Las medidas anunciadas por el ministro de Hacienda por descarte, Nicolás Dujovne, en tándem con el discurso de Mauricio Macri, marcan una continuidad y una ruptura. La continuidad es la persistencia en un diagnóstico errado sobre las causas de la situación económica del presente. La ruptura es el set de políticas propuestas para superarla.
El diagnóstico, tanto del primer mandatario como de su ministro residual, es que el país necesitaría tres consensos básicos. A saber: equilibrio de las cuentas públicas, trabajo formal como herramienta de desarrollo y un Estado sin corrupción. Resulta evidente que el punto clave de la tríada es el equilibrio de las cuentas públicas como panacea para el combate de todos los males. Lo del trabajo de calidad es relleno discursivo, especialmente en un gobierno que se caracterizó por la precarización de los puestos de trabajo y por la caída del salario real como ofrenda a los inversores. El tercer consenso es la continuidad de la estigmatización de la oposición, incluido el reconocimiento del desastre económico provocado por la desprolija operación de “los cuadernos”, la que habría afectado “la confianza del mundo” en el país, ya que recién ahora, y no antes, lo inversores habrían descubierto que Argentina “era” un antro de corrupción en todos sus estamentos, pero con la particularidad de corruptores víctimas y corruptos solamente kirchneristas.
También se abundó en la idea transitada de que el shock económico provocado desde el cambio de gobierno no fue la causa de la crisis del presente, sino que por el contrario, fueron una suma de medidas necesarias para evitar “ser Venezuela”. El Presidente y su ministro rescataron el “Plan Bomba” inventado por Clarín, aquel de la “crisis asintomática” que nadie advertía, pero estaba, para afirmar que la bomba estalló recién ahora. Lo insólito de la caracterización y ataque a la oposición es que convive con el pedido de compromiso “a todos los sectores de la sociedad” incluidos los principales líderes opositores. Al parecer el oficialismo pretende construir una oposición a su imagen y semejanza centrada en la fracción de la derecha peronista y panperonista, minoritaria en las urnas. Un llamado a la unidad por lo menos singular, donde los que no están de acuerdo serían corruptos. Integrantes, a decir del devaluado Dujovne, de “un gobierno que saqueó a la Argentina y financió la fiesta a costa de las obras infraestructura, de la energía y de liquidar las reservas del Banco Central”. Relato M al palo.
El otro tópico repetido fue el de “veníamos bien, pero la situación cambió: nos agarraron todas las tormentas juntas”, algo que según Macri “no podíamos prever”. Según el primer mandatario las “tormentas” fueron la sequía del campo, el aumento de los precios del petróleo, la suba de la tasa de interés de Estados Unidos y las disputas comerciales entre Estados Unidos y China. Es verdad que una sequía no se puede prever del todo, pero no puede decirse lo mismo de los restantes tres problemas, que no fueron imponderables, sino el producto de la mala lectura del escenario global. Fueron el resultado de apostar por el triunfo de Obama, por una globalización irrestricta que ya no existe y, para completar, de no tener la cintura política necesaria para readaptarse al cambio de condiciones. Finalmente el aumento de las tasas de interés fue el más preanunciado de los últimos años. Se preveía todavía antes de que Trump ganara las elecciones.
Lo que sucedió, entonces, fue lo que advirtieron los analistas económicos que no tienen contratos con el Estado: la política económica eliminó las herramientas que permitían defenderse de “las tormentas”. Luego, la mala praxis, como el súper endeudamiento en divisas, la eliminación de la obligación de liquidar exportaciones, dejar correr la cotización del dólar y el desfinanciamiento del Estado agravaron al extremo el panorama.
Mauricio Macri vuelve a equivocarse cuando repite ingenuamente “no lo podíamos prever”. Los inversores internacionales, en cambio, leyeron perfectamente que Argentina no estaba generando los condiciones para el repago de una deuda que no dejaba de crecer. Fue luego de descerrajar decenas miles de millones de dólares llevados por el entusiasmo por el nuevo gobierno pro empresarial. El desencanto suele ser la posdata del exceso de optimismo. El desenlace fue el corte del flujo de dólares financieros que dio origen a la corrida sin fin iniciada en abril. Ni la lira turca, ni el castigo a los emergentes, ni la situación de Brasil, sino las altas tasas producto de la bonanza de la economía estadounidense, que se traducen en reflujo de capitales desde los emergentes y bajas en los precios de las commodities.
Pero el objetivo de fondo de los discursos, tanto de Macri como de Dujovne, no fueron estas explicaciones, sino acentuar la necesidad de acelerar los equilibrios de las cuentas públicas internas. La insistencia fue que “no podemos seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades” y “debemos pagar la fiesta” para, en adelante, “sacarle la mochila del Estado a la gente”. Un abuso del copy & paste.
Sobre la base de la nueva realidad, el dólar a 40 y el riesgo de default, se decidió acordar de urgencia con el FMI un nuevo plan que –según Macri– “despejará todas las dudas”. Es un hecho que la macroeconomía de los próximos meses traerá más recesión, inflación, caída de los ingresos y pobreza. También que se disparará el déficit financiero. Sólo en los primeros 7 meses del año se pagaron por servicios de deuda más de 250 mil millones de pesos, 65 por ciento más que un año antes. Esta es la verdadera bomba, más cuando el 70 por ciento de la deuda está nominada en divisas. No habrá recorte del déficit primario que alcance para compensar la espiralización del financiero.
Con este marco, las acciones para combatir el déficit o alcanzar el “equilibrio fiscal” son, sucintamente, una sumatoria de medidas que podrían llamarse kirchneristas culposas. La primera y más importante es el restablecimiento de gravámenes sobre las exportaciones. No se los llamó “retenciones”, sino “derechos de exportación” y serán de suma fija. Para ello se adelantó la baja de las retenciones a los porotos, harinas y aceite de soja del 25 al 18 por ciento, es decir se adelantó el programa de reducción gradual que debía completarse a fines de 2019, y se sumó un gravamen de 4 pesos por dólar exportado a todos los productos primarios y a los servicios (es decir de casi el 10 por ciento al tipo de cambio de hoy, con lo que la soja y sus derivados, por ejemplo, tributarán el 28 por ciento).
El esquema es una suerte de retenciones móviles al revés, ya que a mayor devaluación y a mayor precio de las exportaciones, el tributo baja proporcionalmente. Un instrumento poco inteligente, por decirlo de alguna manera. El gravamen regirá desde hoy para las exportaciones primarias y desde el 1° de enero de 2019 para los servicios. Nada se dijo de si las medidas también alcanzarán al adelanto de declaraciones de exportaciones por 6 millones de toneladas realizadas por las grandes exportadoras en los últimos días con el evidente fin de eludir el nuevo tributo. Al parecer estas empresas dispusieron de información privilegiada, pero la corrupción es siempre de los otros. El resto de las exportaciones tributarán un derecho de 3 pesos por cada dólar, con movilidad al revés plena.
El tributo es culposo porque se lo anunció afirmando que “sabemos que es malo, malísimo, pero es una emergencia y necesitamos la contribución de todos”. Por lo tanto se lo propuso como transitorio. Sólo correría para 2018 y 2019. Ya que en 2020, como decía Keynes, todos estaremos muertos.
Además de la reducción casi simbólica de los ministerios a la mitad, las restantes medidas anunciadas fueron la postergación por un año de las rebajas a los aportes patronales (suba del mínimo no imponible, una medida que se preveía para 2019, el traspaso de los subsidios del transporte a las provincias, el refuerzo a la AUH y otros programas asistenciales durante los meses de septiembre y diciembre, la asistencia a comederos y merenderos y, atención, un nuevo sistema de precios cuidados. También se reforzarán programas como el Estado en tu barrio, el cuidado de los precios de los medicamentos para los jubilados y una nueva etapa de créditos de la Anses. El objetivo, según dijeron Macri y Dujovne, es llegar al déficit primario cero en 2019 (en el primer acuerdo con el FMI era de -1,3) y a un superávit en 2020. El superávit primario resulta indispensable para hacer frente al creciente pago de intereses.
Finalmente, el Gobierno embistió contra un enemigo imaginario: “los predicadores del miedo”, los que “se oponen o se resisten al Cambio”, es decir, los opositores. Curiosamente, la afirmación se hizo después de que el primer mandatario dijera que las medidas se tomaron tras escuchar “a los que piensan distinto”.
El primer balance de los anuncios es que tienen un componente de “kirchnerismo culposo”, aunque muy parcial, ya que no habrá restricción alguna para la libre circulación de capitales ni se reestableció la obligatoriedad de liquidar exportaciones, ni se pensaron medidas de estímulo para la producción y la demanda. Los refuerzos puntuales de la AUH o volver a recurrir a los créditos de la Anses, esta vez sobre un universo ya endeudado, sólo son paliativos para contener potenciales estallidos en fechas calientes, no una nueva política de ingresos. Resulta imposible no imaginar por qué la distribución de cargas implícita en las nuevas retenciones “antimóviles” o el cuidado de los precios básicos no se implementaron desde el primer día para evitar parcialmente el sistemático desfinanciamiento del erario. La síntesis provisoria es que las medidas anunciadas son un reconocimiento tácito del fracaso de los mercados desregulados como asignadores eficientes de recursos. Los mercados desregulados no funcionaron, pero ya es demasiado tarde para lágrimas.