Importantes consultores del mercado expresaron que la crisis provocada por la pandemia se monta sobre un problema local previo y que, por lo tanto, el país necesitará de la asistencia del Fondo para volver a crecer.
No son las “relaciones carnales” de la década del 90, ni la etapa de guerra dialéctica del período 2003-2015. La Argentina y el Fondo Monetario Internacional (FMI) transitan un vínculo positivo y pragmático, ante la posibilidad de que el Gobierno caiga en un default absoluto. Se puede la puede caracterizar, parafraseando al genial Jorge Luis Borges que no los une el amor, sino el espanto.
Los economistas consultados por Infobae creen que esta relación se incrementará porque, aunque la Argentina logre concretar con éxito el canje de su deuda con los bonistas, dependerá igualmente de los recursos de los organismos multilaterales para reconstruir su economía de la pandemia del coronavirus, que se agrega a la crisis local previa.
A su vez, el Fondo no se puede desentender de la suerte de su principal deudor.
Pero aunque esta dependencia es mutua, es más relevante para el país que para el organismo, aclararon los destacados analistas, ya que, aunque la deuda de USD 44 mil millones del país con el Fondo suena relevante, es una gota en el universo de la capacidad prestable del organismo conducido por Kristalina Georgieva.
En esta relación, como en cualquier otra entre un acreedor y un deudor, las cuestiones ideológicas no son tan relevantes, aunque el Gobierno insista en que el FMI debe tener una actitud positiva porque tuvo la “responsabilidad” de prestarle a la administración de Mauricio Macri.
Benjamin Gedan, subdirector del programa de América latina en el Wilson Center, dijo desde Washington que “el FMI tiene mucho en juego en Argentina, específicamente 44 mil millones de dólares y su reputación”.
“Si la Argentina lograra reducir significativamente su deuda con los acreedores privados, facilitaría la recuperación económica del país y el reembolso de su préstamo del FMI. Por esa razón, los incentivos para Argentina y el Fondo están en gran medida alineados”, aclaró. De ahí el análisis del staff del organismo que recomendó a los privados aceptar una fuerte quita para reducir la deuda argentina en dólares hasta en 85.000 millones de dólares en la próxima década.
De todos modos Gedan indicó que “la ausencia de un plan económico en la Argentina y la agenda heterodoxa de Alberto Fernández complicarán la negociación de cualquier nuevo programa del FMI, incluso si Argentina solo busca alterar su calendario de pagos”.
“El FMI generalmente favorece las políticas basadas en el mercado, mientras que el gobierno de Argentina está comprometido con los controles de precios y un pacto social para abordar la inflación. Además, el nuevo gobierno de Argentina mostró poco interés en la reforma estructural, como los cambios en el código laboral, que el FMI considera críticos para mejorar la competitividad a largo plazo de Argentina”, opinó.
Y aunque la crisis global tal vez lleve a que Washington no quiere un problema al sur del río Bravo, a la vez vuelve más irrelevantes las exigencias de la Argentina.
“La mayor parte del trauma de un incumplimiento argentino sería sufrido por los argentinos, con el país una vez más excluido, incapaz de pedir prestado o atraer inversiones extranjeras significativas. Después de todo, incluso Uruguay se ha desacoplado en gran medida de Argentina, por lo que habría poco contagio económico”, aclaró Benjamin Gedan.
En este sentido, consideró que “Argentina no debe sobreestimar su influencia en las renegociaciones de deuda, ya sea con acreedores oficiales o tenedores de bonos privados”.
“Inclusive sus mayores críticos reconocen su importancia como respaldo de emergencia. Néstor Kirchner, por ejemplo, denunció la interferencia del FMI, pero pagó por completo la deuda de Argentina con el organismo. Y, este mes, Nicolás Maduro buscó mil millones de dólares del Fondo, aunque Hugo Chávez había condenado al FMI como una herramienta del imperialismo estadounidense», recordó.
En cambio, destacó, “en materia económica, Alberto Fernández ha adoptado un enfoque pragmático de la crisis que heredó; a diferencia de la última administración peronista, no ha vilipendiado al sector privado y comprende la importancia de la inversión extranjera”.
De todos modos, subrayó que “hasta ahora la respuesta del nuevo gobierno a la crisis de deuda del país está socavando el crecimiento futuro; los altos impuestos a los agricultores, por ejemplo, reducirán la inversión en el sector más competitivo de Argentina. Y la dependencia de los controles de precios también distorsionará las decisiones de producción”.
Mientras tanto, se lamentó Benjamin Gedan: “no existe una política clara para aumentar la competitividad, como una reducción de las barreras comerciales, mejoras en la infraestructura, mayor investigación y desarrollo o una mejor educación pública, sin mencionar la reforma laboral y fiscal”.
Sólo existe la esperanza, de que “un mayor gasto público y una redistribución de los ingresos resuciten a los consumidores argentinos, y Vaca Muerta inunde a la Argentina con dólares. Pero es poco probable que estas políticas produzcan un crecimiento sostenible”, aclaró.
En tanto, el ex secretario de Hacienda Pablo Guidotti sostuvo que “el FMI no está preocupado porque la Argentina caiga en default, ya que sabe que tarde o temprano cobrará. Pero lo que hacen es apoyar la estrategia del Gobierno como lo hacen siempre”. De ahí las comunicaciones y los gestos públicos de Georgieva, el presidente Alberto Fernández y el ministro Martín Guzmán.
Pero, para el profesor de la UTDT, por ahora son solo palabras, dado que los vencimientos relevantes con el organismo son en 2022 y 2023. “El que tiene menos tiempo es el Gobierno, porque debe definir qué hará en diferentes frentes en un contexto internacional que se volverá cada vez más preocupante. Ahora el FMI recibirá pedidos de muchos países, a diferencia de hace un año; no está pensando en exclusiva en la Argentina”, explicó.
Al respecto se mostró sorprendido porque el Gobierno no quiera ni desembolsar los USD 13.000 millones del programa vigente desde 2018 ni, por ahora, una línea del coronavirus.
“Se negó en otras circunstancias. Ahora la realidad cambió y, aunque tuviera una negociación exitosa con los bonistas, el acceso a los mercados está muy limitado”, advirtió.
El Fondo, otra vez poderoso
Y aunque muchos economistas ven diferencias notables entre esta crisis, la de los 90 y la del 2009, varios creen que hay un punto de coincidencia: el FMI y el resto de los bancos multilaterales volverán a ser jugadores clave para la recuperación de muchos países pobres y en desarrollo.
“En los 80 el FMI tenía mucha presencia, pero con paquetes chicos. Ahora la ayuda es con asistencias más relevantes para la estabilidad financiera mundial. Es más parecido al rol que cumplió en las crisis de los 90 y del 2008-2009”, precisó.
Desde la última crisis, el aprendizaje fundamental es que “los bancos centrales toman decisiones no convencionales más rápidamente. Esto hará que la respuesta a nivel internacional sea más ágil que en 2008, cuando Europa tardó demasiado en reaccionar”, agregó Guidotti.
El ex secretario de Hacienda consideró: “aunque la raíz de la crisis sea diferente a la de hace 11 años, igual la inyección de liquidez global es clave para tratar de que la destrucción del valor en la economía global sea lo más leve posible”.
En este contexto, subrayó, el Gobierno debería dejar todo preconcepto de lado. “Si hay algo bueno de este problema es que los políticos se olvidaron de la grieta y ahora sería bueno que se olviden de la ideología para mantener una relación constructiva con el FMI. Al final, es el país el que decide lo que quiere”, opinó.
Por su parte, el ex director del FMI para el Hemisferio Occidental, Claudio Loser, dijo a Infobae: «no hay que sobrevalorar el mensaje de la nota técnica del organismo respecto de la deuda, en la que se defendió una fuerte quita. No es inusual y creo que el ministro lo habrá pedido. Si uno mira los números de la nota técnica reflejan diferentes escenarios, nada más”.
Loser pronosticó que posiblemente la Argentina tenga que negociar con el FMI un acuerdo de facilidades extendidas (EFF, según su sigla en inglés), que permite el repago de la deuda en 10 años.
“Le dará más tiempo al país a cambio de un ajuste fiscal más lento que lo previsto. Mi experiencia es que primero se ponen en el acuerdo esas exigencias y luego se van corriendo”, admitió. La Argentina de fines de los 90, que renegociaba en forma continua sus metas, es un ejemplo de esa flexibilidad, recordó Loser con una leve sonrisa.
La otra posibilidad, afirmó, es que se repita el escenario 2003-2005, que permitió firmar un acuerdo de renovación de los vencimientos sin metas duras ni fondos frescos, mientras el gobierno de Kirchner negociaba con los bonistas.⁷
En cualquier caso, Loser también consideró que el FMI volverá a ser clave para los países emergentes, “como lo fue en la crisis del 70 del petróleo, en los 80 de la deuda, en los 90 con Asia y en el 2000-2001 no sólo con la Argentina”.
Con un matiz diferente, Héctor Torres, ex representante de la Argentina en el Fondo, sostuvo que “el FMI tiene un problema muy serio de reputación con el caso argentino, porque el programa no fracasó porque el país haya incumplido sus metas fiscales o monetarias, sino porque no cumplió con sus objetivos: estabilizar la economía, bajar la inflación y volver al mercado”.
“En realidad, esto ocurrió porque el supuesto más importante del programa no estaba escrito y era que el presidente Mauricio Macri fuera reelecto y, por lo tanto, que el país pudiera pagar. Es un cálculo político que el FMI no debería haber hecho porque no le corresponde”, sostuvo.
A partir de este traspié, “ahora el FMI quiere evitar que este fracaso del acuerdo se transforme en un default muy importante; por lo tanto el apoyo que se observa es más bien una cuestión de conveniencia mutua y no de amor”, resaltó Torres.
“En algún momento el Gobierno va a pedir un nuevo programa, por un monto similar a la deuda que tiene con el Fondo, a modo de roll over y sin fondos frescos”, agregó el ex funcionario en el FMI.
De todos modos, Torres dijo que el Gobierno está, en este contexto de crisis global, más expuesto a pedirle recursos al organismo multilateral.
“Si la reestructuración con los bonistas no tiene éxito, dependeremos de las reservas del Banco Central y de la línea del para el Covid, para negociar un programa en una situación de catástrofe. Y si tuviera buen resultado, los bonos subirían algo de precio, los tenedores los venderían y, de nuevo, quedaríamos lejos del mercado. Es decir que todos los caminos te llevan al FMI”, sentenció.
Como ex representante argentino en el organismo, Torres relativizó la importancia de discutir si la Argentina pedirá otro stand by o un acuerdo de facilidades extendidas. A priori, indicó, el stand by presenta menos exigencias que el segundo, pero en la práctica ambos se asemejan en este plano, aclaró.
Torres resaltó: «aunque el Fondo se vuelva más relevante en esta pandemia, para sobrevivir debe aceptar que la realidad pasa por Asia y los emergentes; esta exigencia de que el director gerente debe ser europeo es un disparate”. Y, más allá de lo formal, debe actualizar el sistema de cálculo de cuotas para reflejar el sistema de peso relativo de cada economía, agregó.
Crédito sin exigencias
En tanto, el ex representante argentino ante el BID, Ricardo Carcioffi, sostuvo: “la Argentina tiene que pensar en algún tipo de financiamiento de emergencia porque no puede esperar a la ampliación de los DEGs”.
“Tiene que se un crédito sin las condicionalidades de siempre, un crédito de corto plazo y luego armar el roll over por la deuda anterior”, sugirió.
Carcioffi, ex director del Intal, consideró que es lógico que el FMI recupere su protagonismo de antaño, porque “se inventó para estas situaciones”. Al respecto, dijo que los mecanismos de cooperación como el G7 y el G20 son clave, porque “cuanto más coordinada sea la respuesta, mayor será su efectividad”.
De inmediato, aclaró que, aunque los países desarrollados puedan superar en unos meses esta situación si la pandemia comienza a retraerse, la Argentina, una vez más, volverá a enfrentarse a los mismos problemas de siempre, sola, frente a su propio espejo, sin poder echarle la culpa a nadie más.