Un estudio estimó que las personas inmunizadas contra el COVID-19 perderían aproximadamente la mitad de sus anticuerpos defensivos cada 108 días más o menos.
Como resultado, las vacunas que inicialmente ofrecían un 90% de protección contra casos leves de enfermedad podrían ser solo 70% efectivas después de 6 o 7 meses.
“Las cosas se desvanecen”, afirma Nicole Doria-Rose, inmunóloga del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos en Bethesda, Maryland. Pero no todas disminuyen por igual.
Los anticuerpos “neutralizantes” que pueden interceptar virus antes de que se infiltren en las células podrían no tener mucho poder de permanencia. Los niveles de estas moléculas generalmente se disparan después de la vacunación, y luego disminuyen rápidamente meses después. “Así es como funcionan las vacunas”, resume Doria-Rose.
Las respuestas inmunes celulares son más duraderas, y como explica en Nature Jennifer Gommerman, inmunóloga de la Universidad de Toronto en Canadá: “La inmunidad celular es lo que te protegerá de la enfermedad”. Las células B de memoria, que pueden desplegar rápidamente más anticuerpos en caso de reexposición al virus, tienden a quedarse, al igual que las células T, que pueden atacar a las células ya infectadas. Ambas proporcionan una medida adicional de protección en caso de que el SARS-CoV-2 se cuele más allá de la primera línea de defensa del cuerpo.
En uno de los únicos estudios a largo plazo que consideró estos tres tablones del sistema inmune simultáneamente (anticuerpos, células B y células T), los investigadores encontraron que la vacunación estimulaba la inmunidad celular duradera. Las células B de memoria continuaron creciendo en número durante al menos seis meses y mejoraron en la lucha contra el virus con el tiempo. Los recuentos de células T se mantuvieron relativamente estables, disminuyendo solo ligeramente durante el período de estudio.
John Wherry, inmunólogo de la Facultad de Medicina Perelman de la Universidad de Pensilvania en Filadelfia que dirigió el estudio, remarca: “Los anticuerpos circulantes pueden estar disminuyendo, pero su sistema inmunológico es capaz de saltar a la acción una vez más”.
Para Eran Segal, biólogo computacional del Instituto Weizmann de Ciencia en Rehovot, Israel, que asesora al gobierno de ese país sobre temas de COVID-19, las implicaciones son claras. “Hay evidencia convincente de que la tercera dosis aumenta dramáticamente la protección”.
Pero como señala el bioestadístico de la Universidad de Pensilvania Jeffrey Morris, las inferencias hechas a partir de estudios observacionales de este tipo deben verse con un ojo crítico. Las personas que realizan su vida cotidiana no son participantes en ensayos clínicos. No están aleatorizados para tener en cuenta las diferencias de comportamiento y demográficas.
Sin embargo, a nivel mundial, todavía no hay indicios de que las tasas de enfermedades graves entre los vacunados estén aumentando de manera apreciable. “Las vacunas están realmente diseñadas para prevenir enfermedades”, repasa Julie McElrath, especialista en enfermedades infecciosas del Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson en Seattle, Washington. “Eso todavía se mantiene”.
Fuente: Infobae