Magdalena Becu sintió el impulso al recoger las frambuesas que, con previo cuidado, colocó sobre un recipiente de plástico. Si bien suele mostrarse activa en las redes sociales, la necesidad de compartir otro tipo de reflexión la llevó a tomarse una foto y escribir un mensaje.
“Van a hacer 21 años que vivo acá. Amo profundamente este lugar. Estoy agradecida por la decisión que tomé en ese momento. No se queden donde no estén bien. Hagan realidad sus sueños”, escribió la mujer que un día no quiso vivir más en Buenos Aires y se fue para siempre.
Nació en Recoleta y pertenece a una familia de ocho hermanos y un montón de sobrinos a los que extraña todos los días. En 2001, tras un viaje en moto con su hermano, descubrió el sur del país, particularmente Villa La Angostura, y entendió su destino.
“No conocía nada y flasheé en colores. No podía creer lo que estaba viendo. Me pareció que era una cosa tremendamente linda. Volví a Buenos Aires, me puse de novia, me casé y a los 20 días nos mudamos con Santiago, mi marido, a Villa La Angostura”, relató a TN.
En la segunda parte de su mensaje viral, publicado hace algunas semanas en su cuenta de Twitter, concluyó: “Busquen eso que los hace felices. ¿Puede salir mal? Claro. Pero, ¿y si sale bien?”.
“No quería vivir más en Buenos Aires. Estaba bien, pero necesitaba vivir tranquila”, sostuvo. Cuando llegó a la ciudad turística “no había Internet ni nada, era más aburrida que ahora”. Sin embargo, a pesar de no tener trabajo y sufrir las temporadas bajas más duras que se recuerden, se enamoró.
Se mudó cuando tenía 26 años y su marido 28. “Llegué y comencé a laburar en el restaurante de un amigo. Mi marido estuvo seis meses sin trabajo, hasta que comenzó a hacer cualquier cosa para que vivamos mejor”, dijo. Varios años después, cuando el contexto se volvió más amigable, cada uno emprendió su proyecto exitoso: ella con una línea de conservas y él con los sistemas de calefacción.
Por qué dejar todo y vivir en Villa La Angostura
Magdalena evitó en todo momento romantizar la vida de postal: no todos los días sale el sol, no siempre el frío se combate con una sonrisa. “Lo primero que puedo decir es que el impacto de la naturaleza es único. La belleza natural que encontré acá aún no la puedo creer. Recorrí todo el país, pero cuando regreso acá hallo algo que nunca vi”, contó.
“Otra cosa que me gusta mucho es la vida de pueblo, te cambia la cabeza”, reveló. Y agregó: “Tardé tres años para que una persona del pueblo me dijera buen día, pero es buena la sensación de estar adentro. El ritmo es más lento. Más amable”.
En cuanto a la seguridad, “es más tranquilo que en Buenos Aires”, aunque no deja de advertirles a sus hijas que tengan los mismos cuidados que tendrían si vivieran en Santa Fe y Pueyrredón. “Los turistas no frenan y las bicis, por las dudas, mejor no dejarlas solas”.
“Otro mensaje que puedo dar es que acá siempre hay trabajo. Lo que sí, no hay tantas casas para alquilar. Hay crisis de casas”, detalló. “Una chica me decía en Twitter: ‘Tengo miedo, mi vida es un desastre, no tengo un peso’. Entre estar como el culo en Buenos Aires o acá, vení acá. Nunca vas a perder, lo aseguro”.
Magdalena, que invirtió su tiempo y dinero en Séptimo Becu (una línea de conservas naturales elaboradas en Villa La Angostura que vende en todo el país), aseguró: “Si tenés plata y la invertís acá, más allá de que no te quedes, no vas a perder. Quizá cuesta un poco más, pero el contexto es otro”.
Y remarcó: “Acá laburo hay, el que quiere trabajar, trabaja”. Luego narró: “De chica viví un año y medio en Alemania, me angustiaba porque la gente me presionaba para que me fuera bien. Hasta que me relajé. Siento que a la gente le pasa eso, que tiene que venir e irle bien, pero si les va mal no pasa nada”.
“Emprender no es para todo el mundo, no tiene que ver con el lugar, requiere más huevos que otra cosa. A mí nunca me fue mal, nunca perdí plata. Aun en este contexto me sigue yendo bien”, enfatizó.
Las temporadas turísticas son tan buenas que ya no se reducen únicamente a los veranos o inviernos. “Sarna con gusto no pica”, advirtió Magdalena, que también cuestionó el comportamiento de algunos visitantes: “Lo que choca es que no traten de adaptarse al lugar. Acá se entra a un negocio y se saluda. Todos vivimos con quilombos, pero el entorno es más amable”.
Por último, su gran razón para permanecer y vivir allí está relacionado con “el lujo fantástico” de siempre almorzar con sus hijas, parar a la hora de la siesta y “venir dos o tres veces por semana con ellas a juntar hongos. “Todo el mundo vuelve a comer a su casa”, expresó.
Y concluyó: “Extraño a mi familia y a mis amigos, no lo voy a negar. Pero con el tiempo aprendí que se soluciona viajando varias veces al año. Ir o que vengan. Se soluciona. Una vez, una de mis hermanas me dijo: ‘Tenía la esperanza de que vos te volvieras’. Pero me gusta tanto esto que ni siquiera lo contemplo”.