El contexto global y cómo Argentina debe orientar su política y su estrategia de largo plazo tomando en cuenta las tendencias dominantes y anticipándose a posibles cambios
La pandemia del coronavirus y el consecuente “coma inducido” que paralizó la economía del mundo han reducido sensiblemente la demanda de energía, alterando los procesos productivos y los flujos de suministro. El precio del petróleo (la energía todavía dominante, que cierra el balance energético mundial) tocó mínimos históricos. La demanda se redujo un 30% promedio, de los 100 millones de b/d a 70 en abril.
Los recortes acordados por la OPEP+ de casi 10 millones b/d no tranquilizaron el mercado. El cierre de las posiciones de futuro de mayo en Estados Unidos llevó a los compradores de barriles financieros que buscaban deshacerse de sus posiciones a pagar para que los compradores asumieran los riesgos de evacuación y almacenamiento de barriles físicos en instalaciones saturadas.
El WTI (precio de referencia para el crudo americano) cotizó en valores negativos (-40 dólares), algo sin precedentes en la historia petrolera. La crisis del petróleo implica la crisis de todo el paradigma energético que depende del mismo. Recuperada la economía mundial: ¿se volverá a la “normalidad” prepandemia, o la magnitud del shock planetario afectará las tendencias dominantes que venían transformando el paradigma energético mundial?
La matriz de energía primaria del mundo depende de los combustibles fósiles en un 85%: 34% petróleo, 28% carbón y 23% gas natural. Esta matriz primaria abastece una matriz secundaria de generación eléctrica, donde el carbón es la fuente dominante con el 38% de participación; sigue el gas, con el 23%; el petróleo, con el 4%; y un 35% se genera con energías alternativas (hidroeléctrica, 16%; nuclear, 10%; y 10% de renovables). A su vez en la matriz mundial de consumo final, la energía eléctrica, que sólo representa el 20%, comienza a aumentar su participación respecto al gas y a los combustibles fósiles.
La crisis del petróleo implica la crisis de todo el paradigma energético que depende del mismo. Recuperada la economía mundial: ¿se volverá a la “normalidad” prepandemia, o la magnitud del shock planetario afectará las tendencias dominantes que venían transformando el paradigma energético mundial?
Hasta la crisis del coronavirus, había cinco tendencias firmes influyendo en la transformación de la estructura mundial de la energía. Tres por el lado de la oferta, y dos por el lado de la demanda.
Por el lado de la oferta mundial de energía
1 – La tendencia a la sustitución entre energías fósiles. El carbón y el petróleo son sustituidos por gas natural en la matriz primaria. Se preveía que en el 2030 la participación del gas superaría la del carbón en la ecuación energética mundial. Se hablaba de la “transición gasífera”. Ahora, con la caída en los precios del crudo como consecuencia del colapso en la economía mundial, y la volatilidad que tendrán estos hasta alcanzar una nueva normalidad, se acentuará el divorcio entre los precios del petróleo y los del gas. La sobreoferta de GNL en los próximos años tenderá a consolidar un mercado spot para el gas natural con precios de referencia regionales que irán convergiendo a un precio de referencia internacional. Se van a revisar (anular, novar) contratos de exportación de gas asociados al precio del crudo. La consolidación de un mercado internacional de gas natural hará más transable el producto, y va a acelerar la tendencia a la transición gasífera, con impacto sobre todo en la sustitución del carbón mineral, pero puede que también en el petróleo como combustible vehicular (emite menos C02 y material particulado).
Con la caída en los precios del crudo como consecuencia del colapso en la economía mundial, y la volatilidad que tendrán estos hasta alcanzar una nueva normalidad, se acentuará el divorcio entre los precios del petróleo y los del gas
2 – La tendencia a la diversificación de las fuentes de energía con creciente participación de las fuentes alternativas. Este cambio estructural afecta a la matriz de generación eléctrica donde las energías renovables como la eólica y solar, promocionadas por sus ventajas medioambientales, han reducido sus costos de manera significativa. La duda es, si pasada la pandemia, un petróleo más barato, y un gas natural con cotizaciones propias podrían frenar la fuerza de penetración de las alternativas. Sus costos siguen bajando, todavía no han resuelto el hándicap de la intermitencia, pero la traumática experiencia de la pandemia va a jugarles a favor si crece la preocupación planetaria por el cambio climático. En ese caso, la baja de precios de la energía fósil podría promover políticas de alcance planetario para internalizar los costos ambientales de las emisiones con un impuesto al CO2 de alcance global, o con la implementación de nuevos mecanismos de bonos verdes (mercado de emisiones).
3 – La tendencia a la mayor electrificación del consumo final de energía (que se reflejará, entre otras irrupciones tecnológicas, en la penetración de los autos eléctricos en el parque automotriz). Tras la pandemia, la tecnología de los autos eléctricos va a seguir recorriendo la curva de aprendizaje, aun con la competencia de combustibles más baratos; pero, de nuevo, el largo aislamiento obligado por la pandemia puede influir en los hábitos de uso de vehículos particulares. El trabajo online puede desplazar demanda de transporte y anticipar el pico de demanda petrolera. En un parque automotriz más acotado y menos masivo, es posible que las preferencias por vehículos menos contaminantes aceleren la sustitución de vehículos a combustión por vehículos eléctricos. Sin subestimar la competencia que puede implicar para estos últimos el “hidrógeno verde” a partir de la tecnología de celdas combustibles.
Por el lado de la demanda mundial de energía
4 – La tendencia a descarbonizar el consumo de energía por los problemas ambientales localizados y los crecientes problemas del cambio climático global. Si se dio un evento de cola subestimado por el saber convencional como el coronavirus, ¿por qué no se puede precipitar otro “cisne negro” de consecuencias planetarias si el cambio climático ya tiene manifestaciones explícitas en el incremento de las temperaturas medias, el nivel de las aguas, la desaparición de glaciares y la sucesión de catástrofes climáticas (huracanes, inundaciones, sequías, incendios)? Es previsible que aumenten las presiones políticas y sociales para descarbonizar la matriz energética. Veremos si esa presión es uniforme y global como para acelerar el cambio de una matriz productiva que contará por un tiempo con energía fósil más barata. Insistimos, la reconciliación entre una energía fósil menos cara y las demandas de reducción de gases contaminantes puede darse a través de un impuesto al carbono, que, frente a las lecciones del daño planetario de la pandemia, puede tener más viabilidad política que antes. Esto, siempre que prevalezca la idea del planeta como habitáculo común y el mundo de la pos-pandemia no se repliegue a los nacionalismos políticos y a la autarquía económica.
En un parque automotriz más acotado y menos masivo, es posible que las preferencias por vehículos menos contaminantes aceleren la sustitución de vehículos a combustión por vehículos eléctricos
5 – La tendencia a la gestión inteligente de la demanda de energía introduciendo internet en las redes eléctricas y promoviendo la interacción de la oferta y la demanda (medidores inteligentes e internet de las cosas). No hay duda de que tras la pandemia y el aislamiento forzado todos salimos más familiarizados con las tecnologías digitales y las conexiones online. Si esto se traduce en nuevos hábitos de vida y trabajo, se verá con el tiempo. Pero en el mientras tanto las empresas proveedoras del servicio eléctrico y las políticas públicas podrán intensificar el uso de redes inteligentes y el internet de las cosas.
La Argentina debe orientar su política energética y su estrategia de largo plazo tomando en cuenta las tendencias dominantes y anticipándose a posibles cambios, con la ventaja que nuestro país exhibe una matriz energética de mayor calidad que el promedio internacional.
En la Argentina el gas natural, combustible más limpio y de menor emisión de CO2 por unidad de energía producida, tiene una participación total de 59% mientras que el consumo de carbón sólo del 1 %, y análogamente ocurre en la generación de electricidad donde el carbón que en el mundo es el principal combustible para la generación eléctrica en nuestro país tiene un aporte muy marginal.
Vienen reacomodamientos en el orden mundial y en la economía mundial tras la pandemia. Aprovechemos la energía abundante y diversificada de que disponemos para alcanzar el desarrollo económico y social que nos debemos.
Fuente: Infobae