La garita estaba en desuso, ubicada en la coqueta esquina de Miguel de Azcuénaga y Adolfo Alsina, en el partido de Vicente López (provincia de Buenos Aires), apenas a una cuadra de la avenida Del Libertador, muy cerca de la costanera. Sin embargo, Eduardo Fernando Ceballos, de 55 años, funcionaba como un cuidador en el barrio. No era oficialmente el vigilante de la cuadra, pero los vecinos lo conocían y lo dejaban quedarse en ese lugar arrumbado, ya que él estaba en situación de calle, precisa Infobae.
Por el crimen de Ceballos hay un detenido, un conocido de la víctima, que fue identificado por las fuentes del caso consultadas por Infobae como Moisés Alejandro Sepúlveda, de 44 años. Cuando lo apresaron, confesó el hecho. “Sí, yo fui el que le incendié la casilla a Eduardo”, lanzó no bien lo cuestionaron por el encendedor que tenía entre sus prendas pese a que no era fumador.
“Para ese entonces, no sabía que había cometido un crimen. Lo que pasó tiene que ver con la estructura y decadencia social que estamos viviendo”, se lamentó un investigador en diálogo con este medio. Y aportó que la víctima dormía ahí y la gente lo conocía.
Todo se descubrió la madrugada de este martes, cuando los vecinos notaron las llamas en la garita de la esquina. Enseguida dieron aviso a la Policía Bonaerense. Tras apagar el fuego, hallaron el cuerpo carbonizado de la víctima y llamaron de inmediato al fiscal Alejandro Guevara, de la UFI Vicente López Este, en una causa que se investiga como homicidio calificado por ensañamiento y alevosía.
“El cuerpo estaba todo carbonizado y la primera presunción fue que el incendio se desató mientras dormía. No se dio cuenta”, contaron.
Las hipótesis iniciales fueron dos: un accidente, quizás por un cortocircuito, ya que había varios cables cortados; o alguien había prendido fuego intencionalmente. Descartado el problema de electricidad tras la llegada de una cuadrilla de la empresa que provee de energía a esa zona, se volcaron por la línea del asesinato y comenzaron a tomar testimonios a los vecinos.
“Un testigo dio el dato de que cerca de la 1.30 había escuchado una conversación fuerte. Ese barrio es muy tranquilo. No habló de amenazas sino de una vociferación”, precisaron. La información la completaron las cámaras de seguridad de la zona. Los investigadores pudieron ver a un sospechoso llegar al lugar.
Si bien las imágenes del hecho no quedaron en el encuadre, sí notaron que ese hombre, tras permanecer un rato en la garita, se fue. Los vecinos dieron datos de una persona conocida de la víctima y una descripción de las ropas del presunto asesino llegó a los policías que estaban patrullando la zona. Y lo encontraron.
Desocupado, instruido y también en situación de calle, Sepúlveda tenía dos celulares en su poder cuando lo revisaron los policías frente a los testigos, también un encendedor, pero no había indicios de cigarrillos entres sus prendas. Y entonces habló sin saber que había matado a alguien: “Sí, yo fui el que le incendié la casilla a Eduardo”. Luego, agregó: “Tuvimos una discusión por política y le incendié la casilla”. Cuando estuvo frente a frente con el fiscal Guevara se negó a declarar.
¿Qué pasó la madrugada del martes? La autopsia aportó un dato pese al estado del cuerpo: había un golpe en la cabeza de la víctima. Así, se cerró el círculo. Ceballos y Sepúlveda estaban en la garita, discutieron y el agresor le pegó con una silla y dejó lo desvanecido. Luego, prendió fuego el lugar y se fue.
La parte triste de la trágica muerte de Ceballos es que no tiene familiares. Y, por el estado del cuerpo, era imposible identificarlo. Pero los vecinos sabían su nombre y apellido y los investigadores lo buscaron en el sistema. Saltó que tenía una causa en curso por un delito menor y que la dirección que había dado era la de la casilla que se había convertido en su tumba.
Al ser una persona en situación de calle y sin familia, nadie se podía hacer cargo de su inhumar sus restos. Así, tras un pedido de la fiscalía al municipio de Vicente López de colaboración de asistencia social, se logró que Ceballos tenga un sepelio y un sepulcro, el mismo que se les da a los indigentes.