Por Daniel Alonso
A medida que los tiempos van atizando la temperatura de las internas, vuelve el viejo y recurrente diccionario de la intolerancia. Ese lunfardo inadmisible de la descalificación rápida, barata superficial.
Es aquel que basa su fortaleza dialéctica en la determinación de supuestas traiciones y comprobables lealtades. Y la congénita tara que conlleva, es la de referir ambos –ilusorios defectos y virtudes—no a una causa, a una ideología, a un objetivo, sino a pasajeros liderazgos. A personas, y no a doctrinas.
La historia nacional reciente –bajo ese rudimentario tamiz- debiera decir que Menem, que le fue leal a Duhalde cuando le convino, terminó traicionándolo. Qué Kirchner, fue leal hasta el hartazgo con Menem, hasta cuando le convino crucificarlo. Y los postulantes a la futura presidencia que llegaron gracias al kirchnerismo, se aprestan a reiterar la fórmula, haciendo piedras del árbol que los cobijó.
Si no fuera demasiado doloroso, podríamos repasar la historia provinciana bajo esos mismos parámetros. Pero nos conformamos de dejarlo como ejercicio a la memoria del lector, para no desviarnos de nuestra intención principal.
Y esta era la de reflexionar sobre cuál o cuáles son los objetos u objetivos a los que el ser humano debe guardar lealtad.
Quien gasta sus energías en catalogar traicioneros, ¿bajo qué parámetros estipula su búsqueda ? ¿Considera acaso que la lealtad es una obligación “del de abajo” , o por ventura se le ocurre que “el de arriba” no tiene por qué ser leal con sus seguidores ?
Los de arriba..-: ¿nunca se aprovechan de la confianza y credulidad de los de abajo, para utilizar sus expectativas y luego malversarlas con sus actos ?. Los de abajo…: ¿deben hacer culto al masoquismo y seguir entregándose a quien los utilizó y los defraudó?
¿Lealtad a los hombres, o a las ideas?…¿Lealtad a los liderazgos momentáneos, aún cuando éstos traicionen a las ideas iniciales?
La lealtad, por definición, es “la obligación de fidelidad que un sujeto o ciudadano le debe a su Estado, monarca o a sí mismo”.
No encontramos en ninguno de los diccionarios consultados, una que refiera a un dirigente circunstancial.
Y, parafraseando su significado, quien se sienta traicionado por un seguidor, indudablemente se lamenta en ese sentido porque se siente monarca…
La misma definición –considerando que la monarquía no existe– tiene la respuesta adecuada:” a su Estado, o a sí mismo”.
Y es allí donde el ciudadano de espíritu sólido, no tiene porqué avergonzarse si detecta que algún líder circunstancial ha defraudado la ideología que se supone compartían: porque nada hay peor que ser infiel a uno mismo.
(No hacía falta, después de todo, dar tantas vueltas para comprender algo que ya establecía en forma tan simple la Tercera Verdad Peronista: “El peronista trabaja para el Movimiento. El que en su nombre sirve a un circulo, o a un caudillo, lo es sólo de nombre”.)