Chicos y adolescentes escolarizados que no saben leer, con serias dificultades para escribir y para hacer cuentas básicas.
«No me enseñan bien en la escuela», dice Dylan Huenchuleo. Tiene 8 años y está en la clase de apoyo de la propuesta Dale! que las referentes de Cáritas brindan en el paraje Paso del Sapo en Chubut. Esta misma sensación es la que experimentan cientos de miles de alumnos en las aulas hoy. Que algo no funciona. Que esto de ir todos los días a copiar del pizarrón no sirve. Que pasan de grado, pero siguen sin poder dominar palabras simples.
“Hoy cuando llevamos a la Argentina a un nivel de comprensión lectora por debajo del promedio latinoamericano según la Unesco, quiere decir que estamos haciendo algo mal. No es ni mala voluntad docente ni que los chicos han perdido la capacidad de aprender sino que hay un enorme descuido de la enseñanza de la lectura y la escritura”, señala Bea Diuk, investigadora independiente del Conicet y fundadora de la propuesta Dale! Los resultados nacionales de las pruebas Aprender 2021 dan cuenta de este deterioro: la caída en Lengua fue transversal a todo el país. En concreto, el 44% de los alumnos de sexto grado se ubica en los niveles básicos o por debajo del básico en lengua, 25 puntos porcentuales más que en la última prueba tomada en 2018. Eso quiere decir que los chicos llegan al final de la primaria con serios problemas para comprender un texto.
Copiar del pizarrón
No hay un solo factor que determine la debacle educativa. Hay cuestiones estructurales que inciden en la trayectoria de los estudiantes y en sus aprendizajes, como los magros sueldos docentes y su formación, el diseño curricular, la asignación de recursos, las condiciones edilicias y también la manera de enseñar, entre tantas otras.¿Cómo se enseña a leer y a escribir hoy en la Argentina? A través de la psicogénesis, que plantea que la alfabetización inicial de los alumnos debe darse a partir de la interacción con el medio y las experiencias culturales. Muchos críticos señalan que, si bien esta metodología tiene resultados positivos en sociedades desarrolladas y con familias con niveles educativos altos, no logró resolver los problemas de comprensión lectora en nuestro país, donde casi la mitad de la población es pobre.
“La pandemia destapó la olla de la estafa educativa”, resume Ana María Borzone, doctora en Letras e investigadora principal del Conicet, especializada en alfabetización. No porque antes el sistema educativo no estuviera en crisis, sino porque los padres al estar obligados a hacer las tareas con sus hijos, se dieron cuenta del desastre. Como Dylan ya estaba en tercer grado y todavía no sabía leer ni escribir, su papá decidió mandarlo en contraturno a un apoyo escolar para darle mejores herramientas. Él, que de chico se crió en el campo y es analfabeto, sufre en carne propia las limitaciones que eso implica en su día a día. “No sé leer, no sé escribir ni sacar cuentas. ¿Sabés lo difícil que es tener que pedir ayuda para todo?”, dice Joaquín Huenchuleo con lágrimas en los ojos.
A simple vista, las carpetas de los alumnos que visitó LA NACION están completas: ellos mismos escribieron consignas, preguntas, respuestas y ejercicios matemáticos que son la fachada de un aprendizaje vacío. ¿Cuál es la trampa?“Yo solo copio del pizarrón. No sé leer ni restar”, cuenta Ramón Moreno para develar el misterio. Es un adolescente de 13 años que vive en Las Lomitas, Formosa. Cuando le pidieron que leyera algunas de las frases que tenía anotadas en su carpeta, se generó un silencio doloroso. “Mi sueño es aprender a leer y a estudiar”, agrega Ramón dejando en claro que sus ganas están, pero falta una presencia que lo pueda guiar hacia la magia del saber.
Para Manuel Lozano, presidente de la Fundación SI, que tiene 21 residencias universitarias para jóvenes de zonas rurales repartidas por todo el país, la caída educativa es palpable. “La primera convocatoria la abrimos en 2013 y cada año nos preocupa más el nivel con el que llegan los jóvenes porque no tienen los conocimientos mínimos para acceder a la universidad. Nos hemos encontrado, literalmente, con chicos que terminan el secundario sin saber la tabla del 2. Por más acompañamiento y profes de apoyo que tengan, tendrían que hacer la primaria y la secundaria de vuelta para poder intentarlo”, describe. Desde Cáritas Argentina hacen el mismo diagnóstico: la situación es crítica. Gracias al plan de inclusión educativa Emaús, los chicos de nivel primario reciben apoyo escolar y una merienda reforzada en 180 espacios educativos en 19 provincias. “Nos dimos cuenta de que los chicos no podían hacer la tarea no porque no tuvieran el tiempo o las ganas, sino porque no tenían las herramientas de alfabetización inicial para abordarla. Cuando a los chicos los ponés en bloque y no te detenés en la individualidad, todos van pasando medio en masa y desatendés las realidades particulares que traen desde sus casas. Por eso son copiadores seriales del pizarrón, porque con eso se camuflan”, plantea Nicolás Meyer, director ejecutivo de Cáritas Argentina.
¿Qué pueden hacer los docentes? Facundo Iñiguez tiene 24 años y es docente de historia en la zona de Santa Clara, en Jujuy. Tiene a cargo el primer año de la secundaria y se encuentra todos los días con chicos que aún no saben escribir y les cuesta leer, o les cuesta comprender lo que están leyendo. “Son chicos que tienen pocas habilidades comunicativas, de expresión y orales. No ha sido una cuestión de agenda trabajar la escritura y la lectura, y las bases sólidas que nosotros idealizamos encontrar, muchas veces no están presentes”, señala Iñiguez.
Con este mismo bache se enfrentó el equipo de la Fundación SI cuando los jóvenes que querían arrancar una carrera universitaria lloraban frente a los libros porque no los entendían. “Para muchos de estos chicos, el salto a la universidad termina siendo imposible. Hay muchos que en el proceso de selección quedan afuera, que es lo más doloroso. Y hay otros que con nuestro acompañamiento, logran dar el salto”, agrega Lozano.
La frustración de no aprender
“Lo que más me cuesta es leer y pensar los números. Estoy aprendiendo. Escribir sí sé. En la prueba que era de sustantivos no me fue bien porque no sabía. Estas respuestas las pusieron en el pizarrón. La seño me ayuda. Cuando en casa me lo explican bien yo lo repito en mi cabeza y después ya me queda”, dice Bautista Aresti, de 10 años, mientras muestra su carpeta en el barrio La República, en la ciudad de San Luis. Su mamá es analfabeta y lo que más quiere es que su hijo pueda alcanzar lo que ella no pudo. El daño emocional que sufre cualquier alumno que no puede aprender es enorme. ¿Cómo se siente ese chico?
¿Cómo construye su autoestima? ¿Cuánto potencial se está desperdiciando? “Se genera un círculo muy negativo. El chico empieza a quedar en el fondo, a no preguntar, a no leer, a no hacer la tarea. Y hay pocas herramientas desde las escuelas para seguir los recorridos de esos chicos y acompañarlos. Si un chico de cuarto grado no puede entender un texto acorde a su edad tiene que haber un espacio que lo acompañe a recuperar esos conocimientos”, asegura Cora Steinberg, especialista en educación de Unicef Argentina.
A lo largo de todos sus años interactuando con alumnos, Diuk asegura que jamás se cruzó con un chico que no quisiera aprender a leer o a escribir. “Sí he visto chicos frustrados o enojados. Los chicos llegan con la cabeza gacha y se van con la cabeza en alto. Es tan impresionante. Hasta físicamente los vemos cambiar. Tenemos chicos de sexto grado que te dicen ‘¿cómo esto no me llegó antes a mí?’ Y eso te parte el alma. Porque lo que están diciendo en el fondo es ‘el problema no era yo’. Los chicos se autoatribuyen el fracaso, y eso tiene efectos impensados”, agrega.
Alejandra Armagnague es docente jubilada y actualmente acompaña desde la Asociación para la Promoción de la Cultura y del Desarrollo (APCD) a jóvenes de comunidades originarias de Formosa a seguir carreras terciarias. Para ella, la mayor impotencia que experimenta un chico en la escuela primaria es no poder aprender. “Un alumno que va a primer grado está re ilusionado con aprender a leer y a escribir. Cuando no lo logra, aparece la frustración. Hay un problema importante con esta enseñanza del automatismo y de la copia, del dictado y del trabajo sin sentido. La alfabetización temprana tiene que ser con sentido y le tiene que servir al chico para algo”, señala Armagnague.
Pasar de grado igual
Otra de las alarmas que se encendió con la pandemia fue el hecho de que los chicos pasan de grado aun sin haber alcanzado los conocimientos necesarios. “¿Qué hacen las autoridades con la crisis educativa? La tapan con la promoción automática. Entonces, como los chicos no aprenden y los docentes algo tienen que hacer en el aula, escriben en el pizarrón para que los chicos copien”, resume Borzone.
Diuk se niega a aceptar la falsa dicotomía de que hay que elegir entre que un alumno pase sin aprender o que repita. “Si nosotros tuviéramos mecanismos de apoyos reales, lo lógico sería que ese chico pase. Pero no los tenemos. Con cualquiera de estas dos opciones estamos abandonando a los chicos”, sostiene.
En la comunidad Wichí de Tres Pozos en Formosa, los padres de los alumnos están disconformes con la calidad educativa que reciben sus hijos. “El año pasado cinco chicos de la primaria ingresaron al ciclo básico, y uno solo sabe más o menos leer y escribir, el resto no. Son chicos de 12 años. Los chicos de cuarto grado ni siquiera tienen memorizado el abecedario”, indica Juan González, dirigente de la comunidad, que tiene a su hija en tercer grado.
Para Steinberg, si bien hay que atender a la diversidad de chicos que están en el aula y sus ritmos de aprendizaje, lo que no se puede poner en discusión es el punto de llegada. “Todos tienen que aprender a leer y a escribir a temprana edad, no en el primer año de la secundaria. Para eso, habrá que aplicar la metodología que resulte más pertinente”, afirma.
Yésica Rojas es otra mamá preocupada por la realidad educativa. Vive en Las Lomitas, Formosa, y no entiende por qué sus hijos vuelven a su casa sin adquirir conocimientos básicos. “El que va a cuarto grado no aprendió a leer todavía y pasó igual de grado. La de quinto tampoco aprendió a leer y la hicieron pasar de grado. Cuando no pueden resolver algo, me manda a llamar la directora y nos echan la culpa a nosotros porque dicen que les tenemos que enseñar acá en la casa”, se queja.
En esta misma línea, Iñiguez señala que la educación ha puesto en primer plano la acreditación como estrategia para que la escuela siga abierta. “Por ahí también para sostener las trayectorias, con una interpretación muy ambigua. Desde algunas ópticas, es aprobar a los chicos para que pasen manteniéndolos en la escuela. Y como la escuela está diseñada para contener a los chicos y no excluirlos, los chicos siguen en la escuela con muchas herramientas de promoción que a veces ponen en riesgo la calidad educativa”, dice este docente.
La pregunta que todos se hacen es qué va a pasar el día de mañana con todos estos niños, jóvenes y adolescentes que están teniendo trayectorias educativas casi nulas. “Conozco el caso cercano de una chica que ingresó este año en el secundario sin poder escribir la palabra mesa y apenas si podía leer algo. Los compañeritos estaban igual. ¿Qué futuro pueden tener estos chicos?”, concluye Borzone.
Lo más importante es que los chicos estén en la escuela
Proyectos innovadores que buscan mejorar los aprendizajes de los alumnos más vulnerables y sostener su trayectoria escolar:
● Residencias universitarias: La Fundación SI tiene 21 casas que alojan a chicos de bajos recursos en distintas provincias del país; les brindan alojamiento, acompañamiento académico y contención emocional.
●Propuesta Dale!: Un proyecto para alfabetizar a los alumnos de los contextos más pobres; en sesiones de veinte minutos, combina la intervención personalizada con cuadernillos por niveles, el juego y el desarrollo de habilidades emocionales.
●Secundarias rurales: Una iniciativa de Unicef que permite que los chicos de las zonas rurales puedan acceder a la secundaria y a Internet en su lugar.
● Inclusión Educativa Emaús: Desde Cáritas acompañan a chicos a través de apoyo escolar, alfabetización inicial, becas y merienda reforzada; tienen 186 espacios funcionando en el país.