La tan mentada fractura en la histórica central obrera está signada más por matices políticos que por razones prácticas. En los últimos días coincidieron en los reclamos al Gobierno, y nadie descarta una unificación futura.
Nadie puede discutir en política, no siempre dos más dos es cuatro. Y mucho menos cuando se trata de la relación sindicalismo-Gobierno, donde se tejen y destejen alianzas y acuerdos según el momento y la coyuntura.
Aquel amor prodigado por todos entre el kirchnerismo y Moyano llegó a su fin abruptamente tras las elecciones de 2011. El camionero se sintió «ninguneado» por la Presidente, que no le dio los lugares en las listas legislativas que reclamaba. El sindicalista se convirtió poco menos que en el anticristo, y el modelo dejó de ser la panacea para la clase trabajadora.
Consciente de que en la Argentina no se puede gobernar sin el apoyo sindical, desde las más altas esferas kirchneristas moldearon un plan para forzar una nueva fractura en la CGT.
Para eso, «resucitaron» gremialistas antes denostados por su accionar en los 90, y les sumaron algunos nuevos para construir una alternativa a Moyano. Resultado: pelea sindical, judicialización y la central obrera más dividida.
Sin embargo, las promesas oficiales hacia Caló y sus muchachos no fueron las esperadas, y en las últimas semanas encontró a ambos sectores obreros en la misma vereda a la hora de los reclamos.
Los puntos centrales tienen que ver con reclamos laborales concretos: aumentos salariales por encima de la pauta que intenta imponer el Gobierno; reactualización del mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias; fondos para las obras sociales; y cuestionamientos hacia las cifras oficiales del Indec.
El lunes nomás, desde la CGT que conduce Caló advirtieron que no negociarán paritarias hasta tanto no se modifique Ganancias. «Hay que dedicarse a eso y en el medio puede haber alguna otra alternativa por algún tiempo. Pero la discusión es esa y a partir de ahí discutir paritarias», indicó Jorge Lobais, un ex moyanista que ahora está bajo el ala del metalúrgico.
La advertencia bien podría haber surgido del propio Moyano. Precisamente el tributo es la principal bandera que el líder camionero levanta a la hora de reclamar al Gobierno. Ambos sectores entienden que el trabajo no puede ser considerado una ganancia, y reclaman una reforma para que aquellos sectores que no tributan (como el financiero o los jueces) lo hagan.
También el porcentaje de aumento a reclamar es común en ambos sectores. Luego de que Moyano dijera que el piso a discutir era del 25%, «porque esa es la inflación real», Oscar Lescano apuntó en la misma dirección.
«Ninguna organización va a aceptar firmar por un 20%. Los aumentos salariales de este año van a estar entre 24 y 30%», dijo días atrás el secretario general del sindicato Luz y Fuerza en infobae.com.
Para reforzar más las cercanías, los datos del Indec suelen ser blanco de críticas de ambas CGT. Ni una ni otra aceptan una inflación apenas superior al 10%, e insisten con la figura del «changuito» que impuso Moyano hace un tiempo para medir el real aumento de precios.
«Como dice Moyano, vemos sábado a sábado los precios del supermercado». La frase también pertenece a Lescano, uno de los más díscolos dentro de la CGT de Caló.
Así las cosas, el Gobierno se enfrenta con el desafío de negociar paritarias sin un gremio fuerte de referencia que le responda en un 100%, como sucedió hasta no hace mucho con Camioneros.
Por ahora, la estrategia de «dividir para reinar» no le ha dado demasiados resultados, y los riesgos que suponen un año electoral son grandes.
Claro que en el sindicalismo cegetista nadie va aceptar las coincidencias públicamente. Pero en la realidad, no hay demasiados pases de factura entre un sector y otro, que entienden que se trata básicamente de política, y que tarde o temprano, de acuerdo a las alianzas que tejan, pueden volver a sentarse a la misma mesa.