La suba en la luz, el gas y el agua son parte esencial del ajuste que encarna Massa, pero no son todo. A eso hay que sumarle el recorte en las transferencias para los gobernadores y el impacto de la suba de precios que juega a favor del hachazo en el Estado.
José Luis Manzano conoce desde los dueños hasta los mozos y recepcionistas. El mendocino que llegó con el Frente de Todos a convertirse en dueño de la mayor distribuidora eléctrica de la Argentina les sacaba una cabeza de ventaja a la mayoría de los presentes en el Hotel Alvear. Jugaba de local, según publica LPO.
De larga relación con Susan Seagal y acostumbrado a estar presente en las visitas de funcionarios argentinos al Council de las Américas de Nueva York en los últimos 15 o 20 años, Manzano no disimulaba su comodidad en la segunda fila del auditorio. No solo porque en el escenario estaba Sergio Massa, uno de sus pupilos históricos. También porque se había sentado a la derecha de Bettina Guardia de Bulgheroni, la abogada a la que conoce desde que en la década del noventa era jefa de asesores de Carlos Corach.
Generosa como pocas, la Argentina quiso que después de haber atravesado el fuego de los años noventa, los dos pertenezcan hoy a grupos empresarios con grandes intereses en el sector energético. Un asiento más atrás, también sonriente, estaba Santiago Soldati. A la gesta del menemismo le sobran vindicadores de peso.
A tan poco tiempo de aterrizar en Buenos Aires, el embajador Marc Stanley está tan familiarizado con el poder local que, después de escuchar a Horacio Rodríguez Larreta, se lanzó a reversionar una frase taquillera de la Cristina virgen en derrotas: armen una coalición y no esperan a las elecciones, dijo. Como si las diferencias de fondo entre la clase política se hubieran licuado de manera irremediable y todos estuvieran de acuerdo en que la única salvación es el ajuste. Sus movimientos no cuadran con el traje de Braden que Gabriela Cerruti y Andrés Larroque pretenden adosarle.
En un privilegio que pocos tienen, Stanley ya visitó dos veces a la vicepresidenta este año en el Senado -la segunda con la generala del comando Sur Laura Richardson- y no para de frecuentar políticos y empresarios. El martes pasado, escuchó en primera fila junto a Manzano y un grupo selecto de empresarios el mensaje reservado de un Eduardo De Pedro que, tras viajar a Israel, ahora se prepara para viajar a Washington con los gobernadores del Norte Grande.
Fue una jornada larga que el embajador de Estados Unidos había comenzado en un almuerzo en el tercer piso del Grupo América con Daniel Vila, el socio bifronte de Manzano. A esa misma hora, la pantalla de América transmitía en modo cadena nacional -durante más de una hora- los detalles de una reducción de subsidios mucho más agresiva de la que soñaba Martín Guzmán: en el centro de la escena, la titular de la empresa Aysa Malena Galmarini anunciaba el aumento de tarifas junto a Flavia Royón, Federico Bernal y un grupo de funcionarios de trayectorias no siempre coincidentes. La victoria póstuma de Guzmán y Matías Kulfas es tan apabullante que la ejecutan algunos de sus más encarnizados detractores, con la anuencia de la vicepresidenta y La Cámpora. Si estuviera en condiciones, Alberto Fernández hasta podría festejarlo.
No es que Stanley tenga una debilidad por Vila y Manzano, los padrinos que nunca jamás abandonaron al ahora superministro y tienen activado con él un chat permanente. A su lado, cuentan que el embajador ya visitó a las autoridades de Telefé, a Héctor Magnetto y a Daniel Hadad. De ese corto recorrido entre las familias del poder, el texano Stanley pudo deducir que -amén de sus rencores y rencillas de corto plazo- todos piensan más o menos lo mismo. Políticos, empresarios, formadores de opinión y una parte del sindicalismo.
La aparición de Massa en el Hotel Alvear tuvo aires presidenciales que promovieron sus sponsors y confundieron incluso al embajador Jorge Argüello. Como sucedía antes del streaming, los dueños del poder se sentaron en la platea bajo estado hipnótico: la suspensión de la incredulidad para escuchar lo que ellos querían les permitió por un rato olvidarse que la mayor parte de los problemas siguen sin solución.
De de acuerdo al informe que la consultora Equilibra de Martin Rapetti y Diego Bossio publicará en los próximos días, la inflación rondará a fin de año los tres dígitos, en un escenario hipótetico que no contempla la devaluación que haría todo mucho peor. A eso se suma la caída del salario real que obligó a la conducción de la CGT a marchar hacia ningún lado, la posibilidad concreta de una recesión inminente potenciada por el ajuste y las reservas al límite del Banco Central. Massa dio cuenta de esto último cuando dijo que van a denunciar por lavado de dinero en Estados Unidos a los empresarios que sobrefacturan importaciones. «A lo mejor le duele más perder la visa para ir de vacaciones a Miami», dijo.
La entrega anticipada de Fernández a Massa resolvió el vacío de poder y armó un nuevo funcionamiento del gobierno. Pero no alcanzó para evitar el cuadro de improvisación general. De los seis economistas que cenaron con el líder del Frente Renovador en su casa en mayo pasado, en un hecho que fue muy difundido por el massismo, ninguno lo acompañó en su desembarco en el gobierno: Marco Lavagna, la excepción, sigue en el mismo puesto en el que estaba.
Bossio, por su parte, se llevó sus cosas de las oficinas de avenida Libertador que a Massa le recomendaban cerrar hasta hace poco y ahora vuelven a estar activas como nunca. Dado por hecho como nuevo funcionario de Economía la semana pasada, Rapetti jamás pensó en asumir. Dos semanas después de que se anunciara su nombramiento, el fiscalista Gabriel Rubinstein está en un limbo que lo excede: mientras hace esfuerzos denodados por sumar economistas a su equipo, su nombre empieza a competir con el fantasma del general Alais.
Masssa cuenta por ahora con el histórico Raúl Rigo, que fue la mano derecha de Guzmán, y un triángulo de funcionarios reconocidos que hacen horas extras para impedir la salida de dólares. Lisandro Cleri -que todavía busca ser designado en el directorio del Banco Central-, Guillermo Michel en la Aduana y Germán Cervantes como subsecretario de Comercio Exterior, a cargo del torniquete sobre el Sistema Integral de Monitoreo de Importaciones (SIMI), las ex DJAI que Macri rebautizó pero mantuvo.
Producto de la urgencia y la improvisación, la segmentación de tarifas también se dio de manera precipitada. El decreto 332, que Guzmán firmó mientras lo estaban velando -y no fue derogado-, incluía en los aumentos de tarifas solo al 10% de la población. En el gobierno reconocen que esta suba que va a incluir a los comercios va a afectar al 35 o 40% de los usuarios y va a impactar fuerte en sectores golpeados de la clase media. El diagrama del ex ministro tampoco contemplaba un aumento en el agua como el que Massa está ejecutando.
Un año y medio después del choque de Guzmán con el cristinismo, el superministro avanza en la poda del sistema de subsidios-pro-ricos que a Kulfas le daba vergüenza como peronista. Que el ahora subsecretario de Hidrocarburos Bernal fuera parte del anuncio que América transmitió en continuado, como sucedió el martes pasado, no hubiera figurado ni siquiera en las fantasías del extinto albertismo. El ex titular del Enargas tiene una suerte relativa: los fuertes aumentos que las distribuidoras de gas se preparan para enviar no van a llegar ahora que el invierno se apaga, sino en la temporada exacta en que la campaña presidencial entre en fase de definiciones.
Acto reflejo o rémora del pasado, producto de un ida y vuelta que no es fácil de explicar, la suba de tarifas vino acompañada por una especie de autodenuncia del kirchnerismo por haber mantenido durante tantos años los subsidios a los ricos. Pero los aumentos van a pegar más allá de los que climatizan la pileta. «A los mismos que hace un año les diste el subsidio por zona fría, ahora se los va a quitar a nivel individual», dice un funcionario de Economía.
No todo es incoherencia: junto a Bernal, estaba la abogada Cecilia Garibotti, ahora subsecretaría de Planificación Estratégica, que conoce el tema desde que trabajaba en el Enargas bajo la gestión del eyectado Antonio Pronsato. También había un sobreviviente, el ahora subsecretario de Energía Eléctrica Santiago Yanotti, que había iniciado hace dos años desde la subsecretaría de Coordinación Institucional el trabajo de segmentación con la base de Anses. El tucumano Yanotti acaba de reivindicar a su manera los intentos vanos de Kulfas y Guzmán: «Mil millones de dólares fueron a parar en subsidios a personas que no lo necesitaban», admitió.
Yanotti se lanzó a incursionar en una consigna en desuso que lo excede y es mucho más difícil de cumplir: reiteró que los salarios le van a ganar a la inflación récord. No es lo que advierten desde los movimientos sociales que llenan las calles mientras pretenden representar a los trabajadores informales, la mitad de los que existen hoy en Argentina y ven como la inflación los confirma en el bando de los perdedores.
Producto del susto de una corrida cambiaria que se extendió durante siete semanas y se llevó puestos a Guzman y Silvina Batakis, el gobierno avanzó con el aumento gradual de tarifas para reducir subsidios y arrimar todo lo que se pueda al ajuste que exige el acuerdo con el Fondo. En el medio, la confusión no solo se apoderó de una franja de los votantes del Frente de Todos: también impactó puertas adentro del Estado. Parte de los funcionarios que querían avanzar con la «equidad distributiva» se fueron eyectados y otros se quemaron en el camino, tomados por la desilusión. Son cosas que, a decir de un dirigente del peronismo, «la política no mira», pero conspiran en forma letal contra sus objetivos.