Ante la contingencia sanitaria de la pandemia, estos miedos pueden generar sufrimiento, a veces innecesario, si no se los repara o si no se los escucha. La opinión de una experta.
Para el psiquiatra y psicoanalista Pichón Reviere, el campo de acción del psicólogo, es el de los miedos y de la angustia. Quizás por eso hoy, más que nunca, reforzar el rol del profesional de la psicología, cuyo objetivo es ponderar la salud mental, sea esencial.
Para dicho autor, hay dos miedos básicos, el miedo al ataque y el miedo a la pérdida; esos miedos son universales y aparecen en todas las áreas en que se desenvuelve el sujeto, hoy más que nunca, las personas están expuestas a la sensación de incertidumbre, donde el miedo atraviesa a todos.
Ante la contingencia sanitaria de la pandemia, que afecta a la mayoría de los países del mundo, estos miedos, que por lo general funcionan en un nivel silencioso, pueden reavivarse y accionar de forma mucho más «ruidosa» generando un sufrimiento, a veces innecesario, si no se los repara o si no se los escucha.
“Esta emergencia de salud, no hace sino agrandar el miedo al ataque, que sería el miedo al contagio de un agente externo, así que en estos momentos es posible que el miedo al ataque se muestre como un temor al otro, posible transmisor del virus”, explicó a Infobae Gabriela Renault, decana de la Facultad de Psicología y Psicopedagogía de la Universidad del Salvador (USAL).
La especialista explicó que los miedos son universales y se pueden entender en 2 sentidos:
1. Siempre están presentes, pero actuando en “perfil bajo”
2. En otro sentido, todos tenemos o padecemos este miedo al ataque, en mayor o menor grado. El mejor ejemplo o referente es el cuadro de la paranoia, cuando la persona ya no puede razonar y lo único que percibe es que todo aquel que se acerque ya me contagió.
“El miedo al ataque es en realidad es un núcleo de ansiedad paranoide, que se activa como un modo de defensa ante una contingencia como esta. Con respecto al miedo a la pérdida, debemos entender que el contagio nos lleva en primer lugar a perder la salud, que alguien con fuerte núcleo paranoide, lo puede vivir como la posibilidad de morir por el contagio, aun a sabiendas que este virus tiene una incidencia mortal de menos del 2 o 3 %, pero la ansiedad depresiva puede llegar a ser tal, que puede jugar un papel muy importante en el desenlace de un contagio”, enfatizó Renault.
Como la situación es global, de acuerdo a la profesional, gran parte de la población está compartiendo la misma situación de paranoia más o menos generalizada, es conveniente aportar al conocimiento de los alcances del peligro que tiene el virus, ya que el conocimiento ayuda mucho a disminuir los miedos y las angustias de muchos: “La información debe ser dada desde el cuidado. Sin embargo, a otros no les es útil este recurso, y sintiéndose débiles o vulnerables, pueden sucumbir a un riesgo de contagio, al verse o sentirse más desarmados y expuestos al contagio”.
“En este momento, los psicólogos clínicos y sociales debemos ayudar desde nuestro campo, a esclarecer, clarificar sobre algunas situaciones que derivan más de aspectos neuróticos de la personalidad, por ejemplo, sujetos con TOC o sujetos con fobia social, o con extremada sensibilidad, que podrían experimentarse con angustias neuróticas, agrandadas por tanta información verdadera y en otros casos falsa, que puede llevar a que muchos puedan sucumbir por temores irracionales que no están bajo el control consciente del sujeto, siendo entonces más que propensos a padecer ataques de pánicos, grandes depresiones o temor extremo de ser contagiados por el virus”, apuntó la experta.
En este sentido, la profesional explicó que el rol terapéutico de pedir ayuda o consultar es función primordial y rondaría el papel de un “reasegurador y contenedor” de las ansiedades más arcaicas que pueden desbordar al yo del sujeto y hacerlo entrar en crisis.
“En una situación de crisis social o de salud que nos involucra a todos, los miedos generados son formas de defensa ante la situación, de ahí que no es ‘malo’ o ‘de cobardes’, tener miedo. Los miedos funcionan como señales de alarma para cuidarse, huir, o enfrentar la situación, y en ese sentido, requerimos instrumentarlos, es decir, usarlos como herramientas en función de: protegernos, huir del peligro, asumirlos y usar su energía para enfrentar el problema”.
De acuerdo a la profesional se requiere para estos tiempos una buena dosis de salud mental: “Los psicólogos clínicos, los psicólogos sociales y los psiquiatras tienen una función que también es vital, porque de ello depende que la primera línea de defensa no entre en ‘neurosis traumática’, debido al estrés de los que están ‘bajo fuego enemigo’, es decir, el riesgo permanente de contagiarse del virus a través del vínculo reparador que requieren establecer con los afectados”.
“Además, cuando un sujeto entre en crisis, y se vea desfalleciente ante las exigencias de la vida o de la problemática que enfrenta, el psicólogo puede generar a través de su escucha, a calmar el debacle físico y mental, que toda pandemia supone, intervenir como una especie de regazo materno, un descanso emocional que lo libere de frustraciones y sufrimientos ante el dolor propio o ajeno, pudiendo así desarrollar una capacidad de contención, de alivio, de reaseguro ante los miedos y angustias que rebasan la capacidad del yo del sujeto para manejarlas y resolverlas”, explicó.
Los efectos subjetivos de esta pandemia empiezan a notarse en las situaciones estresantes que se producen en la población, generada fundamentalmente por el miedo o el temor al contagio, pero aparece, además el estrés generado por las medidas restrictivas de no salir de casa, para evitar el contagio, lo que rompe la cotidianidad y la dificultad para adaptarse a la nueva situación. “No está mal sentir miedo, el tema es saber que cuando no se pueda enfrentarlo, se puede y se debe pedir ayuda, para no llegar a situaciones, donde sea más dificultoso salir”, concluyó Renault.