Es profesora de educación física, desde hace una década abandonó su profesión para arreglar camiones y pagar las deudas de un taller familiar.
La mujer que ahora tiene 46 debió hacerse cargo de un negocio familiar deteriorado, repleto de deudas y promesas incumplidas a clientes de toda la vida. Natalia, que estudió el profesorado de educación física y trabajaba en escuelas y gimnasios, debió abandonar su profesión para salvar el apellido de su padre.
“Mi conocimiento era cero. Todo empírico. Me hice cargo a los 36 años porque el taller estaba fundido. Mi papá falleció en 2009 y lo empezó a manejar un empleado que teníamos de toda la vida. Pero nos fundió por sus adicciones, pasamos de ser un negocio respetado a que nos miraran con mala cara. Mi tío Tito, el cuñado de mi papá, se quedó y me enseñó el oficio”, cuenta la mujer, nacida y criada en Mar del Plata, a TN.
Natalia llegó un día al taller con una abogada y una escribana. La decisión estaba tomada: debía echar a todos los empleados que habían sido cómplices de la gestión anterior y comenzar de cero. “No tenía dinero ni para comprarme un mameluco”, revela. Una de sus primeras decisiones fue la de hablar con los proveedores, reestructurar deudas y exponer su rostro para prometer que todo iba a ser saldado y nada quedaría así.
“Limpié el taller y el apellido. A quienes les debíamos plata les dije: ‘Yo te lo voy a pagar, dame tiempo’. Con los primeros trabajos me dediqué a eso: a tachar deudas. Luego a estudiar tornería de noche. Por suerte logré recibirme”, recuerda Natalia.
La mujer, madre de Tahiel (16) y Lihuen (13), asegura que el faltante de herramientas se sumó a lo adeudado. La suma superaba los US$10.000. “Y a eso el doble, porque había decenas de camiones con fallas que tuvimos que volver a arreglar sin cobrarles nada”, cuenta. Y continúa: “La situación era tan dramática que incluso se le debía al panadero que pasaba todas las mañanas a vender facturas”.
“Mi papá inventó la brocadora en 1976, una máquina que arregla las cañoneras de los camiones. Un trabajo artesanal que de tres días pasó a hacerse en uno. Mi abuelo, tornero italiano, vino de la guerra a los 18 años y abrió una pequeña tornería en Olazábal y Colón. Mi papá empezó a trabajar con él, hacían tornería ligera. Les iba tan bien que los camiones daban la vuelta manzana esperando un turno. Fue allí cuando decidieron conservar ese taller y comprar otro, en el que estoy yo”, explica.
Natalia tiene dos hermanos, Roxana (56) y Fabio (53). La más grande se quedó con un gimnasio que también es de la familia, mientras que su hermano es quien maneja el taller céntrico. “Él es especialista en cardanes, Fabio es muy conocido acá. A partir de que yo me quedé con este lugar nos dividimos: él con los cardanes y yo con las cañoneras”, dice.
La tornera agrega: “Me casé en 2002, me divorcié hace 10 años. Económicamente estoy más tranquila desde hace seis años. Antes laburaba en un colegio a la mañana, trabajé en muchísimos gimnasios. Hacía milanesas de soja, vendía ropa deportiva, siempre me la rebusqué”.
Actualmente tiene tres empleados: Eduardo, Sebastián y Martín. “Si el cliente cambia rulemanes, le puedo dar garantía de por vida. En 10 años no me vino una punta de cañonera para volver a hacer. El primer año que agarré el taller todo iba mal, tuvimos que atender 46 reclamos anteriores”, sostiene.
Con el correr de los años también incorporando otros aprendizajes para brindarle otros servicios a sus clientes. “En 2015 hice una punta cañonera, ¿si me quedaba solo con eso cómo hacía? Por eso incluimos el arreglo del tren delantero, freno de camiones, entre otras cosas. Tuvimos la suerte que nos dejaron abrir a la segunda semana de decretarse la pandemia y no paramos”, explica.
Hoy Natalia se enorgullece de que sus hijos visiten su taller y poco a poco comiencen a aprender el oficio. En cuanto a los clientes, tantos años encabezando el negocio hizo que ya no sorprenda su presencia detrás de los fierros. “Algunos me invitan a cenar o me hacen algún comentario, pero yo no me achico y les respondo. Siempre con mucho respeto. El chiste siempre está, pero no me encaran mucho”, indica.
Y concluye: “Yo trabajo todo el tiempo, estoy disponible las 24 horas. Se rompe un camión y voy. Le consigo remolque, paso el presupuesto y abro los domingos para que nadie quede tirado en la ruta. Muchos están llenos de mercadería y si quedan parados pueden perderla. Nunca pensé que iba a dedicarme a arreglar camiones. Pero como digo siempre: todo lo que rueda, viene a Rondinera. Y yo no soy ingeniera, pero sí ingeniosa”.