El apagón educativo, una catástrofe social

No solo están cerradas las escuelas. En la Argentina, la educación apagó las luces. No hay debate dentro del Gobierno, no hay ideas, no parece haber ni siquiera voluntad de las autoridades para dar pasos,…

domingo 20/09/2020 - 10:25
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No solo están cerradas las escuelas. En la Argentina, la educación apagó las luces. No hay debate dentro del Gobierno, no hay ideas, no parece haber ni siquiera voluntad de las autoridades para dar pasos, al menos simbólicos, hacia la reapertura educativa. Es un tema que no aparece en la agenda y la preocupación oficial.

En las 11 conferencias que ha dado el Presidente para prorrogar la cuarentena, una sola vez mencionó a las escuelas y lo hizo muy tangencialmente. Fue para decir que serían las últimas en abrir. Se ha hablado más de la vuelta del fútbol que de la reapertura de los colegios. No se nota, al menos en el discurso gubernamental, una cabal conciencia sobre la catástrofe social que puede implicar la pérdida de un año entero de clases.

Ya es sabido que millones de alumnos no han tenido acceso a las aulas virtuales y que, en el mejor de los casos, ese sistema de emergencia ha funcionado como un parche y ha acentuado desigualdades. Hasta hace poco, el problema eran los chicos que abandonaban la escuela. Hoy es otro: la escuela ha abandonado a los chicos. Aunque se intente minimizarlo, ignorarlo o esconderlo bajo la alfombra, para aquellos que han quedado sin clases se potencian los peligros de la marginación y la exclusión. Serán más vulnerables, correrán mayores riesgos, tendrán menos oportunidades. Como también han cerrado los clubes, las sociedades de fomento y las iglesias, hoy millones de chicos están en la calle, expuestos a peligros y amenazas de todo tipo, sin la disciplina, la contención ni el estímulo que (aun destartalada y en crisis como está) la escuela pública todavía provee. Se dice que es para cuidarlos, pero se les asegura una vida peor. ¿Nadie mira la curva ni el pico de vulnerabilidad por la falta de educación? Quizá deberíamos recuperar la capacidad de mirar a largo plazo.

La reapertura de las escuelas es motivo de debate en todo el mundo. No es, por cierto, una cuestión sencilla de resolver en medio de la pandemia. Desde ya, están justificadas las dudas, los temores y, por supuesto, la cautela y las máximas precauciones. Lo inadmisible es que no se mencionen ni siquiera alternativas que, por lo menos, muestren voluntad de reapertura escolar en condiciones seguras. Hay ciudades chicas o medianas del interior en las que tienen una cantidad ínfima de casos o algunas, inclusive, sin contagios reportados. ¿Cómo es que ahí -donde no se depende, además, del transporte público- no se intenta alguna fórmula para volver a las aulas? ¿Por qué en el interior bonaerense no se empieza por las escuelas rurales? ¿No pueden proponerse clases al aire libre con grupos reducidos, como intenta hacer ahora la ciudad de Buenos Aires? ¿No podría plantearse que los chicos vayan al menos un día por semana de manera rotativa para evitar cualquier aglomeración? ¿No habría que impulsar un regreso gradual de directivos y docentes, al menos para que la escuela recobre cierta vitalidad?

Las universidades públicas deberían aportar ideas, modelos, incluso actitudes orientadoras. ¿Lo están haciendo? ¿Dónde está -en esta compleja encrucijada- la usina de creatividad e innovación que deberían ser los colegios y las universidades? Al principio de la cuarentena asomó un ímpetu colectivo para mudar las clases a las pantallas. Con el correr del tiempo, se ha impuesto la inercia de la resignación y el conformismo. ¿Por qué las facultades no reabren las bibliotecas y habilitan el préstamo de libros? ¿Sería riesgoso crear espacios presenciales de consulta con un máximo de cinco estudiantes por aula? ¿No podrían reunirse los consejos directivos como se reúnen los funcionarios en Olivos? Se mostraría, aunque más no sea, la intención de encender otra vez las luces de la educación.

Para bien o para mal, los ministros de Salud se han metido en las casas de los argentinos. Hasta los chicos encuentran familiares los nombres y las caras de Ginés, Gollán, Quirós o Kreplak. ¿Alguien conoce a Agustina Vila? Resulta necesario presentarla: es la titular de la cartera educativa bonaerense. Del ministro nacional de Educación, hemos sabido poco y nada, aunque lo escuchamos en un audio de WhatsApp hablar de «ellos y nosotros» con sindicalistas docentes. «Ellos» eran los funcionarios de la ciudad de Buenos Aires, y «nosotros» los que se proponían impedir el regreso a las escuelas de un grupo muy reducido de alumnos que han perdido toda conexión con sus docentes. Que en un contexto como el actual los ministros de Educación sean figuras prácticamente desconocidas, quizá sea un dato revelador.

La educación no es esencial ni prioritaria. Este es el mensaje que se transmite. También lo cree el sindicalismo docente. Baradel solo ha roto un cómodo silencio para cuestionar la protesta policial y para avisar que nos olvidemos de las clases hasta que aparezca una vacuna. Tal vez sea necesario que los padres reclamemos por nuestros hijos. Tal vez podamos esperar que directores de escuelas, maestros y profesores empiecen a levantar la mano para decir: ‘Nosotros también somos esenciales’ y queremos volver a las aulas. Tal vez sea indispensable que la propia sociedad alce la voz por esos millones de chicos de barriadas vulnerables que han quedado huérfanos de escuela. De la educación, después de todo, también dependen la salud, el bienestar y el futuro de varias generaciones.

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