Cuando la mayoría del pueblo chubutense tenía pleno conocimiento que la enfermedad que tenía el gobernador Mario Das Neves era de una gravedad irreversible, no fueron pocas las voces que se escucharon sugiriendo la conveniencia que delegara esa función a los efectos de una mejor atención médica. Si bien es cierto que había en esa sugerencia razones humanitarias, habida cuenta que era visible el enorme sacrificio que le demandaba cumplirlas, no era menos cierto que también era visible que se reflejaba claramente en la acción pública, que había decaído notoriamente con relación al ritmo que había caracterizado a sus anteriores mandatos. Fue entonces que aparecieron quienes razonablemente y basándose en experiencias internacionales, sostenían que la salud de los mandatarios es una cuestión del Estado – publica EL CHUBUT-.
Y con esos sólidos argumentos se sumaban a los que por encomiables sentimientos humanos, creían que era necesaria esa delegación de funciones. Sin embargo, y no obstante las evidencias, no había nada que irritara tanto a la familia y a quienes eran considerados -ahora no tanto- fieles seguidores del mandatario oriundo de Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Sostenían enfáticamente que nada impedía que continuara al frente del gobierno. Y calificaban con muy duros términos a los que pensaban lo contrario. Eran considerados desestabilizadores.
Lo cierto es que se mantuvo en el cargo hasta pocas antes de que le llegara la muerte. Quedó la duda si lo hizo por su voluntad, o por la voluntad de quienes temían perder privilegios que a su sombra obtenían. Seguramente hoy estarán arrepentidos de haber ocultado la verdad. La realidad les ha dado una sonora cachetada. Ha perdido consistencia el argumento de su ignorancia sobre lo que estaba ocurriendo en sus gobiernos. La Justicia y hasta sus propios aliados se han encargado de poner las cosas en su justo lugar. Nada se hacía sin su conocimiento. No es grato decirlo porque estamos hablando de quien no está para defenderse, pero no puede silenciarse la inútil actitud de eximirlo de responsabilidad en los graves hechos delictivos que por orden suya ejecutaba Diego Correa.
No hay concordancia en los argumentos sostenidos antes de ser descubiertos los hechos que actualmente se investigan, y los que después se han estado usando para justificar su inocencia. En algún caso, la verdad estuvo ausente. Mejor dicho, escondida.