Al igual que en el mundo, en muchos sectores la economía argentina tomó la decisión de detenerse. Y lo hizo de un modo abrupto, con todo lo que eso implica, tanto en el presente como de cara al futuro. Sin embargo, la sociedad está de acuerdo en que así sea. El 81% aprueba lo que está haciendo el gobierno nacional para dar la pelea contra el coronavirus. Puede parecer contradictorio, pero no lo es.
Las ventas en supermercados crecieron 23% en unidades durante el mes de marzo. Pero las de autos cayeron 55% y las de motos, 39%. El consumo de Netflix creció 73%, el de Flow, 30%; el de YouTube, 21%; el de Skype, 100%; el de Facebook, 45%, y el de Zoom, 1840%. La construcción privada se derrumbó: -39,5%. También la pública: los despachos de cemento apenas llegaron a las 509.000 toneladas, una caída del 46,5%. Todo comparado con el mismo mes del año pasado.
Ante la excepcionalidad y lo inédito es conveniente ir a lo único que resulta inmutable para tratar de comprender lo que sucede: la naturaleza humana.
Con todas las limitaciones del caso, el psicólogo americano Abraham Maslow logró sintetizar gráficamente en su famosa pirámide de necesidades humanas nuestro funcionamiento como especie. Más allá de la raza, la religión, la nacionalidad, la edad o la época, su modelo propuso la existencia de cinco jerarquías de necesidades que van de menos a más, de abajo hacia arriba, de lo más básico y fundamental a la máxima aspiración y que modelan nuestra conducta. Publicó su tesis por primera vez en 1943 y, si bien recibió muchas críticas, la potencia de su conceptualización logró atravesar el tiempo.
Siempre discutible, pero a la vez clarificador, Maslow sostuvo que el ser humano nace solo con un grupo primitivo de necesidades de base. Las fisiológicas: alimentación, agua, oxígeno, descanso, sexo. Y que luego de cubrirlas, es decir, mantenerse con vida y reproducir la especie, surgen las siguientes.
El segundo escalón tiene que ver con cuidar esa vida que logró sostener, es decir, la seguridad. Primero que nada, física y de salud. Luego, de empleo, recursos, propiedad privada. Superada también esa instancia, puede aspirar a las siguientes. Allí, en el tercer, cuarto y quinto nivel se ubican las necesidades que permiten dotar de plenitud a esa vida: las de aceptación social (afecto, amor, pertenencia, amistad), nivel 3; las de autoestima (autovalía, éxito, prestigio), nivel 4, y finalmente en la cumbre, nivel 5, las de autorrealización (demostrar de lo que cada uno es capaz, la huella que dejará su existencia, el legado, el cumplimiento de metas de vida).
¿En qué nos ayuda el controvertido modelo de Maslow hoy? En la decodificación de la violenta reorganización de prioridades que están teniendo los seres humanos en todo el mundo, y también en la Argentina. Del mismo modo que la economía global se enfrenta a un descenso imprevisto -iba a crecer 3% en 2020, se prevé que caerá 3%-, lo hacen las expectativas y las motivaciones de la gente.
La cultura posmoderna en la que vivíamos se focalizaba en promover los niveles superiores de la jerarquía de necesidades de Maslow. Las redes sociales exacerbaron esa lógica poniendo la vida de todos en la vidriera. La ansiedad y la frustración son hijas de una época en la que la felicidad no era una aspiración, sino prácticamente un mandato sujeto a evaluación permanente en formato de likes y seguidores.
En ese mundo precoronavirus de ninguna manera la sociedad global hubiera tolerado destruir millones de puestos de trabajo sentada tranquilamente en su casa. Ahora bien, cuando lo que está en riesgo es la propia vida, las cosas son bien diferentes.
De los 12.144.000 empleados en blanco que registra oficialmente el Ministerio de Trabajo, 6 millones trabajan en relación de dependencia en el sector privado; 3.244.000, en el Estado, y 502.000 son trabajadores de casas particulares. Eso hace el 80% del empleo registrado. El otro 20%, unos 2.400.000, son monotributistas, autónomos y monotributistas sociales.
A esos se les suman unos 4,8 millones de empleados informales. Podemos decir que el freno de la economía pone en riesgo como mínimo a todos aquellos que no tienen un vínculo fuerte con un empleador concreto, ya sea por la informalidad o por la independencia. Es decir, como mínimo 7,2 millones de empleos. Aun suponiendo que ninguna empresa cerrara ni despidiera a ningún empleado registrado, estarían en riesgo el 42% de los puestos de trabajo. Obviamente, el 8,9% de la población económicamente activa que no tiene empleo tendría mucho menos chance de encontrarlo que antes. De acuerdo con la última medición del Indec, son 1.196.000 personas. Proyectado al total de la población, casi 1,8 millones.
La última ola de la encuesta semanal de Poliarquía -4685 casos entre el 3 y el 9 de abril, representativa de todo el país con +/-1,5% de margen de error- demuestra dos cosas muy claras. Por un lado, la población es consciente del riesgo económico de la cuarentena: el 78% dice que se está viendo afectada su economía personal. El 15% dice que directamente se quedó sin ingresos y el 25%, que los que tenía se redujeron bastante.
Pero por otro lado tiene también muy claro que su salud está en peligro: el 41% cree que podría contagiarse el virus. Hace un mes ese valor era apenas del 8%. La combinación de ambas cosas hace que el 41% se manifieste preocupado; el 18%, estresado; el 11%, angustiado, y el 3%, cansado. Es decir que el 74% de los argentinos tiene hoy un sentimiento negativo dominante. Lo que se explica con el dato central: el 82% afirma tenerle miedo al coronavirus. Es ese miedo el que, como bien señaló Maslow, reorganizó por completo las motivaciones de los argentinos llevándolos a priorizar las necesidades de base.
El pensamiento colectivo podría resumirse así: «Primero sobrevivamos, después vemos todo el resto». Los datos lo demuestran. El 85% aprueba la extensión de la cuarentena a pesar de conocer que afectará negativamente su economía cotidiana. De ahí el citado 81% de aprobación de la gestión gubernamental. Hoy la salud es la prioridad y los argentinos no tienen mayoritariamente ninguna duda de eso.
Los datos económicos de abril, con todo el mes en cuarentena, serán obviamente mucho peores que los de marzo. En el reportaje que le realizó Jorge Fontevecchia publicado ayer en Perfil, el Presidente dijo: «Prefiero tener 10% más de pobres y no 100.000 muertos en la Argentina». La sociedad, atemorizada, está de acuerdo con él. También afirmó que está «intentando que el estancamiento no lleve a la quiebra a nadie» y que el país «necesitará de un Plan Marshall cuando termine la crisis».
En 2013, mucho antes de que la distopía que estamos viviendo pudiera imaginarse, el antropólogo francés Marc Augé publicó Los nuevos miedos . Señalaba que, frente a la aceleración de un mundo global que no lograba comprender ni dominar, al hombre contemporáneo lo asustaba la propia vida. «Más que nunca, el mundo tiene miedo. Haría falta mucho optimismo para localizar en el mundo los signos de una nueva primavera. Los temores se agregan unos a otros y se combinan entre sí en una época de difusión acelerada de las imágenes y de los mensajes». Apoyemos sobre esa trama el coronavirus y todo lo que en apariencia es contradictorio de pronto se clarifica y adquiere sentido.
En algún momento, algo o alguien introducirá en el torrente de información global la anhelada palabra: «Terminó». Será entonces otro el miedo que ganará la agenda: el de la supervivencia económica.
Fuente: La Nación