Mauricio Macri al final zafó de ser doblegado por el círculo rojo: no nombró ministro de Economía ni reforzó el modelo económico con un plan, como se le reclama. Se tuvo eso sí que avenir a convalidar negocios millonarios que concertó el ministro de Finanzas, Luis Caputo, con los fondos buitres para salvar el megavencimiento del martes de las Lebacs y darse un mes de respiro mientras avanza la otra cucharada de aceite de ricino que la crisis económica lo obligó a apurar de un trago: pedir un stand by al Fondo Monetario Internacional.
La política de sobreendeudamiento que tozudamente vino aplicando en aras de un gradualismo sólo para entendidos en esta instancia afronta, por lo tanto, un pesado e innecesario costo político y financiero, que pretende compartir con los gobernadores, sobre todo los peronistas. Pero previamente le tocó aceptar una concesión no menor: cohesionar el frente interno de la coalición gobernante mediante la ampliación de la mesa chica de las decisiones, reservada a un puñado de operadores, salvo en el caso del jefe de Gabinete, Marcos Peña, del Pro. Regresó el ex jefe radical y cofundador de Cambiemos, Ernesto Sanz, encendió motores para la defensa institucional la otra socia por la Coalición Cívica, Lilita Carrió, le devolvieron el placet al titular de la Cámara de Diputados, el panperonista Emilio Monzó, y al ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y a mandatarios radicales aliados como Alfredo Cornejo (Mendoza) y Gerardo Morales (Jujuy). Y si es cierto lo que destacó el economista Carlos Melconián de que las planillas Excel que hacían los subalternos de Peña ahora la harán los técnicos del Fondo Monetario Internacional y las mesas estarán llenas de los socios políticos de Cambiemos, ¿qué pito tocarán de acá en más los Ceos del equipo de lujo de MM?
Día de 2 apariciones públicas fundamentales para la Administración Macri ante el acuerdo futuro con el Fondo Monetario Internacional: primero, Federico Sturzenegger, presidente del Banco Central que ha recuperado espacio político; luego el propio Mauricio Macri, reforzando a ‘Sturze’ (con quien se reunió a solas) y convocando a la sociedad a hacer un ajuste fiscal aunque no mencionó qué medida inicial anunciaría para demostrar que la Nación da el ejemplo, ni mencionó si renunciaría a la reelección con tal de asegurar el éxito de las reformas estructurales. Tal como Jaime Durán Barba le enseñó a Sturzenegger, en esas cuestiones Macri prefirió hablar mucho pero no decir nada. Pero por supuesto que hubo definiciones, hasta en las omisiones.
El equipo de lujo de Mauricio Macri ya había sufrido bajas por el camino, a medida que las decisiones se concentraron en mesas chicas. Por caso la de economía que, bajo la coordinación ad hoc del vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, está presidida por su superior, Marcos Peña, e integrada además, funcionalmente, por el otro secretario, Gustavo Lopetegui, los ministros de Hacienda, Nicolás Dujovne, y de Finanzas, Luis Caputo y paremos de contar.
Es scrum fue estrangulando a Ceos de la primera hora, como la ex titular de Aerolíneas Argentinas, Isela Costantini; a economistas profesionales, como el que se dice amigo del Presidente, Carlos Melconián, de la conducción del Banco Nación, y al ex diputado proveniente de Cambiemos que comandó la salida del cepo y del default de parte de la deuda externa, Alfonso Prat Gay. Todos convertidos en acérrimos críticos del gobierno.
El proceso desembocó en ese reducido círculo íntimo, autor del propio réquiem, como fue el SOS al Fondo Monetario Internacional, que ejecutó la partitura, bajo la forma de planillas Excel, como denunció uno de los exonerados, de un estilo de gestión económica. Pero que también contribuyeron a forjar actitudes soberbias, como la del ministro de Transportes Guillo Dietrich contra la ejecutiva que piloteaba Aerolíneas Argentinas; o del secretario general de la Presidencia, Fernando de Andreis, que para cubrir a su segundo, Valentín Díaz Guilligan, que había escabullido dinero en cuentas offshore en Andorra, la emprendió contra diputados de Cambiemos, como Mario Negri, con foja de servicios limpia, y ahora hasta se la tomó con otro socio electoral del Pro, el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, peleado a muerte con la gobernadora María Eugenia Vidal y con el jefe del Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, o sea con el dúo sostén del proyecto de reelección de Macri.
Con el dólar puesto a puro forcep y sacrificio de reservas bajo la línea de los $25, de haber concertado un pingüe negocio para no más de una decena de financistas vernáculos que manejan las carteras de inversiones que van de las Lebacs a la divisa, situándoles la tasa de referencia en el 40%, la inflación volando sobre el 23% anual, la imagen presidencial por el suelo y pisoteada y el FMI en acción, Macri entregó el sable: cuando el desafío sí o sí es galopar la crisis y pagar los platos rotos, hizo lugar en la mesa, hecha mesita que venía siendo monopolizada por los Pro, a los socios radicales de Cambiemos.
Aunque Peña haya pretendido maquillarla y perfumarla sosteniendo que había sido peor la herencia recibida al asumir, sí la actual detonó cuando falta poco más de un año para los comicios presidenciales en los que el oficialismo juega sus chances reelectorales, aquella la encaraban con capital político a estrenar.
El mandatario, que ha venido cuerpeando en estos dos años suspicacias en torno de los negocios familiares y los vasos comunicantes con su gobierno, con ministros bajo la lupa judicial y miembros de su gabinete vinculados al dinero offshore, hoy tiene que rumiar una transa operada por Caputo con fondos buitres por un total de US$3.000 millones que le permitieron cerrar la renovación del total de los US$30.000 millones que vencían el martes de Lebacs a la supertasa del 40% nominal anual.
Subida de línea
El ministro de Finanzas había realizado una maratón de encuentros con sus primus interpares de la actividad privada el día antes y durante el fin de semana, tal como anunciáramos, para negociar las condiciones que asegurarían evitar una debacle en los megavencimientos y patear por 30 días la brasa candente.
Entre otras concesiones, el funcionario cargó en su galera con un conejo concebido por los interlocutores: una colocación de bonos en pesos a tasa fija BOTE 2023 y 2026 que revalorizaron a antecesores y, en gran parte, dormían en el portafolios de fondos líderes de Wall Street, como el de Franklin Templeton, al que el gobierno concedió el dulce de aplicar la paridad cambiaria vieja y que ganaran $5 por unidad, más una tasa de 19 y 20% que a simple vista no luce muy atractiva, pero que contenía aquel rédito oculto.
La estrategia acordada incluía que el Banco Central sacara el lunes US$5.000 millones para enfriar la especulación, de los que al final tuvo que vender US$400 millones y el Banco Nación resignó otros US$200 millones.
El titular de la entidad, Javier González Fraga, terminó embarcado a Europa, como se hacía en las ricas familias patricias de antaño con quinceañeras enamoradas de un novio de categoría social inferior, a fin de que lo olvidaran.
Los fondos de inversión norteamericanos Templeton y BlackRock terminaron siendo garantes de un eventual rescate de los vencimientos de Lebacs que no se alcanzaran a cubrir. El amanuense de la operación de Franklin Templeton en estos mercados es un ex funcionario del FMI asociado, Gustavo Cañonero.
La lectura que, tras reconocer el clima de angustia que se vivió en el gobierno en días de escalada del dólar, realizó Mario Quintana, coordinador económico de Macri, en una de las salas del Centro Cultural San Martín, durante la reunión del Club Político Argentino que integra, despertó hilaridad entre quienes lo escucharon: aseguró que el FMI «está para respaldar el plan de gobierno y no para que el Gobierno haga el plan del Fondo».
Aprovechó para no hacerse cargo de los resultados que llevaron a la decisión de tocar los timbres de Washington en busca de socorro y responsabilizó al ex ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay, por haber fijado metas de inflación imposibles de cumplir.