En el actual contexto político y macroeconómico, pensar en una baja de los precios parece una fantasía propia del realismo mágico latinoamericano.
Como comentaba desde esta columna el miércoles pasado, la pregunta económica central, en este momento de la Argentina, es si la tasa de inflación del mes de marzo será, efectivamente, la máxima del 2022 o, por el contrario, estamos ya entrando en un peligroso sendero de aceleración inflacionaria que sólo frena contra la pared de una supertasa de inflación, según publica Infobae.
Nótese que, en la propia pregunta, queda totalmente descartada la probabilidad de un plan de estabilización que logre sacar a la inflación de la primera plana de las noticias o, por lo menos, devolverla al valor del 20 y pico por ciento anual del régimen inflacionario vigente antes de la crisis cambiaria del 2018.
La imposibilidad de instrumentar un verdadero plan de estabilización en los próximos meses deriva de varias condiciones del entorno: económicas y políticas.
Desde la economía, el principal problema macroeconómico es el “sobrante” de pesos y el “faltante” de dólares en el Banco Central.
Para resolver este problema haría falta un cambio drástico en la política fiscal y monetaria y en las reglas de juego que hoy impiden que a la Argentina entren, por el circuito oficial, dólares provenientes de la inversión de argentinos y extranjeros.
El segundo problema económico, es que, por la situación internacional y las condiciones locales, resulta difícil imaginar un shock de exportaciones que pudiera compensar la falta de dólares provenientes de la inversión.
En otras palabras, el desequilibrio entre pesos y dólares, que se refleja en el balance del Banco Central, exige un cambio drástico en el régimen fiscal, monetario y cambiario que no está disponible y necesita, además, que los precios relativos entre nuestros productos de exportación y nuestros productos de importación sean mejores que los actuales, o que las cantidades producidas de bienes exportables “vuelen”. Ninguna de estas cosas va a pasar en los próximos meses.
Y, como no me canso de decirle, “sin dólares no hay paraíso”.
El otro problema económico, subyacente en los anteriores, es que se ha gestado, en los últimos años, un escenario de inflación “postergada” derivado del uso del atraso del tipo de cambio y de la falta de actualización de los precios de los servicios públicos, y de algunos servicios privados, como ancla nominal.
En resumen, la economía argentina presenta desequilibrio acumulado en la macro monetaria y fiscal, sin “milagro” exportador, y con inflación reprimida que necesita realinear los precios relativos internos.
En este contexto, pensar en una inflación baja parece más una fantasía propia del realismo mágico latinoamericano.
Y mucho más fantasioso resulta, en las actuales condiciones políticas.
En efecto, una parte de la coalición gobernante considera que la actual tasa de inflación es producto de la falta de un férreo control de precios y de una política impositiva y de regulación de exportaciones ineficiente para “desacoplar” los precios internos de los externos, en particular en el rubro alimentos.
Y que, sobre este “llovido”, se agrega el “mojado” del acuerdo con el Fondo que obliga, como mencionara, a acelerar la devaluación, subir la tasa de interés y reducir los subsidios a los precios de la energía y el transporte.
En cambio, el Presidente y su ministro de Economía, consideran que cumpliendo con el programa acordado con el Fondo, la tasa de inflación irá gradualmente convergiendo a lo previsto en dicho acuerdo.
Lo más probable, en este contexto, es que más allá de eventuales cambios en el gabinete de ministros, la política económica siga tratando de compatibilizar ambas posiciones, y sigamos conviviendo con heterodoxias desprolijas en la política de ingresos, nuevos inventos impositivos, y la ortodoxia desordenada de cierto ajuste fiscal y de más prudencia monetaria transitoria.
Volvemos, entonces al comienzo de esta nota y a la pregunta original, cuán probable es que la tasa de inflación se “estacione” en torno al 60% anual.
La respuesta rápida es “sí, se puede”. Otra vez, recalibrando y cumpliendo con el acuerdo con el Fondo, y con un gobierno que no se debilite aún más, y esté en condiciones de aceptar que resulta prioritario evitar una aceleración en la tasa de inflación, dejando de lado un intento inútil de recuperar el salario real y el nivel de actividad.
Como cambiar precios relativos, mejorar la situación fiscal e instrumentar cierta prudencia monetaria, en el actual contexto, resulta recesivo, es el propio freno de la demanda por la caída del poder de compra, la que limita el traslado al resto de los precios del aumento del precio del dólar y las tarifas. Además de factores estacionales que “ayudan” en abril, y la contrapartida de la incertidumbre sobre la oferta de gas y gasoil.
Es esta secuencia la que permite ser “optimista” respecto de evitar males inflacionarios aún mayores.
En contra juega, como decía, el contexto político y las condiciones inerciales que esa debilidad política le transmite a la economía, acortando el período de las renegociaciones salariales, e indexando los instrumentos financieros.
En síntesis, la guerra contra la inflación ya está perdida. Ahora el Presidente tiene que apuntar sus misiles a evitar la aceleración.