Es preciso destacar una verdad que nos hiere: si el niño no está en la escuela, por la situación de muchas familias de nuestros barrios más humildes, no le queda otra salida que pasar a la calle.
Educar es un acto que se basa principalmente en estar presente abarcando la totalidad de la persona humana. Es algo muy concreto y real. Esta es una constatación que podemos verificar leyendo la gran historia de nuestra civilización. La transmisión de la fe, de la cultura, de las virtudes inherentes a la persona, es un hecho del sujeto que fundamenta la vida comunitaria y social. Se necesita el contacto ejemplar, la palabra directa, actitudes vividas y palpadas. Es pertinente afirmar que el contacto es insustituible. Solo en casos de emergencia, de cualquier tipo que sea y por cualquier causa, nuestra sociedad puede permitirse suprimir por un breve tiempo la presencia física en las aulas, contacto de plenitud del educador frente al educando.
También sabemos por la experiencia que una de las necesidades más imperiosas del acto de educar es tener un aula, un ambiente que cobije a los maestros y a los alumnos para explayarse en la aventura que los envuelve. El aula es un derecho que se da como consecuencia de la libertad de enseñanza, consagrada en nuestro país y siempre defendida ante los ataques con que recurrentemente es asediada. Podríamos decir que el aula es la casa común del conocimiento. El aula es el lugar en el que se fecunda la siembra que día tras día hacemos los educadores. En el aula germina la semilla de la Verdad y de la justicia, se conocen los ejemplos de los pioneros de la grandeza espiritual de nuestra Patria.
Educar es impregnar, es imbuir, es entregarse uno mismo. No se puede pensar una educación que por largo tiempo no procura la cercanía, la mirada contemplativa, el embelesamiento que produce ver al niño y al adolescente crecer y acopiar los conocimientos y destrezas que necesita para ser una persona de bien. Cómo no darnos cuenta de la sonrisa de un alumno que es promovido en el aprendizaje con un gesto de cariño por parte de su maestro, con un sencillo guiño de amor. Tampoco nos podemos olvidar del que sufre, de tantos niños que no tienen familia, que no pueden acceder al alimento para que se le cubran las necesidades básicas de toda persona humana. No podemos dejar de lado al niño marginal que necesita del estímulo casi constante para no abandonar la escuela, el estudio que lo promueve y dignifica. Los que sufren, no pueden permanecer por largo tiempo en la intemperie de los fríos y pragmáticos medios virtuales, que si bien son un gran avance nunca suplen la relación cara a cara.
Llegados a este punto es preciso hacer un alto y destacar una verdad que nos hiere: si el niño no está en la escuela, por la situación de muchas familias de nuestros barrios y ciudades, no le queda otra salida que pasar a la calle. Durante el 2020 vimos esta realidad con inmenso dolor. No podemos permitir que continúe.
Desde hace un largo tiempo nos vamos sumergiendo más y más en el individualismo del materialismo imperante. Pero van apareciendo voces en el desierto que nos llaman a concebirnos integralmente, tomando con madurez el cuidado de nuestra salud y respondiendo a los desafíos que en todas las crisis por las que pasamos en la vida nos hacen sacar lo más bello que tenemos dentro de nosotros. Para las nuevas generaciones es necesario procurar que reconquisten el crecimiento que se funda en la unidad de una sana espiritualidad encarnada, y la corporalidad como don y servicio a los demás. Profundizando estos temas atamos cabos de cuán esencial es la presencialidad en la educación, y no solo en ella, también en la familia, en la amistad, en el trabajo que forma comunidad y hace crecer la paz de nuestra conciencia y de nuestro corazón.
Estamos padeciendo la confusión generalizada que sustituye el bien común de todos los argentinos, por el ejercicio de una política mezquina que responde a intereses sectoriales, que no mira las grandes metas y no protege a la población, sobre todo los más vulnerables, de las inclemencias de nuestra hora. Por el contrario, con poca autoridad institucional, se pretende desde el poder político, sin acepción de banderías, inmiscuirse en la intimidad de los habitantes y guiar sus conciencias y sus decisiones.
La educación presencial es forjadora de libertad, consolida la justicia y forma ciudadanos bien pensantes y decididos a poner lo mejor de sí en la epopeya de seguir edificando una Argentina fiel a sus raíces y con la mirada centrada en el horizonte de la otra orilla. Hemos de custodiar la herencia recibida como el más precioso tesoro que nos legaron nuestros antepasados.
Hay una riqueza perenne que no puede ser guardada, que no se puede esconder. Educar es entregar la gran tradición que nutre nuestras raíces. Es tan preciado el don que busca expandirse y llegar a muchos. Es urgente poner manos a la obra y reconstruir la educación de nuestra Patria. El Papa Francisco nos invita con insistencia a renovar el pacto educativo a nivel global, y el Papa Benedicto XVI nos alertó sobre la emergencia educativa que padecemos. Sin presencialidad no podemos.
Autor: Padre Ernesto Herrmann Sch.P. – Presidente de la Federación de Asociaciones Educativas Religiosas de la Argentina (FAERA)