Estuvo con Macri desde que inició su carrera política. Fue una pieza central en el armado de PRO y del Gobierno y resistió los pedidos para que lo corrieran a un costado. Sus enemigos, que son unos cuantos, lo acusan de cercar al Presidente.
Pasó de concentrar todo el poder a ser el principal responsable de la derrota. Su figura estuvo en la picota durante buena parte de 2018: los empresarios pedían que el presidente Mauricio Macri lo echara. Y ahora, en el declive de su gobierno, es la persona a la que más mencionan internamente como el responsable del fracaso electoral. Se trata de Marcos Peña, claro está. A lo largo de los años, se fue alargando su lista de enemigos internos y todos parecen dispuesto a cobrarse alguna factura, si no ahora, seguramente después de la noche alucinante del 27 de octubre. La fila puede ser larga.
Peña es uno de los PRO puros. Eso significa que estuvo desde los comienzos de la aventura de Macri en política. Lo acercó al líder del PRO la consultora Doris Capurro, quien estuvo en la organización del primer espacio macrista: la Fundación Creer y Crecer, que en sus orígenes compartía con Franscisco de Narváez. Peña era un politólogo egresado de una universidad privada que se sumó a armar el primer partido, Compromiso por el Cambio, que luego se fundiría en el PRO. El entonces jóven Peña había trabajado en una serie de ONG vinculadas a la transparencia como CIPPEC y Poder Ciudadano y conocía a Santiago, el hijo de Capurro. Así fue como llegó a conocer a Macri.
La relación con el presidente nunca fue de amistad, pero sí hay una simbiosis. «Peña siempre fue el eje de Macri en lo político. Hay un convencimiento recíproco entre ambos, a prueba de todo», describe un funcionario del Gobierno nacional que los conoce bien. Eso explica por qué el mandatario nunca aceptó deshacerse de su jefe de Gabinete, ni en lo peor de la crisis de 2018, cuando el establishment pedía su cabeza, ni tras la derrota de las PASO. Si se hunden, parece que será juntos. En una de las pocas entrevistas que dio desde la derrota, en el diario La Nación, Peña dijo: «Trabajo con Mauricio desde hace 18 años y tenemos una relación que permite más una reflexión compartida permanente. Sin dudas el domingo a la noche, como responsable de la campaña y jefe de Gabinete, entre otras cosas analizamos qué teníamos que cambiar y él tomó la decisión». Se sabe: el único en irse fue Nicolás Dujovne, pese a la insistencia de varias figuras de primera línea para que también cambiara a Peña.
El monaguillo
Fue el creador de varias de las figuras del PRO. Peña fue, por ejemplo, quien convenció a Gabriela Michetti -que conocía al padre de Peña- de que se acercara a una de las reuniones para conocer a Macri. Al principio ella estaba indecisa, pero terminó yendo. Fue su número dos en la Ciudad y también en la Nación. Con ella, Peña fue uno de los legisladores del grupo «Festilindo«, como les decían por su juventud y presunta inocencia cuando ingresaron a la Legislatura porteña. Y cuando ganaron el Gobierno de la Ciudad, Macri le dio la secretaría general. Desde ese lugar, le empezó a dar más y más lugar, como uno de sus preferidos, lo que le ganó la envidia de todo el gabinete.
«El Monaguillo», le decían algunos. Y es que quienes lo conocen remarcan una característica: Peña es un cruzado de la religión del PRO. Cree lo que dice sobre sí mismo y sobre sus enemigos, incluso con fanatismo. Y tiene una gran capacidad de convencer a quienes lo rodean. Son varias las historias de funcionarios de otras áreas que tenían diferencias con él y que, tras meses de trabajo en su grupo, terminaron repitiendo el evangelio de Peña.
A su vez, quienes trabajaron con él dicen que nunca le gustó «ensuciarse las manos». «Es de los que mean agua bendita. Te dice que hay que hacer tal cosa y otros la tienen que hacer. Los trolls de Marquitos Peña son los tercerizados de Peña«, cuenta alguien que trabajó por años con el jefe de Gabinete.
Desde esa secretaría general en el Gobierno porteño comenzó a concentrar poder y toda la estrategia de comunicación del espacio. Le prohibió a los ministros hacer encuestas propias. Verticalizó sobre sí a todos los voceros. Aquellos que no le respondieron tuvieron un final temprano en las filas del macrismo. Su primer enfrentamiento fue con el hoy difunto Gregorio Centurión, secretario de Comunicación Social. Cuando aparecieron las primeras causas por presunta corrupción, Peña convenció a Macri de que lo echara. El jefe de Gobierno lo citó a Centurión y frente a Peña -con quien se llevaban pésimo- le pidió que se tomara una licencia.
Enemigos íntimos
Al consultor Jaime Durán Barba, en cambio, Peña debió tolerarlo. «Nunca se bancaron mucho, pero se necesitaban», cuentan quienes conocen al dúo, que durante años funcionó en tándem. Durán Barba era el que pensaba la estrategia. Marcos, la táctica de cómo aplicarla. A esas dos personas durante la etapa porteña se sumó el amigo de Macri, Nicolás «Nicky» Caputo, quien luego se fue alejando del círculo más cercano que tomaba las decisiones de gobierno. Sólo volvió en algunos momentos de crisis.
Y esa es otra de las cosas de lo que lo acusan a Peña: de cerrar el círculo y velar por que nadie llegue al presidente. «Ya siendo secretario general, le hacía el diario de Yrigoyen a Macri. Le decía qué notas leer y cuáles no, o a qué periodista no escuchar, así no se preocupaba», relatan quienes los conocen desde hace años. Una suerte de «teoría del cerco», versión amarilla. Su capacidad para vetar el acceso a Macri a dirigentes le ganó enemigos. El más conocido es Emilio Monzó, a quien expulsó dos veces de la mesa chica macrista. La primera vez con asistencia de María Eugenia Vidal tras la campaña 2015. La segunda cuando lo fueron a buscar a Monzó en plena crisis de 2018 y Peña se ocupó que la mesa política que armaron nunca funcionara.
Vidal, aliada circunstancial de Peña hoy pasa por uno de sus peores momentos con el jefe de Gabinete, tras un año en el que no fue escuchada y en el que Peña le desarmó todos los planes. Para colmo, cerca del jefe de Gabinete se dedican a remarcar que electoralmente ella no rindió. Curiosamente, Vidal tiene entre sus funcionarios a uno de los hombres más cercanos a Peña: Federico Suárez, quien en los comienzos del Gobierno porteño escribía los discursos de Macri. En una de las reuniones en plena crisis económica en Olivos, Horacio Rodríguez Larreta le advirtió a Vidal que Peña le controlaba el área de comunicación. Ella escucho y no dijo nada. Eso sí, a Suárez le pusieron discretos vigilantes desde entonces. Un diálogo con un funcionario bonaerense dejó en claro cuál es el clima que se vive hacia el jefe de Gabinete. Le preguntaron si, con la caída de Macri, se venía el vidalismo. «Lo que seguro no se viene es el peñismo», retrucó.
De su etapa de bajo perfil en el Gobierno porteño, Peña pasó a la de mayor exposición pública y hasta de agresividad hacia la oposición, como cuando les decía en los informes legislativos a los kirchneristas: «¡Háganse cargo de algo!». Todo eso se terminó. Dato: hace cuatro meses que no aparece por el Congreso y el último informe lo mandó por escrito.
Dentro del PRO, por concentrar todo el poder sobre sí, todos lo culpan por la derrota. «El punto es ser jefe en las buenas o en las malas. La responsabilidad es de él», dicen en la Rosada. Y eso que el miedo al jefe de Gabinete todavía funciona: muchos de los funcionarios consultados en off the record para esta nota prefieron no hablar. Uno de ellos -que tiene un alto cargo-, sin embargo, acotó: «Llamame de vuelta el 28 de octubre. Ahí voy a tener mucho para decir».