Comida de fin de año. Veinte empresarios de primer nivel, jueces, legisladores nacionales y periodistas alrededor de una mesa con la condición de que no trascienda lo hablado. El juicio sobre la actualidad del país es severo: mal la economía, mejor la política.
Conclusiones similares se repiten hoy dondequiera que uno vaya. Cualquier tertulia gira alrededor de tres preguntas. ¿Cómo hay que evaluar la gestión de Mauricio Macri? ¿Qué prevalecerá este año a la hora de votar, la economía o lo que se ha dado en denominar «la política», esto es, los avances institucionales que confieren más calidad democrática a la Argentina? Y la más importante: ¿qué chances tiene el Presidente de ser reelegido?
Cambiemos llegó al poder con dos promesas principales: ordenar la economía y normalizar las instituciones.
En el primer ítem está claro que la foto poco ayuda: la inflación en 2018 cerró por encima del 47 por ciento; el PBI cayó 2,2 por ciento; la relación deuda/PBI pasó del 52% al 95% entre 2015 y 2018; el déficit fiscal primario alcanza el 2,4% por PBI, contra 5,4% de 2015; el desempleo asciende al 9%, y se descuenta que la pobreza superará el 27,3% actual en la próxima medición. La última fue del 30,1 en 2015, según el Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales, entidad que el Gobierno usa como referencia, ya que no existía tres años atrás un Indec confiable.
Cuánto incidirá la economía en las elecciones de este año es la madre de todas las intrigas. Funcionarios y analistas de opinión pública coinciden hoy en que tendrá una influencia moderada a menos que de aquí a octubre próximo se desate una crisis de la magnitud de la crisis cambiaria de abril pasado.
Juan Germano, titular de la consultora Isonomía, se remonta a las últimas elecciones legislativas, en las que pesó, dice, más la política que la economía con una inflación que llegaba al 25% anual. «Este año, el verdadero problema ocurrirá si sube el desempleo, que en dos dígitos puede meterse en la mesa de los hogares de familia con un efecto muy corrosivo», precisa.
Por consideración profesional y por razones generacionales, Germano integra, junto con Alejandro Catterberg, de Poliarquía, y Federico Aurelio, de Aresco, la nueva camada de medidores, minuto a minuto, de los humores y las tendencias de la opinión pública. De la mano de datos duros y siempre actualizados, son voces de peso a la hora de vislumbrar el año electoral.
Según Aurelio, en 2017 la economía gravitó igual que otros activos intangibles de Cambiemos, como la lucha contra el narcotráfico, la corrupción y la inseguridad. «Hoy, la economía no desbalancea el escenario electoral. El núcleo duro de Cambiemos, que orilla los 35 puntos, se sostiene en factores no económicos. Macri sí necesita una mejora económica para subir su intención de voto de los 2 puntos que lleva de ventaja hoy a 6. Pero ojo que si la economía se deteriora es Cristina Fernández la que seguramente pasará un par de puntos al frente», advierte.
Desde hace tres meses, Aurelio viene midiendo semanalmente el pulso de los habitantes de los 36 municipios más importantes de la provincia de Buenos Aires, de La Matanza a General Pueyrredón (Mar del Plata), que representan el 80% del territorio bonaerense. Sus hallazgos son llamativos: la imagen y la intención de voto de Macri y de Cristina han mostrado, pese a ciertos vaivenes, una estabilidad asombrosa. Hechos de altísima conmoción pública, como la brusca devaluación del peso o la saga interminable de los cuadernos de la corrupción, no parecen haber sacudido en forma determinante las inclinaciones electorales de la mayoría de los argentinos.
Catterberg piensa que a Macri no se lo puede evaluar sin tomar en cuenta el momento histórico en el que se desenvuelve. Su tesis es que no vale juzgarlo aislado o en abstracto, a Macri hay que compararlo con Cristina. «La Argentina -razona Catterberg- era un país en un proceso creciente de autoritarismo y corrupción, cuyo gobierno ostentaba la suma del poder público, con un régimen casi de partido único. Vivíamos aislados del mundo. No se podían comprar dólares, había una guerra de servicios de inteligencia y estábamos obligados a escuchar cadenas nacionales de una hora. La oposición a ese partido eran los medios y la Iglesia. Y ni qué hablar de la ineficacia del Estado, cuyo gasto público se había duplicado».
El punto de partida de Cambiemos resulta exitoso, según su mirada, por tratarse de «un gobierno débil políticamente, en minoría en ambas cámaras del Congreso, que no maneja buena parte de las provincias ni la Justicia ni los sindicatos. Tampoco tuvo mucha suerte -dice Catterberg-: Brasil, nuestro principal socio comercial, vive la recesión más larga de su historia, y la Argentina viene de ser castigada por la sequía más grave de los últimos 50 años».
El consultor pronostica que en marzo o abril las posibilidades del oficialismo se verán más claras. El último aumento de tarifas impactó en los números del oficialismo, pero si baja la inflación, la economía muestra alguna señal de vitalidad, luego de un diciembre tranquilo y un verano en calma, el Presidente arrancará el año bien posicionado con miras a octubre.
Ahora bien, detrás de los números macro de Cambiemos se esconden otras cifras, menos explotadas, que configuran una realidad más promisoria. Es el ejemplo del área energética, donde no hace falta abundar en los estragos cometidos por el kirchnerismo. El mismo rubro donde se dieron los aumentos tarifarios emerge con tres datos importantes en camino a revertir el déficit energético de la mano de la producción no convencional: la generación de shale oil y shale gas aumentó un 124% y un 109%, respectivamente, contra 2015; la capacidad de generación eléctrica crece un 40%, mientras que los cortes de luz cayeron un 14% respecto de fines de 2015. Más una apostilla no menor: después de 12 años, la Argentina volvió a exportar gas a Chile.
La llamada «revolución de los aviones» sorprende con estadísticas propias de un modelo de sana administración. En la Argentina hoy vuelan nada menos que 7 millones de pasajeros más que en 2015. Durante 12 años ninguna nueva empresa desembarcó en el país; hoy, ya son cuatro las que se sumaron a esa actividad. Se abrieron 61 nuevas rutas nacionales y 68 internacionales. Y acaso la mayor novedad: Aerolíneas Argentinas está en camino de ser autosustentable: pasó de pedirle 560 millones de dólares en subsidios al Estado en 2015 a 197 millones el año pasado.
Pero son las mejoras en las prácticas democráticas la principal fortaleza de Cambiemos. Veamos. Hay plena libertad de expresión. Se terminaron las persecuciones políticas desde los organismos del Estado. El periodismo dejó de ser un enemigo. Los medios estatales dejaron de ser un refugio de sectarismo para ser un ejemplo de pluralismo. Cambiemos ha cumplido con dos requisitos indispensables en la vida democrática: la rendición de cuentas de los actos de gobierno y un trato respetuoso con los medios de comunicación. A Macri se le cuentan 92 comparecencias ante la prensa desde su asunción, un promedio de 2,6 por mes contra las 0,4 de su antecesora, habiendo prácticamente prescindido del uso de la publicidad oficial: destinó el año pasado solo 0,06% del presupuesto contra 0,22% en 2015.
Dejamos de vivir en un clima de conflicto permanente emanado desde lo más alto del poder, sin una crispación tendiente a dividir y reinar. El Gobierno no está pendiente ni obsesionado con la disidencia ni con la opinión de los privados. Las tediosas y agresivas cadenas nacionales quedaron como una extravagancia de otros tiempos.
En materia legislativa, supo trabajar en minoría en el Congreso y negociar con la oposición mediante el diálogo hasta encontrar consensos. Lejos quedaron los proyectos de ley que se trataban a libro cerrado y casi sin debate en los tres períodos de los Kirchner. Salvo los intentos del kirchnerismo y la izquierda de voltear mediante la violencia dos sesiones cruciales, en el Palacio Legislativo primó un espíritu de convivencia sin prepotencia. Basta recordar los calurosos discursos de los jefes de prácticamente todos los bloques opositores cuando en diciembre reeligieron a Emilio Monzó como presidente de la Cámara baja.
La lucha contra el narcotráfico es un suceso tanto en las encuestas, en las que un 58% dice que la situación ha mejorado en relación con los años de CFK, como en las redes sociales. Hubo récord de incautaciones de droga. Solo entre enero y noviembre de 2018 se confiscaron más de 170.000 kilos de marihuana y 7500 de cocaína. La cantidad inédita de detenidos llegó a las primeras planas de los diarios: más de 60.000 en los 25.000 procedimientos en el mismo país en el que la efedrina financió campañas enteras del kirchnerismo.
La Argentina reconquistó el respeto del mundo, sobre lo cual no cabe abundar demasiado. La imagen y los mensajes recientes de los principales líderes mundiales en Buenos Aires eximen de mayores comentarios.
Último, pero no menos importante: la Justicia. Podría hablarse de la prescindencia oficial en el trabajo de los jueces o de los magistrados que llegaron por concurso y sin mayores reparos a tribunales claves, pero hay símbolos que hablan por sí solos: la nueva administración desarticuló en gran parte una organización de magistrados ideologizados o incapaces, en muchos casos, de justificar su patrimonio. Si bien aquí se está lejos todavía del ideal, la salida de Alejandra Gils Carbó, Eduardo Freiler, María del Carmen Falbo, Norberto Oyarbide, Jorge Ballestero y Carlos Rozanski representa el fin del modelo intocable de Justicia adicta. Nuevo contexto que posibilitó sancionar la ley del arrepentido, gracias a la que avanza la investigación de corrupción más importante de la democracia argentina.
Méritos políticos que transcurren con otro estilo de comunicación, irrigado por las redes de manera persuasivamente discreta, distante de los protocolos de la prensa clásica. Como toda campaña electoral, los últimos cien días serán decisivos pues son capaces de mover entre 3 y 5 puntos la intención de voto e inclinar la balanza para un lado u otro.
Cambiemos bien podría evocar la primera frase del flamante libro del pensador israelí Yuval Harari: «En un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder».