Vivió en la calle, trabajó de todo y no descarta dedicarse a la política. El camino hacia este presente de éxito tuvo ingredientes de telenovela, como esas que la hacían soñar de chica cuando por las tardes se “devoraba” los culebrones de Canal 9 junto a su madre, o aquellas historias que leía en los libros que le prestaba su abuela.
“Hay que ser feliz con lo que tenés, no con lo que te falta”, asegura la artista que logró romper los mandatos, escribir su propia historia y convertirse en Costa, señaló en una entrevista con Infobae.
Un estreno y una mudanza la tienen “a full”, ya que simultáneamente con el debut de Costa Presidenta se encargó de transformar en hogar su primera casa propia. En esa transición, aprovecha para desprenderse de muchas cosas: “Tengo siete placares de ropa, entre la de los shows, vestidos divinos y el crotaje de todos los días. Voy a hacer la selección para regalar, porque la ropa está carísima y podés ayudar a un montón de gente”, cuenta.
—¿Qué trabajos tuviste antes de dedicarte a lo artístico?
—Yo hice todo. Vendía relojes, encendedores. En una distribuidora en Villa del Parque, después en una casa de hamburguesas. Libros. También venta por teléfono muchos años. Pero no era lo que a mí me gustaba.
—¿En cuál decís: “¡Qué mala que era haciendo esto!”?
—En un call center vendía parcelas para el cementerio. Me iba bien porque yo, chamuyando, siempre. Entonces le empezaba a sembrar la necesidad al potencial comprador. “Porque usted imagínese, ¿qué edad tiene? ¿Tiene hijos? Sí… Qué duro, ¿no? Ojalá falte muchísimo tiempo, señora, pero fíjese que esto es un tema que hay que hablar en algún momento”. Y resulta que todas las ventas eran auditadas, entonces, estaba el cliente del otro lado escuchando. Y me oyen con una señora: “Yo le digo el precio y usted, se muere”, como haciéndome la graciosa. Entonces ahí me echan (risas), porque dijeron que era una vendedora muy violenta (risas). Me castigan y me mandan a hacer socios de Racing Club.
—Muy laburadora pero también muy lectora. ¿Eso de dónde vino?
—De mi abuela sobre todo. Decidí cerrar el espectáculo anterior hablando de ella, y hay una historia horrible, pero creo que es la historia de muchas mujeres argentinas. Ella pudo hacer hasta tercer grado, vivía con piso de tierra. A los nueve años la mandan a trabajar a la casa de la rica del pueblo.
Era como su dama de compañía. Entonces empieza a leer los textos que había ahí y la dueña de la casa le dice que tenía que estudiar porque ella era muy inteligente, y tenía que ser maestra. Entonces su papá, que era mi bisabuelo, Wilfrido, dijo que no, que para qué iba a estudiar si ella era mujer.
Yo me crie con el resentimiento de esa mujer a la que le cortaron las alas, y ella es la que me obligaba a leer a mí. Nosotros almorzábamos, literalmente, con Mirtha Legrand, porque ella ponía el televisor arriba de la mesa, y en su biblioteca leía libros de autoayuda. Había también libros de Narosky, Borges, Alfonsina Storni. Todas las mujeres que hoy son calles de Puerto Madero, supe de chica quiénes eran por ella. Mi abuela era la mujer más interesante que hubo en mi familia, sin dudas. Perdón a las demás, pero ella me legó eso, toda esa consciencia social…