En nuestro país a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, el deporte se cimentó a través de los clubes, el Estado delegó en ellos la educación física, la iniciación deportiva, la práctica federada, asumiendo desde no hace mucho, y decididamente, el destino del deporte de élite con la creación del Enard, con financiamiento propio, allá por el 2009. En Europa fueron los estados nacionales y en Norteamérica la educación, los que desde siempre fomentaron su práctica desde la propaganda que los resultados en las competencias internacionales les brindaban.
No es motivo de este análisis confrontar modelos ni compararlos, simplemente señalar la génesis de cada uno porque sólo reconociendo los orígenes se puede proyectar el futuro con coherencia y sentido.
El deporte argentino ha tenido etapas de florecimiento cuando las instituciones deportivas pudieron desarrollar su actividad con holgura, apoyados por políticas activas destinadas a tal fin.
En la actualidad el modelo asociativo tal cual lo conocemos y con el que convivimos por más de 100 años está en peligro. Los tarifazos le aplican un golpe de nocaut a los clubes de barrio, las cargas sociales equiparables a las de sociedades comerciales endeudan a las entidades intermedias y el flagelo de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) acosan a los clubes con fútbol y a todos aquellos que tengan terrenos apetecibles para el desarrollo inmobiliario.
El DNU firmado por el presidente Mauricio Macri borra de un plumazo el financiamiento y la infraestructura edilicia construida en más de setenta años para el deporte de alto rendimiento, y jaquea el trabajo que la dirigencia deportiva toda viene haciendo en pos de poner en vigencia los derechos reclamados para que se reglamenten leyes ya aprobadas por el Congreso y que, por lo tanto, no entrarán en funcionamiento; tampoco se ampliarán otras vinculadas a la inclusión social que estos espacios de contención ofrecen para alejar a niños, adolescentes y jóvenes de la marginalidad que la calle ofrece.