Según un estudio de la UCA «la no asistencia a clases tuvo efectos en la salud física, emocional e intelectual de las infancias”. Además indicó que el 64,1% de los niños y adolescentes menores de 17 años viven en hogares en la pobreza.
Sin ir en todo el año a la escuela, pero también menos atendidos por los adultos a cargo, un poco más sometidos a las impaciencias y negligencias de madres y padres y con mucho consumo de pantallas y más sedentarismo -en el mejor de los casos-, cuando la situación económica lo permitía.
Así estuvieron la mayoría de los niños y niñas del país durante los meses -casi nueve- en que se mantuvo el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) en todo el país, según un informe que la UCA presentó esta semana y que da cuenta de que, entre otros factores preocupantes, no sólo es posible que haya aumentado la deserción escolar en los niveles básicos sino que también uno de cada tres chicos no se alimentó como corresponde, entre otros factores.
El Observatorio de la Deuda Social de la Infancia de la Universidad Católica Argentina (UCA) divulgó este jueves 10 que el 64,1% de los niños y adolescentes menores de 17 años viven en hogares en la pobreza. Y que unos dos millones de niños padecieron hambre en algún momento este año en medio de la pandemia. “Probablemente, el impacto más profundo se ha dado en los hogares con menores recursos socioeconómicos, psicológicos, educativos y de capital social”, dicen.
El informe, titulado Efectos del ASPO-COVID-19 en el desarrollo humano de las infancias argentinas, fue presentado por la investigadora responsable del Observatorio de la Deuda Social Argentina, Ianina Tuñon, además de Fundación Cimientos; la Fundación Haciendo Camino y la Fundación Avina. “Los cambio de hábitos durante el ASPO como consecuencia de la no asistencia a clases, probablemente tuvieron efectos en la salud física, emocional e intelectual de las infancias”, aseguran.
«La deserción escolar podría evidenciarse especialmente en la educación inicial y secundaria «
“Una caída generalizada de las consultas preventivas de la salud, el incremento de la insuficiente actividad física, el mayor comportamiento sedentario frente a pantallas, seguramente tuvieron derivaciones en problemas físicos, emocionales -como más ansiedad social, depresión, alteración del estado de ánimo, entre otras- e intelectual: mayor falta de atención y trastornos del sueño”, indica el estudio liderado por Tuñon. “La deserción escolar podría evidenciarse especialmente en la educación inicial y secundaria.
Entre los primeros, como consecuencia de la incertidumbre que experimentan las familias sobre las condiciones sanitarias, mayor disponibilidad para el cuidado por la merma en las oportunidades de empleo, y caída en la oferta de centros de cuidado y educación”, detallan sobre la escuela primaria. “Mientras que en la educación secundaria, el aumento de la deserción podría asociarse a múltiples factores: efecto desaliento, búsqueda de empleo, asunción de tareas de reproducción familiares o asociadas a la paternidad y/o maternidad”, agregan.
El informe explica además que “la no asistencia a la escuela junto a situaciones de estrés y malestar psicológico en los hogares, el incremento de consumos nocivos, probablemente repercutieron en la vulnerabilidad de los niños y niñas y las prácticas parentales negligentes, además de la violencia doméstica y otras situaciones de maltrato físico y emocional”. Según el informe, durante el ASPO, “la única excepción es el déficit de estimulación a través de la palabra y el déficit de libros infantiles que se incrementó, consignó Perfil.
En efecto, el déficit de cuentos y narraciones orales fue el indicador que experimentó el mayor retroceso pasando de 38% a 50,4%”, dicen. Y conjeturan que “con mayor disponibilidad de adultos para el cuidado, los chicos podían compartir más tiempo y actividades con sus adultos de referencia, pero muy probablemente las actividades educativas han consumido buena parte de esos tiempos e intercambios”, concluyen.