La escasez extrema de divisas de la economía macrista, con el agotamiento de las fuentes financieras y la debilidad del comercio exterior, provoca un escenario de efectos inquietantes.
El tipo de cambio real alto tiene como contrapartida salarios reales deprimidos. Esto significa que si el dólar sube mucho y le gana a la evolución de la tasa de inflación en forma constante, el poder adquisitivo de los trabajadores se reduce. El comportamiento de la economía argentina desde hace varias décadas ilustra que ése es el saldo en el vínculo entre dólar-salario.
A esta altura esto no es un secreto, lo que resulta perturbador es que exista un amplio consenso entre economistas que asegura que se necesita un dólar caro para impulsar las exportaciones. Esto significa que para conseguir dólares, cuya escasez es uno de los principales motivos de las crisis cíclicas, los trabajadores deberían aceptar pérdidas en la capacidad de compra de sus ingresos. Pero lo que también ha ilustrado la evolución de la economía argentina es que la disponibilidad de dólares del sector externo comercial no es muy sensible al nivel del tipo de cambio real.
Los datos duros muestran que un dólar alto no incentiva el volumen de exportaciones; y sí abulta el ingreso de los exportadores. Como gran parte de los despachos al exterior son bienes del sector primario, los grandes ganadores serían el complejo agropecuario, los productores de hidrocarburos, las firmas mineras y de otros commodities. Es una producción cuyos resultados dependen del mercado internacional (por precio y demanda), más que de las condiciones cambiarias internas.
Planteado así, un dólar alto es un potente redistribuidor regresivo del ingreso. El dilema de gestión económica aparece cuando un dólar no tan alto o bajo acelera las importaciones que desplazan producción nacional. Por otro lado, pese a lo que afirma la mayoría de los analistas, ese dólar bajo no incentiva más la fuga de capitales. Esta ya es una variable constante desde hace años independientemente del precio del dólar.
En esta instancia, entonces, aparece el interrogante de qué hacer con el dólar. Más allá de las disputas discursivas en la campaña electoral, si el objetivo es empezar a abordar la crisis impresionante que generó la crisis macrista, la necesidad de la doble administración (del mercado cambiario y del comercio exterior) se vuelve imprescindible, como también eludir la trampa del dólar alto.
Esta es una estrategia ineludible, obviamente si la misión es empezar a reparar el actual descalabro económico, porque la gestión Cambiemos ha agotado las fuentes financieras y ha deprimido las fuentes comerciales de conseguir dólares. Hoy el sector público no tiene dólares suficientes; no así el privado que ha acumulado cantidad de billetes verdes, depositados en los bancos, escondidos en algún rincón de la vivienda o descansando en cuentas en el exterior (declaradas en bancos u ocultas en offshore). Esperar que esos dólares regresen en forma inmediata al circuito local, ya sea en inversiones productivas o en colocaciones en pesos, es de un optimismo que la pesada herencia de la economía macrista no permite vislumbrar.
El escenario realista es que con una escasez máxima de dólares, sin acceso al financiamiento del mercado de capitales internacional y con el Fondo Monetario habiendo entregado el 90 por ciento del stand by y ubicado en el privilegiado primer lugar para cobrar, es poco útil el debate acerca de si el tipo de cambio real está atrasado o no.
Porque puede ser que en términos históricos se ubique por encima del promedio, que se encuentre varios pasos adelantado cuando se compara con otros momentos económicos (década del ’90 o fines de 2015), o que este perdiendo terreno en lo que va del año por la política electoral del oficialismo de pisar la paridad.
Pero si no hay dólares disponibles para atender al mismo tiempo el pago de deuda, la tendencia dolarizadora del ahorro, el giro de utilidades de multinacionales y las importaciones, el nivel del tipo de cambio no se termina definiendo por cuánto puede estar atrasado o cuál es su valor de equilibrio. Se define por la disponibilidad de dólares. Hoy es muy limitada y, cuando se acaben los dólares del FMI, será angustiante.