez en el año y diera el visto bueno de los avances en materia no solo fiscal sino también monetaria.
En 2018 Argentina recibió US$28.000 millones del FMI. Desde el Gobierno confían en que la continua seriedad demostrada en el plano fiscal será suficiente para asegurarse los desembolsos por lo menos de la primera mitad de 2019, que aseguren además para la segunda mitad (electoral) buenos resultados.
Aunque los pronósticos no son buenos para 2019. Según un repaso del diario ‘Ámbito Financiero’, son al menos once los motivos que hace llegar a esa conclusión:
– el ajuste que se viene (el presupuesto para el 2019 tendrá una reducción del 2,7% en relación al PBI. Esto fue lo acordado por el Gobierno con el FMI en el segundo acuerdo. Y con ello todos los efectos negativos que se multiplicarán debido a dicho ajuste (menos obra pública, menos pago a proveedores, menos salarios, menos consumo, etc.);
– el arrastre actual (la caída económica que está viviendo el país, según las propias palabras del ministro Dujovne, harán que el 2019 comience con una caída de 3,3% del PBI. Es decir, la tendencia está deprimiendo todas variables: inversión, consumo, gasto, salarios, actividad y demás. Con lo cual, si al ajuste anunciado se le agrega la dinámica vigente, las perspectivas de continuar agudizando la depresión económica parecen que no tendrán fin: la actividad en vez de encontrar un piso, seguirá cayendo).
– la brutal recesión económica actual que sumada al ajuste próximo no se verá aliviada por un cambio de tendencia del ciclo: no hay motores para tal cosa.
– el contexto internacional, que parece que jugará en contra de la Argentina el año próximo;
– la incertidumbre electoral,
– los temores de default,
– la caída del consumo,
– la fragilidad cambiaria,
– los fantasmas de desastres,
– las altas tasas locales,
– y el impuesto a la renta financiera, que comenzará a regir a principios de 2019.